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on especial agrado vengo a presidir esta sesión constitutiva de la Fundación "El Legado Andalusí", una iniciativa de gran calado que merece desde luego todo mi apoyo.
Por eso he aceptado con mucho gusto la condición de Patrono de Honor que me habéis ofrecido, y que me implica desde ahora en vuestra tarea con el doble vínculo del agradecimiento y el compromiso.
Esta obra recoge y refuerza un proyecto que ya venía realizándose a través de ediciones, itinerarios y otras actividades dirigidas a difundir el significado de uno de los activos más importantes de nuestro patrimonio cultural, y a cuyos promotores quiero expresar aquí el reconocimiento que merecen su dedicación y esfuerzo.
La Junta de Andalucía, con la participación del Gobierno, la UNESCO, Universidades y centros de investigación y generosos mecenas, pone hoy en pie esta Fundación con un doble propósito.
De un lado, el de profundizar aún más en el conocimiento, comprensión y difusión de la civilización hispanomusulmana y sus logros más relevantes.
Por otra parte, se propone la honrosa tarea al promover, a través de esta herencia común, las relaciones de cooperación entre los países que la compartimos.
La convivencia basada en el respeto mutuo y la tolerancia hacia otras creencias y formas de pensamiento, fueron precisamente las claves de la civilización arábigoandaluza.
Una y otra no se entendieron como un recurso impuesto por las circunstancias, que permiten simplemente la coexistencia de pueblos y mentalidades distintos y ajenos, sino como un estímulo para extraer lo mejor de cada uno, y construir juntos el portentoso edificio científico, filosófico, literario y artístico que fue el hogar de todos ellos durante siglos. Todos los españoles, y los andaluces en particular, nos sentimos orgullosos de haber sabido crear y mantener esta simbiosis cultural, que iluminó y nutrió a la Europa occidental, es decir, al germen de la Europa de la que hoy somos miembros y socios, y suscitó además en el Magreb energías largo tiempo dormidas, con las que entró con paso firme en las sendas del protagonismo histórico y de la civilización universal.
Creamos así entonces un puente entre continentes y culturas que no era una frontera, sino un camino por el que circulaban hombres, ideas y mercancías. Un mundo de múltiples facetas y fecundos intercambios, que cantaron y contaron los historiadores, poetas y viajeros, algunos nacidos en nuestra tierra, que lo recorrieron de uno a otro extremo del Islam medieval.
No hablamos, pues, de antiguas hazañas, cuyas ruinas aún nos emocionan, como a los románticos que las descubrieron y describieron en la Andalucía del Siglo XIX, sino de realidades presentes y de los hilos que las mueven.
Estamos en la Real Casa de la Alhambra, que mis antecesores heredaron de los reyes musulmanes, y nos honran con su presencia los descencientes ismailitas de los Califas fatimíes e ilustres representaciones de los países árabes.
El escenario y la circunstancia nos invitan así a reafirmar nuestra voluntad de trabajar, a la sombra y con el ejemplo de quienes nos precedieron, para construir un mundo más solidario y superar sus contradicciones y conflictos.
Al-Zubaidi, preceptor del Califa cordobés Al-Hakam, dijo:
"Todas las tierras, en su diversidad, son una, y los hombres son vecinos y hermanos".
Y Aamin Maalouf, miembro del Consejo Asesor de El Legado, que hoy nos acompaña, concreta al cabo de los tiempos:
"Continúo cantando las virtudes de las sociedades plurales.... Me pongo a soñar con el Mediterráneo..., que se convertiría en la gigantesca pasarela que tanto necesita nuestro desorientado mundo..., cada vez que me encuentro en Andalucía".
Que así sea.