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Palabras del Rey en el almuerzo ofrecido a una representación del Mundo de las Letras, en honor del Premio Cervantes 2024, Álvaro Pombo García de los Ríos

Palacio Real de Madrid, 22.04.2025

Bienvenidos a este almuerzo de homenaje a nuestras Letras y a nuestro premio Cervantes 2024 que hoy celebramos con respetuosa contención por encontrarnos, como sabéis, en periodo de luto oficial. No hemos querido, a pesar de la tristeza, dejar de reunirnos con vosotros, esta amplia representación de nuestro mundo literario, editorial y académico, y hacerlo, como cada año, en torno a nuestra lengua, la patria común de tantos millones de personas en el mundo.

Decía Jorge Luis Borges, en su poema Everness: “Solo una cosa no hay. Es el olvido”. En justicia a esas palabras, quiero comenzar recordando a dos grandes que hemos perdido en el plazo escaso de una semana; dos referentes de nuestro tiempo que compartían una lengua materna, el español, un origen, Hispanoamérica y ─bueno es recordarlo en esta reunión de escritores─ también una inmoderada admiración por Borges.

A comienzos de la semana pasada fallecía en su casa de Lima Mario Vargas Llosa. Nos ha dejado el hombre, el hispano-peruano universal, el ciudadano del mundo, el pensador valiente y comprometido; y nos quedan su voz, su obra inmensa, su amor por su lengua y por su oficio, su inagotable pasión por escribir, por descubrir y por contar historias.

Y en la mañana de ayer recibimos, consternados, la triste noticia del fallecimiento de Su Santidad el Papa Francisco el argentino (Jorge Mario Bergoglio), una figura cuya dimensión trasciende el ámbito de la Iglesia Católica para convertirse en un enorme faro ético de nuestro mundo, de nuestro tiempo. Nos quedan su coherencia vital e intelectual, su compromiso con los más pobres, su denuncia de las desigualdades, su aspiración constante a un mundo más justo y mejor… En fin, su bonhomía y sentido del humor.
Descansen, ambos, en paz.

Queridos amigos y amigas, un año más nos reunimos para celebrar, sobre todo, la lengua y la literatura en torno la figura de Miguel de Cervantes. Mañana, en su ciudad natal de Alcalá de Henares, uno de nuestros más célebres autores recibirá el galardón que lleva su nombre: el más alto reconocimiento de las letras españolas.

Con la palabra “reconocer” el diccionario de la RAE es muy generoso en acepciones: tiene hasta doce. Permitidme que me quede con estas dos: “agradecer un beneficio o un favor recibidos” y “admitir o aceptar que alguien tiene determinada cualidad o condición”. Ambas, me parece, confluyen en este Premio Cervantes a Álvaro Pombo.

Hoy no podemos disfrutar de su presencia y compañía, en la esperanza de poderlo hacer mañana en Alcalá. Pero aun echándole de menos le sentimos muy cerca; y desde aquí le quiero decir: querido Álvaro, con este premio no solo te damos las gracias por lo mucho que aprendemos y disfrutamos con tu literatura; sino que reconocemos –y nos reconocemos- en una voz y en una mirada singular.

Nos acercamos a tu manera de ver el mundo y de explicarlo; a tu interés por indagar en la bondad, en la verdad, en todo aquello que nos eleva y nos dignifica. Porque encontramos ahí, depurada por tu larga aventura intelectual y vital, tu fe en la persona, en el ser humano, en su capacidad para el bien.

"...la obra de Álvaro Pombo, que toca géneros distintos y lo hace siempre con la mirada inconfundible, e inexplicable, del poeta. Es el fruto de toda una vida consagrada a la palabra..."

Queridos amigos,
En un mundo que vivimos marcado por la incertidumbre y por la inmediatez, hay quien alerta de que todo parece diluirse, de manera trepidante y desmemoriada, en una suerte de indiferencia fatalista: nuestra capacidad de discernir lo bueno de lo malo, lo justo de lo injusto, lo verdadero de lo falso; incluso los principios y valores que nos vertebran como sociedad.

La lengua, nuestra lengua, en la medida en que es vehículo de la comunicación, puede desempeñar un papel fundamental en que eso no sea así. El español tiene ya 600 millones de hablantes, es la 2ª lengua de comunicación del mundo. Es un instrumento poderosísimo para lograr eso que el mundo necesita ahora más que nunca, cuando tanto se habla de barreras y desconexiones: reflexionar, dialogar.

El lenguaje ha de servirnos, también, para decir alto y claro: no es verdad. No es verdad que todo valga, no es verdad que todo sea relativo. No es verdad que mérito y dedicación equivalgan a suerte y oportunismo, ni que el rigor y el conocimiento estén pasados de moda. No es verdad; y no porque sea obvio, hemos de dejar de proclamarlo.

Y cuando las dudas nos asalten, o cuando el día a día se obstine en darnos ejemplos de lo contrario, conviene que leamos –o que volvamos a leer─ a aquellos autores cuya obra es también como un faro que nos devuelve a la tierra firme. No estoy hablando, aquí, de calidad literaria; o no solo de calidad literaria.

Hablo de esa dimensión moral que intuimos leyendo a autores como Antonio Machado, como Miguel de Unamuno, como Gabriel Miró. Hablo de ese afán de claridad que trasluce la intensa labor creadora; como si las palabras, pulidas con precisión, con suma paciencia, nos acercaran, a los lectores, a una verdad que nos es útil y que podemos compartir, también, como ciudadanos: una ventana al mundo y un espejo de nosotros mismos.

Algo parecido sentimos cada vez que recorremos las páginas más brillantes de la obra de Álvaro Pombo, que toca géneros distintos y lo hace siempre con la mirada inconfundible, e inexplicable, del poeta. Es el fruto de toda una vida consagrada a la palabra; quizá, incluso, de un compromiso generacional, pues él mismo afirmaba en su discurso de ingreso en la Real Academia que “como muchos otros colegas y escritores de mi generación, he amado la literatura y la lengua españolas y he trabajado duro con ellas”.

Hago hincapié en el verbo y en la preposición: “trabajar con”, que nos hablan del lenguaje como un material, como una arcilla, y de la escritura como una labor casi artesanal. Un trabajo atento al significado, pero también al ritmo de las palabras: a la claridad y a la musicalidad. Y una labor, también, solitaria, introspectiva, en ese taller de cada escritor que es su emoción y su memoria. Estoy seguro de que muchos, en torno a esta mesa, sabéis mucho mejor que yo a qué me refiero.

En ese mismo discurso, el de su ingreso en la Real Academia, dijo nuestro premiado que los reconocimientos a su trabajo ─que han sido múltiples y muy prestigiosos─ le han honrado y alegrado mucho, hasta el punto de hacerle sentir, en alguna ocasión, “inverosímil”. Es, me parece, la sensación de intrusismo que acompaña a quien se ha mantenido al margen de modas y corrientes, fiel a sí mismo, cuando la sociedad reconoce su obra como algo bueno, como algo útil, como algo para todos.

Así que este almuerzo es un modo de decir, de decirle a nuestro querido Álvaro, con afecto y admiración, que esa “inverosimilitud” no es cierta, que nunca lo ha sido. Porque el Premio Cervantes que recibirá mañana, este reconocimiento a su vida y a su obra, lo sitúa, en la historia de nuestras letras, ni más ni menos en el lugar que le corresponde.

Y ahora, lo acostumbrado y apropiado era invitar a un brindis a todos los presentes, pero no así durante el luto oficial, así que permitidme que sin hacerlo ─y en nombre de todos─ rinda homenaje a la figura inmortal de D. Miguel de Cervantes Saavedra, y a nuestro Premio Cervantes 2024, Álvaro Pombo García de los Ríos.

Itzuli Hitzaldiak atalera
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