Es un honor participar en este acto en el que se hace entrega del Premio Gumersindo de Azcárate. Y lo es, en primer lugar, por quién lo concede, el Colegio de Registradores de España junto con el Decanato Autonómico de los Registradores de Madrid.
Con sus 164 años de historia, la institución registral goza de una vitalidad que la podría definir como más joven que nunca: es dinámica, moderna, avanza con el tiempo, y desempeña eficazmente su función de garante de la seguridad jurídica. No pretendo quitar el trabajo al jurado de este premio, pero me atrevo a señalar con qué justeza lo merecerían, también, las instituciones que lo otorgan.
Pero es también un honor participar en esta celebración, por quién recibe el premio y por podérselo entregar yo. En sus 15 ediciones, el Gumersindo de Azcárate ha distinguido a personas y entidades que han contribuido a la promoción y garantía del Estado Social y Democrático de Derecho. Este año distingue al Poder Judicial, y esa es también una gran noticia, porque en el premio se encierra un triple reconocimiento:
1- Reconocer al Poder Judicial, reconocerlo en su conjunto, es reivindicar su historia y su presente; su dimensión vertebradora del estado, pero también la labor diaria de quienes lo integran. Porque como decía Jean Monnet, el padre de Europa “los hombres pasan, pero las instituciones quedan; nada se puede hacer sin las personas, pero nada subsiste sin las instituciones”.
2- Reconocer al Poder Judicial es, también, reconocer a nuestros constituyentes, quienes, desde la experiencia histórica y el derecho comparado, diseñaron un poder integrado por jueces y magistrados independientes, inamovibles, responsables y sometidos únicamente al imperio de la ley.
"...reconocer al Poder Judicial, reconocerlo en su conjunto, es reivindicar su historia y su presente; su dimensión vertebradora del estado, pero también la labor diaria de quienes lo integran..."
3- Reconocer al poder judicial es, por último, reconocer y celebrar estas casi 5 décadas de historia democrática. Un tiempo de convivencia, de derechos y libertades, de progreso económico y mejora del bienestar social, que ha sido posible porque nuestros jueces y magistrados velan por ese principio sobre el que reposa nuestra arquitectura institucional y nuestra conciencia ciudadana: el principio de igualdad ante la ley.
Porque como decía Gumersindo de Azárate, el jurista, el filósofo, el historiador, el institucionista, “si la ley es la garantía del derecho, los tribunales son la garantía de la ley”.
El pasado 23 de enero, tuve el honor de acompañar a la última promoción de jueces en el acto de entrega de despachos de la Carrera Judicial en Barcelona; muchos de los aquí presentes estabais también allí, en esa ceremonia que tiene todos los años, con todo sentido y rigor, un profundo sentido deontológico.
Al hablarles a nuestros nuevos jueces les transmití, lógicamente, la enorme satisfacción que sentíamos todos por que hubieran superado un durísimo proceso selectivo; y también les recordé el compromiso que estaban adquiriendo con toda la sociedad, un compromiso que les obligaba, a diario, a la excelencia y a la ejemplaridad.
Compartí con ellos, igualmente, la reflexión o la idea de que la legitimidad de las instituciones se alimenta de la confianza de la ciudadanía, y que mantener y merecer esa confianza es un trabajo delicado y un esfuerzo diario: obliga a acompasarse a los nuevos usos y costumbres, a los nuevos lenguajes, a las nuevas tecnologías; obliga a acompañar las transformaciones sociales y hacer del cambio un aliado para una administración de justicia cada vez más ágil y eficaz.
Dije, también, que en la historia reciente encontrarían referentes constantes para el ejercicio de su profesión. Porque es un orgullo contemplar estas últimas décadas de nuestra carrera judicial y hallarla llena de ilustres juristas que nos han hecho mejores como sociedad. Que han sido también profesores, escritores, pensadores, investigadores; que han trasladado la ciencia jurídica del mundo de las ideas a la práctica y la cotidianeidad.
Así que celebro la concesión al Poder Judicial de un premio que lleva el nombre de Gumersindo de Azcárate. Un hombre todavía escasamente recordado para lo que merece y debería ser ─como sucede con tantos de nuestros autores de finales del XIX y principios del XX─ pero que tuvo un papel crucial en la introducción de la modernidad en nuestro país. Un hombre para quien, como señaló el presidente de la Institución Libre de Enseñanza, José García Velasco, “tolerancia significaba no renunciar a tus ideas y establecer un espacio común basado en el respeto escrupuloso por las leyes. Un espacio mutuamente acordado”. Sabias palabras que conviene recordar.
Muchas gracias.