V
enimos esta tarde, la Princesa y yo, a la Real Maestranza no sólo con la alegría que siempre nos depara estar en Sevilla, sino también con la ilusión de encontrarnos en este bello e histórico escenario para participar en la entrega de Premios que acabamos de celebrar. Es siempre muy grato para nosotros ser testigos de la recompensa que se tributa a quienes han destacado por su esfuerzo personal y eficaz perseverancia, y por eso nos llena de satisfacción presidir por primera vez esta ceremonia de entrega de los Premios Universitarios y Trofeos Taurinos instituidos por la Real Maestranza de Caballería en colaboración con la Universidad de Sevilla.
Esta Real Corporación siempre tiene para mí una grata memoria, por los imborrables recuerdos que guarda de mis queridos Abuelos, SS.AA.RR. los Condes de Barcelona, como muy bien acaba de evocar el Teniente Hermano Mayor en sus cálidas palabras de bienvenida, que mucho agradecemos.
Para ellos, Sevilla en general y esta Plaza en particular, representaron un hito muy especial en sus vidas. Y ahora recuerdo, con emoción, su felicidad correspondiendo al saludo amable y cariñoso tributado por el pueblo sevillano cuando hacían acto de presencia en el hermoso Palco Real de esta Plaza, sobre todo en el caso de Doña María en los últimos años de su vida ya sin la compañía de Don Juan.
Señoras y señores, los galardonados de hoy, junto a los que lo han sido en ediciones anteriores, cada uno en su especialidad y manteniendo muy elevadas cotas de exigencia, forman ya parte de la rica cultura sevillana y acrecientan los grandes valores que posee esta querida y admirable ciudad.
Por un lado, a nadie se le escapa la dureza, el sacrifico y el riesgo que conlleva, para la propia vida, la carrera taurina. Aquí, en este mismo albero que pisamos, los ganadores de los Trofeos Taurinos no sólo dieron muestra de pundonor y valentía la temporada pasada, sino también del arte y oficio que atesoran.
Y por otro, también encuentran su victoria, por su entrega meritoria a los estudios, los alumnos universitarios premiados. Sólo ellos están en condiciones de revelarnos las horas de vigilia y las renuncias necesarias para conseguir sus brillantes expedientes. El esfuerzo personal, el rigor científico y la imaginación creativa que se ocultan tras su trabajo, son una proyección del espíritu de sacrificio y curiosidad abierta al mundo del saber que sólo puede forjarse y satisfacerse en su plenitud en las aulas universitarias. Para ellos, el triunfo se presenta sigilosamente, como un concepto íntimo y personal; de ahí la profunda justicia que subyace en este público reconocimiento con el que hoy los distinguimos.
Esta mañana celebrábamos el Quinto Centenario de la fundación de la Universidad Hispalense; cinco siglos de existencia en los que tan docta institución supo ir acomodándose a los cambios sociales y técnicos sobrevenidos, para así estar en condiciones de cumplir en todo momento sus funciones docentes y de investigación. La Real Maestranza de Caballería de Sevilla -Corporación asimismo centenaria, pues fue fundada en 1670- también supo amoldarse para, sin perder sus tradiciones, servir de forma ejemplar a la Corona y a España. Ambas instituciones, Universidad Hispalense y Real Maestranza, son signos de la identidad de Sevilla, símbolos de un secular trabajo y esfuerzo en común, y nos hacen ver las posibilidades de convivencia existentes entre las antiguas tradiciones y las nuevas exigencias.
En 1808, el Rey se convirtió en Hermano Mayor de la Real Maestranza de Caballería de Sevilla. Y en la Familia Real apreciamos, con la mayor de las satisfacciones, el modélico trabajo de mecenazgo realizado por esta Corporación. Sus obras sociales y culturales, el ejemplar esmero con que cuida y mantiene esta Plaza, sus preocupaciones por los hombres que se juegan la vida en el ruedo y, en fin, su incesante labor siempre encaminada al bien de Sevilla, han hecho de ella una institución respetada y querida, que siempre tendrá nuestro apoyo. A los miembros de esta Corporación se dirigen también nuestro personal afecto y gratitud.
Aquí en Sevilla -en donde se supone que Miguel de Cervantes concibió la imagen e historia de Don Quijote- no quiero dejar de mencionar, en esta tarde de efemérides y celebraciones, el IV centenario de la primera edición de la novela del Ingenioso Hidalgo manchego. El entrañable héroe y su inseparable escudero, ejemplos universales de la condición humana, nos muestran, a través de las diferentes aventuras en las que se ven inmersos, los grandes valores de los que son portadores, y que tan general admiración han merecido.
Y termino mis palabras felicitando de nuevo con todo afecto a los premiados. Desde la Institución que la Princesa y Yo representamos, os animo a perseverar en la búsqueda de vuestros más altos objetivos personales y profesionales. Los Premios que ahora se os han entregado simbolizan el reconocimiento a vuestros méritos, esfuerzos y desvelos. Por todo ello, nuestra enhorabuena más sincera y gracias a todos por su presencia.
Muchas gracias.