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ueridos compañeros, aunque a través del año procuro encontrar todas las ocasiones posibles para asistir a actos, ceremonias, conmemoraciones o maniobras militares, es esta de la Pascua militar la más propicia para reunirme con las representaciones de las Fuerzas Armadas y experimentar la satisfacción de compartir con vosotros una fiesta tan tradicional. Por eso lamenté mucho en la celebración de 1992, verme privado -por un desafortunado accidente- de asistir a un acto como este, que encierra para mí tan profunda significación.En el de hoy, recibid ante todo mi felicitación y la de mi familia, para vosotros y las vuestras, con los mejores deseos en el año que acaba de comenzar.
Un año que vamos a vivir a continuación del que estuvo repleto de acontecimientos importantes: la conmemoración del V Centenario del descubrimiento de América, los Juegos Olímpicos de Barcelona, la Exposición Universal de Sevilla, los actos de Madrid como Capital Europea de la Cultura, la Conferencia de Jefes de Estado y de Gobierno Iberoamericanos.Todos ellos han sido una muestra de la vitalidad de España, de su capacidad de organización y de su proyección en el mundo.
Un año, el actual, que si sigue las normas de lo que viene ocurriendo en los últimos tiempos, puede caracterizarse también por novedades imprevistas y tal vez preocupantes de distinto signo que se producen en el mundo y constituyen un aldabonazo a la convivencia de la humanidad.
Como españoles debemos sentirnos orgullosos de que nuestra nación, identificada con el ideal de la paz, que es el supremo bien de las sociedades, haya mantenido y mantenga un comportamiento vigilante y un afán de cooperación, sin egoísmos ni dudas en cuanto a lo que nos corresponde hacer dentro del concierto internacional.Debemos mirar con esperanza hacia los tiempos venideros. Porque no estamos ni solos ni aislados y se confía en nuestra capacidad para seguir cumpliendo un papel necesario y digno en Europa y en el mundo.
Hemos de ser por ello cada vez más abiertos y comunicativos. Hemos de sentirnos más fuertes e ilusionados que nunca.Este hecho tiene que contribuir, aunque no sea más que como símbolo y desde la experiencia del deber cumplido, a afianzarnos en nuestro propósito de seguir trabajando en la defensa de la seguridad y la convivencia entre los hombres.
Europa, a cuya comunidad aportamos con voluntad de perfección nuestra capacidad nacional, es un objetivo cuya consecución ha de presentar dificultades. Unas dificultades que hemos de superar a la vez que combinemos nuestro sentido nacional con la idea de una comunidad más amplia en la que, sin embargo, no hemos de perder nuestra propia identidad.
Queremos lo mejor para nuestra patria y lo mejor también para Europa y para todos sus pueblos, dentro y fuera de la Comunidad. España, cumpliendo esa vocación de entendimiento que todos sentimos, no escatimará esfuerzos y compromisos para ofrecer nuestro abrazo, nuestro apoyo y nuestra colaboración.
Europa se enfrenta al reto de su plenitud política y económica. El logro de esa unidad en la pluralidad servirá para relanzar hacia la libertad y la prosperidad a las naciones integradas en aquella comunidad. Como españoles, nos encontramos enfrascados en la tarea, aportando con entusiasmo nuestra participación realista, estimulada por criterios de justicia social, sin la cual toda construcción de la convivencia continental sería débil y precaria.
Reforzar la unidad europea exige no sólo la unidad económica y monetaria, sino que va más allá de ellas para lograr también fines comunes en la política exterior y en la seguridad.Y esto debe alcanzarse gradualmente, con la paciencia y la reflexión que ha de proporcionar el análisis de la historia y la necesidad de calcular adecuadamente el equilibrio deseado. Todo ello, con trabajo, con esfuerzo, con criterios claros.
Tengamos fe en el acierto -que se ha puesto ya de relieve- de llegar a la Comunidad a través del consenso y con respeto de las disparidades.Esta necesaria visión del entorno exterior y la alerta vigilancia de los acontecimientos que en él se producen, a estas alturas del siglo XX en que termina y se transforma una larga experiencia de la humanidad, nos lleva a contemplar nuestra realidad como nación.Y no es hora de pesimismos. No es hora de discrepancias que aumenten los problemas más allá de sus límites razonables.
Es hora, en cambio, de unión, de comprensión y de ilusiones.Lógicamente, nuestra sociedad, nuestras familias, todos los españoles, sus autonomías, sus pueblos, tienen problemas. Grandes problemas y pequeños problemas. Pero también es cierto que existen soluciones y que debemos buscarlas sin miedo, desde el trabajo de cada uno y desde la fuerza de las instituciones. Sociedad y Estado han de mirarse, entenderse y vincularse, como dos realidades que se funden en esa ambición de hacer de la democracia constitucional una auténtica y perfecta realidad.
Pocas veces en la historia de los españoles, que ha sido larga y tumultuosa, nos hemos encontrado con tantas posibilidades y tantos deseos colectivos de hacer las cosas bien.Hoy vivimos la hora generosa del entendimiento y la comprensión. Tenemos los medios. Sabemos el camino. Hemos perdido el temor a abordar las cuestiones fundamentales y las diferencias ya no son utilizadas para levantar muros, sino que nos estimulan a esforzarnos en encontrar soluciones que nos sirvan para lograr la armonía y el progreso. Estamos haciendo un hoy para todos y preparando un mañana mejor.
Este balance amplio y visible debe animarnos a seguir progresando en la resolución de los problemas básicos que todavía encontramos en nuestro caminar.Los problemas de algunas partes del mundo, con países debatiéndose en deseos de independencia, que a su vez pueden conducir a peligrosas desintegraciones nacionales; las amenazas de golpes de Estado o la lucha abierta entre distintos sectores; la realidad del hambre y la miseria que azotan a algunos países o la guerra abierta en tantas zonas, nos pueden recordar el milagroso ejemplo de nuestra transición democrática, tan alejada de las situaciones que hoy contemplamos y cuyo resultado final es difícilmente previsible.Dentro de una situación cambiante es más necesario que nunca que las Fuerzas Armadas, integradas en la nación y en el orden constitucional, continúen entregadas al estudio y a la preparación constante para perfeccionaros en vuestra instrucción y en vuestros conocimientos.
Hemos dejado nuestro aislamiento para salir al exterior; para que miembros de nuestros ejércitos se relacionen con otros compañeros de armas de distintos países, se integren en organismos militares internacionales y realicen misiones o cometidos que afectan a la comunidad de las naciones.
La participación en maniobras y ejercicios conjuntos en el ámbito internacional; la realización de misiones en la UEO y en la OTAN; el apoyo a poblaciones en situación precaria, integrándose en fuerzas multinacionales de la ONU, son muestras de esta proyección exterior que debe seguir manifestándose en el futuro.Todo ello unidos por el compañerismo, fortalecidos por la disciplina y combinando en perfecta armonía la conservación de las virtudes militares tradicionales con las modernas exigencias de la organización y de la técnica.
También en el aspecto interno se han producido avances y han tenido lugar innovaciones importantes:La actualización del servicio militar; los planes de modernización que constituyen un permanente objetivo sucesivamente renovado, dentro de la organización militar; los acoplamientos de plantillas; la obtención del material, armonizando necesidades y recursos; la adecuación a la nueva situación estratégica y los planes de instrucción, son materias vivas que las Fuerzas Armadas afrontan y la sociedad en general debe reconocer.Es preciso implicar a la opinión pública en la defensa nacional e informarla claramente de lo que es la actuación normal de las Fuerzas Armadas.Una vez más quiero repetir la necesidad de que exista una perfecta integración de los militares en la vida del país y que todos los ciudadanos se sientan orgullosos de sus ejércitos.
Nunca como en los momentos de desconcierto y de cambio, necesitan las sociedades libres la presencia y la seguridad de sus Fuerzas Armadas.En ellas, en su serenidad, en la integración de sus valores y en su disposición de servicio radica la confianza que se espera de la entrega y del sacrificio.Su conducta íntegra y austera, con total entrega al cumplimiento del deber; conscientes de sus derechos y obligaciones, sin originar problemas ni plantear conflictos; fieles cumplidoras de la Constitución y de las normas vigentes, ha de inspirar el respeto y la admiración general y puede servir de ejemplo para la sociedad.Tengo la confianza de que este reconocimiento esté en la mente de los españoles, aunque unos lo guarden en su interior y otros, por fortuna, manifiesten abiertamente su elogio a este sector de la sociedad española que ha constituido un factor decisivo en nuestra transición política.
En silencio, entregados al servicio y al cumplimiento de vuestras misiones, con disciplina y lealtad, habéis experimentado reducciones, transformaciones y reorganizaciones que os han afectado de manera muy directa y a veces dolorosa individualmente, aunque reconocéis que son necesarias desde una perspectiva general.Y estoy orgulloso, tanto de la comprensión de los componentes de las Fuerzas Armadas, como de que progresivamente se abra camino esta realidad, con justicia y buen sentido en todos los ámbitos de la nación.
Gracias también al señor Ministro por su felicitación en esta conmemoración de la Pascua Militar, por las informaciones y planes que nos ha expuesto y las amables palabras que ha pronunciado en este acto.Una felicitación que hago extensiva a cuantos integráis los Ejércitos de Tierra, Mar y Aire, a los Cuerpos Comunes y a las Fuerzas de la Guardia Civil.
Pero no quisiera terminar mis palabras en este acto sin dedicar un recuerdo lleno de pesar y de tristeza al Almirante Gonzalo Rodríguez Martín-Granizo, Jefe del Estado Mayor de la Defensa, al que hemos tenido la desgracia de perder en el año que acaba de terminar y que ha dejado en nuestra memoria la indeleble impresión de su capacidad y competencia, de su entrega al servicio y de su eficacia.Para su sustituto, el teniente general José Rodrigo Rodrigo, toda mi confianza y la seguridad de que desempeñará su nuevo cargo en la misma trayectoria que ha marcado hasta ahora su vida militar.
Por último, quiero expresar mi sincera satisfacción y mi agradecimiento profundo por la concesión a mi padre, el Conde de Barcelona, del empleo honorífico de Capitán General de la Armada, con el que se honra a un gran español, que en estos momentos es presa de la enfermedad y al que envío desde aquí mi respeto, mi admiración y mi cariño.Que en este año, Dios nos conceda la paz por la que vosotros veláis y que nuestra conducta, nuestra entrega y nuestro amor a España, nos haga dignos de merecerla, con la satisfacción del deber cumplido.
¡Viva España!