S
r. Presidente,
Sra. Clinton,
Distinguidos Señoras y Señores,
Siempre que la Reina y yo tenemos la oportunidad de encontrarnos nuevamente entre estas nobles paredes de la Casa Blanca nuestra memoria se vuelve invariablemente hacia aquella ocasión en que, en pleno viaje de novios, fuimos invitados a compartir unas horas con el Presidente Kennedy y su esposa.
Entonces, aquella pareja tan recordada nos demostró con su acogida calurosa, con la sinceridad y extensión de la conversación que mantuvimos, una deferencia hacia nosotros y hacia nuestro país verdaderamente extraordinaria.
Han pasado muchos años, las circunstancias son bien distintas y, sin embargo, la entrañable sensación de afecto y amistad que hoy experimentamos es, aún si cabe, más notoria y emotiva.
La hospitalidad y, sobre todo, la simpatía del Presidente y de la Primera Dama envuelven estos breves días de nuestra estancia en Washington en una atmósfera que no dudo en calificar de particularmente cordial.
Y es que esta visita debe interpretarse en la clave de amistad que la rodea: la amistad que nos une a la Reina y a mí con Vds., queridos Presidente y Sra. Clinton, y la amistad entre nuestros pueblos, fundada no sólo en la historia sino, mirando al porvenir, en principios y valores compartidos.
La defensa de estos principios y valores, brutalmente violados ayer en España por un criminal atentado de la banda terrorista ETA, debe impulsarnos a reforzar al máximo la cooperación para combatir el terrorismo.
No es necesario indagar en los libros o anales para comprobar nuestros lazos históricos. Como señala David Webber, a lo largo y a lo ancho de este gran país, nombres de Estados, condados, pueblos, ríos, valles, montañas y demás fenómenos naturales testimonian, desde California al Cabo Cañaveral, el origen español de Norteamérica.
Ahora, además, es el idioma español el que adquiere carta de naturaleza en múltiples urbes del país, el que se lee y se oye en las calles y plazas comerciales, en los medios de comunicación, en los anuncios y publicidad de esta sociedad que, con este progresivo bilingüismo que tanto enriquece su horizonte cultural, reafirma una vez más su carácter plural, abierto y generoso. Es la lengua de Cervantes, pero también la de tantos otros hombres y mujeres de una gran familia de naciones que se extiende por las dos orillas del Océano Atlántico y que abarca nada menos que a trescientos cincuenta millones de seres.
Pero esta historia, cultura e idioma compartidos no explican por sí solos ni la profundidad ni la extensión de nuestras relaciones y de nuestra amistad; son los valores que consideramos consustanciales con nuestra identidad como países y como pueblos y que compartimos sin titubeos, los que dinamizan y catalizan el presente de estos vínculos y aseguran su porvenir: la democracia, el respeto a los derechos humanos, las libertades y, cada vez en mayor medida, la conciencia de que es la solidaridad con los pueblos menos afortunados el imperativo inexcusable que debe guiar nuestras actuaciones en el ámbito internacional.
Permítanme que, para concluir, haga una referencia personal a lo que fueron unas jornadas particularmente gratas en las que la Reina y yo disfrutamos de la amistad y la compañía del Presidente, la señora Clinton y su hija Chelsea.
Con ocasión de la Cumbre de la Alianza Atlántica celebrada en Madrid en julio de 1997, tuvimos oportunidad de visitar con ellos Mallorca y Granada. Su simpatía y su encanto dejaron en esos días una huella de afecto en nosotros y en el pueblo español que no olvidaremos.
Y quienes no lo olvidarán son, desde luego, los granadinos, que han adoptado como slogan turístico de su ciudad las palabras del Presidente cuando proclamó que en Granada, frente a la Alhambra, había presenciado la más bella puesta de sol que recordaba.
En esta clave de amistad y simpatía entre nosotros y entre nuestros países, quisiera invitarles a brindar por Vds., Sr. Presidente y Sra. Clinton, así como por la felicidad y el bienestar del pueblo norteamericano.