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cabamos de celebrar una reunión del Patronato del Instituto Cervantes. Como es tradicional, hemos querido contar a continuación con vuestra presencia para reanudar el diálogo permanente que mantenemos sobre dos temas clave: nuestra lengua y nuestro patrimonio cultural común, y las relaciones entre las dos orillas de la Comunidad Iberoamericana de Naciones.
Para nuestra satisfacción, la lengua española sigue consolidándose en el mundo.
Cada vez son más quienes, procedentes de otros ámbitos, quieren conocerla y sumergirse en la cultura, las costumbres, las tradiciones y los reflejos colectivos que tejen la identidad de esa casa común que conformamos veinte pueblos a un lado y otro del Atlántico.
En ese contexto, me gustaría destacar especialmente, como hice hace pocos meses ante el Presidente Cardoso, la importancia de las medidas adoptadas para la eficaz difusión de la lengua española a través del sistema educativo brasileño.
El Instituto Cervantes continúa desplegando sus esfuerzos para atender la demanda de nuestra lengua y cultura en un gran número de países, pero no está solo en la tarea de cultivar la lengua. Un sinfín de universidades e instituciones culturales contribuyen a la conservación y actualización del español.
Entre estas instituciones cabe citar y destacar el papel de las Academias de la Lengua Española, cuya Asociación acaba de ser premiada por la Fundación Príncipe de Asturias por su labor a favor del español.
En el ámbito de la cultura nuestro campo de acción es inmenso. Los Congresos de la Lengua son un hito. El primero, celebrado en Zacatecas, contó con el valioso apoyo del Presidente Zedillo. Nos encaminamos hacia el segundo, que tendrá lugar e Valladolid el año que viene. La lengua es sin duda uno de los grandes activos de nuestra Comunidad.
Y puesto que hemos empezado a emplear términos económicos, destaquemos la complementariedad entre lo que podemos denominar comunidad iberoamericana de negocios y la comunidad histórica y cultural iberoamericana. Con ello no disminuye la importancia de la lengua y de la cultura, sino que, muy al contrario, se realza la trascendencia del trabajo conjunto y de la cooperación en ese terreno en un mundo marcado de manera incuestionable por la economía.
La lengua común ha sido un poderoso argumento que las empresas españolas han tenido en cuenta a la hora de desencadenar un flujo de inversiones sin precedentes, que ha convertido a nuestro país en un inversor internacional en Iberoamérica de primer rango.
La inversión española, que en muchos casos tuvo un carácter pionero en unos momentos difíciles, en los que pocos apostaban por el futuro de la región, se ha dirigido, básicamente, a sectores de importancia estratégica, expresando así su voluntad de permanencia. Esta evolución de las inversiones ha supuesto un cambio positivo trascendental en nuestras relaciones con Iberoamérica.
Por otro lado, la vocación iberoamericana de nuestras empresas, su esfuerzo simultáneo en muchos de los países del continente, se está empezando a traducir en proyectos que van más allá de las fronteras de cada uno de los países iberoamericanos. Las empresas contribuyen así a la integración regional y ratifican una constante de la acción española en América. La tradición universal de España en América, decía Octavio Paz -siguiendo a su compatriota José Vasconcelos- consiste en concebir al continente como una unidad superior.
No podemos olvidar que los intercambios de capitales y bienes y servicios están siendo acompañados de manera creciente por la llegada a España de un número cada vez más importante de emigrantes. España, tradicional país de emigración, se está convirtiendo en un lugar de destino para muchos trabajadores iberoamericanos.
Creo que es el momento de recordar la deuda de gratitud de España con aquellos países que acogieron a tantos de nuestros compatriotas. La experiencia histórica nos demuestra que el esfuerzo callado de los emigrantes supone no sólo un factor de enriquecimiento para el país que los recibe, sino también una contribución decisiva a la prosperidad de su propio país de origen.
Empresarios y trabajadores, artistas y cooperantes, capitales, bienes servicios cruzan hoy las fronteras a un ritmo muy superior al de otras épocas. Nuestras relaciones son cada vez más intensas, y todo apunta a que lo serán aún más en el futuro. De ahí la importancia que atribuimos a las Cumbres de Jefes de Estado y de Gobierno.
Las concebimos como una herramienta idónea para fortalecer todo lo que nos une; para compartir planteamientos y experiencias; para mantener la fluidez de los contactos personales; y como lugar de encuentro para limar, mediante el diálogo directo, las asperezas y faltas de entendimiento que pudieran surgir en el día a día de las relaciones.
El mes que viene tendremos ocasión de encontrarnos de nuevo, esta vez en Panamá. Hago votos por el éxito de la X Cumbre, que se celebra en un año importante en la historia del país anfitrión.
Desde esta orilla del Atlántico, España seguirá haciendo valer esta comunidad de valores, y recordando de manera constante a nuestros socios europeos que Iberoamérica tiene que ser ineludiblemente una de las zonas preferentes para la acción exterior de la Unión Europea.
Antes de concluir quisiera destacar que dentro de pocas semanas -serán pocos días cuando estemos en Panamá- concluirá su periodo de gobierno el Presidente de México, Ernesto Zedillo. Su labor en la máxima magistratura ha sido importante para México, para Iberoamérica y para España. Así ha sido ampliamente reconocido en todo el mundo y quisiera unirme a este reconocimiento y transmitirle mi más alta estima.
La historia de las relaciones entre España y América ha tenido altos y bajos, encuentros y desencuentros, pero incluso en los momentos de mayor lejanía, la realidad de unos contactos que nunca llegaron a interrumpirse del todo y nuestra vocación iberoamericana prefiguraban un reconocimiento mutuo que tenía que acabar por llegar.
Hoy nuestras relaciones son más estrechas que nunca. Se cumple así el designio que tan bien expresó Ortega: "América es el mayor deber y el mayor honor de España".
Para terminar, Señores Embajadores, quisiera transmitir, a través vuestro, a los Jefes de Estado, a los Gobiernos y a los pueblos que representáis mis mayores deseos de prosperidad.