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elebro tener la oportunidad de estar hoy aquí para tratar de una cuestión a la que todos atribuimos la máxima importancia: las relaciones entre España y los países de Iberoamérica. No os oculto la íntima satisfacción que siento al trabajar con y por los españoles en este ámbito, las relaciones exteriores, y sobre todo en ese Continente tan querido.
Ya en nuestra Constitución vemos reflejada la ?especial referencia a naciones que forman parte de nuestra Comunidad Histórica?, que cobra la más alta representación del Estado atribuida al Rey.
Y estas preferencias no eran el fruto de un frío cálculo de intereses, sino, de manera principal, la consecuencia de una auténtica vocación iberoamericana que de manera colectiva siente el pueblo español.
Veintidós años después de la entrada en vigor de nuestra Carta Magna, podemos decir que, con el concurso de todos, nuestras relaciones con los países iberoamericanos son más intensas que nunca. Como decía recientemente el presidente Sanguinetti ?toda América Latina se ha revertebrado con España? y, lo más importante, hemos reconstruido una civilización?.
Por nuestro despegue económico en Europa y por una buena orientación de la política exterior de los sucesivos Gobiernos, sumado al interés creciente de los empresarios y la sociedad civil, los contactos, en efecto, se han multiplicado. A nuestras relaciones políticas se han unido las económicas y culturales. España se ha convertido en pocos años en uno de los principales inversores en la región, el primero en algunos casos. Nuestras empresas han invertido sobre todo en los sectores estratégicos, haciendo así una apuesta clara por el futuro de Iberoamérica. Aunque todavía hay mucho que mejorar en cuanto a intercambios comerciales.
La intensa labor de nuestros actores culturales ha tenido también sus frutos. Los flujos constantes entre las dos orillas del Atlántico han permitido consolidar el espacio de la cultura en español.
El cambio de naturaleza de nuestros contactos y el cada vez más denso entramado de nuestras relaciones ha propiciado el nacimiento y la consolidación de instituciones en las que ha cristalizado nuestro sentimiento de pertenecer a una verdadera Comunidad. Las Cumbres Iberoamericanas son un lugar de encuentro que ha demostrado su utilidad, y la Secretaría de Cooperación Iberoamericana (SECIB) una herramienta esencial para consolidar este espacio común.
Pero la realidad alentadora de nuestras relaciones presentes, por mucha satisfacción que nos produzca, no debe hacernos olvidar las tareas que aún tenemos pendientes.
Iberoamérica es una parte esencial del mundo occidental. Como tal, sus valores son los nuestros. La defensa de los derechos humanos y las libertades fundamentales son inherentes a una concepción de la existencia basada en el respeto a la dignidad de la persona. La democracia y el Estado de Derecho, que tantos progresos han hecho en la región, son frágiles y no están definitivamente asentados. Fortalecer sus instituciones ha de ser uno de nuestros objetivos prioritarios. Ayudar a formar a los cuadros profesionales y las élites será un elemento clave de nuestra siembra de largo futuro.
Iberoamérica es un continente desigual. Porcentajes aún muy altos de la población están aún sumidos en la pobreza. Los países iberoamericanos necesitarán crear y repartir más riqueza, para lo que hace falta más apertura y más inversiones. Además de la acción de nuestras empresas, nuestra cooperación ha de contribuir al desarrollo de las infraestructuras y del tejido económico, sin olvidar la inversión en el ser humano, protagonista y destinatario básico de los procesos de desarrollo, la cobertura de las necesidades sociales básicas y la defensa del medio ambiente.
La lengua española sigue consolidándose en el mundo, y constituye sin duda un gran activo para nuestra acción exterior. El español ha sido un poderoso argumento que las empresas españolas han tenido en cuenta a la hora de desencadenar un flujo de inversiones sin precedentes. Debemos alentar y reivindicar como propio todo lo que en este vasto ámbito se aporte a nuestro patrimonio común.
Iberoamérica y Europa forman parte en gran medida de la misma civilización. Desde esta orilla del Atlántico, España debe seguir haciendo valer esta comunidad de valores, y debe recordar de manera constante a nuestros socios europeos que Iberoamérica tiene que ser ineludiblemente una de las zonas preferentes para la acción exterior de la Unión Europea. Por su futuro desarrollo, por su riqueza en recursos y por su valiosísima aportación cultural al mundo.
Las tareas son muchas y en todas los Embajadores de España están en primera línea. En mis viajes a América he podido comprobar la dedicación y el entusiasmo con los que desempeñáis vuestra labor. Os animo a perseverar. Nuestra relación con Iberoamérica no es sólo una empresa compartida por todos los españoles. Es algo más: aquello que permite a nuestro país pasar del rango de las potencias intermedias al de aquellas naciones con proyección global.
Cedo ya la palabra al Ministro de Asuntos Exteriores para que dirija la sesión.