A
cudo un año más, con agrado y con satisfacción, a este acto de entrega del premio Príncipe de Viana, máximo galardón de la cultura de Navarra que se entrega anualmente a la sombra de los muros milenarios de este monasterio de Leyre, que es cuna y raíz del Reino de Navarra y exponente singular de la historia y de la cultura hispánicas.
Un premio que lleva por nombre un título que actualmente, como Heredero de la Corona, ejerzo con respeto y con orgullo, especialmente por conocer el gran arraigo que este nombre tiene como emblema del patrimonio histórico de Navarra y como símbolo de los nuevos proyectos artísticos y culturales, literarios o musicales que, con creciente vitalidad, prosperan en esta tierra.
Este año el Premio que acabo de entregar honra a la música en una de sus más eximias representantes. María Bayo es heredera y adelantada de una tradición que ha forjado una nómina memorable de compositores e intérpretes de gran valía y arraigo, tanto en los ámbitos cultivados como en los populares.
Como ellos, ha sabido traducir los sueños y deseos de su pueblo, y ha llevado el nombre de Navarra a los teatros y salas de conciertos más importantes del mundo, concitándose el respecto y el cariño también de los suyos, por sus éxitos artísticos, y por su talante y cualidades personales.
Artista consagrada, pero no inaccesible, se ha doctorado en el difícil talento de regalarnos su arte sin arrogancia, con la sencillez y claridad de lo que es auténtico, y por serlo necesita comunicarse y ser compartido, como una de esas palabras que necesitamos y estamos deseando escuchar.
Comunicar así la belleza es un magisterio que no todos alcanzan. Exige un estilo propio y un lenguaje especifico: el de su voz incomparable, y el de la persona que actúa y se transparenta a través de sus sucesivos personajes.
La crítica especializada, mucho más exigente que benévola, es unánime en considerar a María Bayo como una de las más grandes sopranos de su generación. Su timbre cristalino y aterciopelado, sensual y transparente, la identifica como una voz muy original, que además se entrega con toda su energía en la escena, y da un encanto muy especial a todos los papeles que representa.
Tras este balance tan elogioso, hay toda una vida de esfuerzo perseverante, de afán de superación, de inspiración bien asimilada y mejor expresada, de autenticidad y de coherencia.
Con estos ingredientes, María Bayo se ha labrado un prestigio reconocido internacionalmente, que le ha llevado a trabajar con los mejores directores tanto musicales como de escena. Y es precisamente el prestigio entre los directores lo que de forma más decisiva ha configurado su carrera musical.
Su popularidad se ha fraguado en los escenarios de los teatros, con dedicación constante y una autoexigencia creciente, que la hace admirable. Esa es la principal razón de que su carrera sea segura y firme. Que directores de escena del prestigio de Wernikke compongan los personajes de las óperas pensando en ella, y que Mortier, director del festival de Salzburgo, la haya incluido en la trilogía de las óperas Da Ponte de Mozart; son verdaderas hazañas artísticas que están sólo al alcance de unos pocos nombres, en el panorama de la lírica internacional.
Su figura se nos muestra así como la de una luchadora, que ha sabido seguir su estrella, y ha hecho realidad su vocación y sus ilusiones. Su coraje y su empeño, su capacidad de trabajo y su lucha son las de esas personas de raza que muy de tarde en tarde tenemos la suerte de encontrar, escuchar y conocer.
Mi más cordial felicitación a María Bayo por este galardón, y mi sincera enhorabuena por el ejemplo de su trayectoria artística, que Navarra celebra hoy uniendo su nombre al brillante palmarés del Premio Príncipe de Viana, y destacando un talante personal en el que brillan las virtudes de nobleza y altura de miras que tradicionalmente se atribuyen, con toda justicia, al pueblo navarro.
Muchas gracias.