V
olver a la capital de Aragón es siempre un motivo de especial alegría.
Muchas gracias por vuestra acogida y por las amables palabras que habéis querido dirigirnos en este Acto, dentro del marco de una nueva estancia de tres días en Zaragoza, a la que atribuimos una particular importancia.
Tres días que dedicaremos a esta muy querida ciudad en un año en que adquiere una muy especial y merecida proyección internacional que, como Rey, me llena de orgullo y satisfacción.
Hoy volvemos a encontrarnos en la prestigiosa Universidad de Zaragoza. Hace veinticinco años que tuve la satisfacción de presidir, también junto con la Reina, una inolvidable ceremonia académica en este mismo Paraninfo hoy recién restaurado.
Celebrábamos entonces el Cuarto Centenario del Estudio General de la ciudad de Zaragoza, y la concesión de once Doctorados Honoris Causa a distinguidas personalidades.
En aquel momento, subrayé que la gran tarea de la Universidad requiere los medios imprescindibles y la libertad. Libertad como derecho a hacer lo que debemos y a no ser obligados a hacer lo que no debemos.
También el Rey Alfonso XIII, visitó esta Universidad con motivo de la inauguración en 1925 de la estatua de Don Santiago Ramón y Cajal que preside la escalera de acceso a este Paraninfo, dedicando cumplidas y sentidas palabras a la labor de este alma mater.
Pues bien, pienso que Don Santiago y tantos otros de su generación, cualquiera que fuera su ideario político, se alegrarían al constatar el crecimiento económico, el bienestar social y el progreso intelectual, alcanzados por Zaragoza, Aragón y España entera, en estos últimos treinta años.
Un avance rápido e indiscutible, conseguido gracias al esfuerzo laborioso de los españoles, contando con el marco de libertad, estabilidad y progreso que consagra nuestra valiosa Constitución.
En este avance sin precedentes - que constituye una de nuestras mejores credenciales para afrontar con éxito los retos de cada momento - corresponde a la Universidad un protagonismo sustancial que merece nuestra mayor gratitud y apoyo.
Por un lado, la Universidad acrecienta el saber en su más pleno sentido. No sólo alienta el avance de las humanidades, las ciencias, las técnicas y las artes, sino que despierta en los alumnos un permanente afán de mejora, modernización y excelencia, dotándoles de los recursos intelectuales oportunos para contribuir a esa tarea.
Por otro lado, la Universidad ensancha ese vínculo, entre progreso y conocimiento, tan absolutamente imprescindible para afrontar los retos y oportunidades de nuestro mundo globalizado.
En suma, como dijo el genial aragonés Baltasar Gracián, en una de sus agudas sentencias cincelada en el zaguán de este edificio: ?son las Universidades oficinas todas donde se labran los mayores hombres de cada siglo?.
De ahí que quiera agradecerle, Señor Rector, la oportunidad de compartir la inauguración de este Paraninfo, y de poder así subrayar públicamente la trascendencia de la Universidad en el progreso de España y de los españoles.
Nuestra grata estancia en Zaragoza abarca diversos actos de especial interés, empezando por la visita de ayer a las impresionantes obras de la gran Exposición Internacional de Zaragoza que inauguraremos en pocos días.
También acudiremos esta tarde la apertura de la espléndida Exposición ?Goya e Italia? en el Museo de Zaragoza.
Y, finalmente, presidiré mañana - acompañado por la Reina y los Príncipes de Asturias - la celebración del Día de las Fuerzas Armadas.
En un año repleto de fechas conmemorativas, corresponde asimismo a Aragón y a Zaragoza un protagonismo especial.
Me refiero al Bicentenario de los asedios a que fue sometida esta ciudad, que la hicieron mártir de la libertad, y que enaltecieron su fama, difundiéndola al mundo entero.
Permitidme, en dicho contexto, que me dirija al Alcalde de Zaragoza, para agradecerle la concesión de la Medalla Conmemorativa del Bicentenario, que ayer nos entregó a la Reina y a mí en una audiencia a la Corporación Municipal de esta gran ciudad.
Muchas gracias, de corazón, por dicha Medalla, por lo que significa y por el mensaje de solidaridad que entraña.
Deseo, finalmente, reiterar mis palabras de gratitud y de afecto a la Universidad de Zaragoza que, al cumplir cuatrocientos veinticinco años de existencia, reestrena hoy uno de los edificios más señeros, singulares y añejos, de la arquitectura universitaria.
Un edificio que en el paisaje de la ciudad será, sin duda, símbolo inequívoco de sabiduría, de progreso y de compromiso con la sociedad aragonesa y con su futuro.
Muchas gracias.