M
e complace especialmente presentar en Valladolid estas Jornadas sobre la presencia y el porvenir del español en el mundo, en su tercera edición, y reiterar con este motivo el apoyo de la Corona a la tarea de promover el elemento nuclear de nuestro patrimonio cultural, que es su lengua.
La celebración de este encuentro, a las puertas del siglo XXI y en un mundo cada vez más globalizado, es testimonio significativo de que la reflexión en nuestras universidades va al compás de los tiempos, y quiere atender a los desafíos que las transformaciones de la sociedad exigen al idioma en que nos entendemos.
El español es, desde luego, un formidable vehículo para difundir ideas y noticias y un lenguaje capaz de ajustarse a los nuevos medios técnicos de comunicación. Pero la lengua española tiene también, como todas, una dimensión íntima que no debiéramos descuidar en su uso colectivo.
Fernando de Herrera describió en el siglo XVI esa dimensión íntima de la lengua castellana con unas palabras que me gustaría repetir: "Onesta, alta, magnífica, suave, tierna, afectuosissima, y llena de sentimientos, y tan copiosa y abundante, que nunguna otra puede gloriarse desta riqueza y fertilidad más justamente".
Este elogio fue escrito en la época en que el castellano había crecido desde las sencillas anotaciones hechas por un monje, no muy lejos de esta ciudad de Valladolid, al margen de unas lineas latinas, hasta convertirse en una lengua culta y prestigiosa.
Su expansión espectacular, todavía en auge, la ha convertido en casa común de quienes la tienen y viven como propia, en un idioma cuya norma no pertenece ya sólo a España, sino que está repartida en todos los confines, en todos los hablantes de esta comunidad lingüística que cubre amplias zonas del Globo.
Lengua de libertad, de independencia y a la vez de comunidad. Habla coloquial y familiar, en cuya transmisión han desempeñado las mujeres un papel no siempre recordado, y que hoy quiero destacar. No en vano llamamos desde siempre materna a la lengua propia de cada uno.
De ella van a ocuparse estos días los estudiosos y los maestros de nuestra literatura que van a estar presentes en este Congreso y cuya competencia es de sobra conocida. Estoy segura de que los miembros de las Academias de la Lengua de todo el mundo hispanohablante y los especialistas en el estudio del lenguaje van a encontrar aquí el foro más idóneo para debatir sus avatares presentes y su expansión hacia el mañana.
El futuro del español es también el español del futuro, su porvenir en el concierto con las demás lenguas de España, y en el escenario de las que comparten con él el liderazgo de la comunicación y la cultura.
Os invito a destacar en este contexto su virtud primordial, que es la de dibujar un espacio de entendimiento y fraternidad, un tesoro que se abre con generosidad a cuantos lo hablan y lo escuchan.
Ojalá que este espíritu nos ayude a estrechar cada vez más los vínculos que unen a los que tenemos y sentimos el español como un valiosísimo patrimonio común.