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Palabras de Su Majestad la Reina en la "Cumbre Humanitaria de Madrid"

Madrid, 14.12.1995

Entre las muchas y muy importantes reuniones internacionales que se celebran en España en los últimos meses, me produce una satisfacción muy especial presidir la relacionada con la Ayuda Humanitaria.

La presencia en este acto de representantes muy destacados de las principales organizaciones y organismos internacionales, y de Organizaciones No Gubernamentales de todo el mundo, significa un reconocimiento público del elevado nivel de conciencia social y de solidaridad con los más necesitados, que se ha alcanzado en los últimos años en todos los países. Mi felicitación por tanto a los promotores de esta Cumbre Humanitaria.

El concepto actual de ayuda humanitaria, cada vez más próximo a los principios de imparcialidad y neutralidad, refleja el más noble y solidario de los sentimientos humanos y significa ayudar a las personas, para reforzar su integridad y dignidad, independientemente de quiénes sean y dónde se encuentren, sin tener en cuenta raza, religión, ideología o cualquier otro condicionante personal.

Mejorar y perfeccionar la interrelación de las actividades humanitarias y políticas debe ser uno de los objetivos prioritarios de todos los que tienen responsabilidades en este campo. Manejar esa relación adecuadamente es de una importancia vital, porque los donantes, que en todos los países del mundo están dispuestos a llevar a cabo sacrificios personales y económicos, en ocasiones muy notables, deben tener la seguridad de que sus esfuerzos han de servir, únicamente, para lograr los objetivos propios de la ayuda humanitaria.

Ese convencimiento será el motor que siga alimentando sin interrupción, a pesar de las crisis económicas, la corriente de generosidad y apoyo sin la cual las misiones humanitarias no pueden subsistir. De ahí la gran responsabilidad que tienen todas las Instituciones, Organismos y Organizaciones No Gubernamentales implicadas en esta tarea, en la aportación de nuevas ideas y  planes para captar medios, y en la elaboración de programas que sigan motivando a los ciudadanos de buena voluntad de todos los países.

No quiero dejar de referirme, aunque sea brevemente, al gran papel que juegan las Organizaciones No Gubernamentales en todo el mundo como canalizadoras de la solidaridad más próxima, entrañable y humana. La movilización general que llevan a cabo para aportar recursos y la colaboración personal de sus miembros como voluntarios, abandonando aunque sea temporalmente familia y comodidades, es la más real y gratificante expresión del concepto de solidaridad.

En España, esta labor ha sido reconocida ya en varias ocasiones con la concesión a diversas Organizaciones No Gubernamentales de los Premios Príncipe de Asturias de la Concordia, de Comunicación y Humanidades, y de Cooperación Internacional.

La sociedad española ha realizado un considerable esfuerzo en el terreno de la ayuda a los países y sectores más desfavorecidos. El continuo incremento de la ayuda al desarrollo ha colocado en poco tiempo a España en uno de los diez primeros países donantes de ayuda humanitaria.

Pero esto, con ser importante, no es suficiente. Afortunadamente contamos en nuestro país con  miles de personas dispuestas a dedicar sus vidas a la ayuda humanitaria. También contamos con millones de compatriotas que desean dedicar una parte de su esfuerzo a ayudar a quienes más lo necesitan. Por eso, conociendo vuestra innata generosidad y sensibilidad, os animo a que esta corriente de solidaridad, lejos de ser una actitud pasajera, se consolide en vuestros corazones como una virtud que se sume a las ya reconocidas que nosotros poseemos.

Hay sitio y trabajo para todos: para las Administraciones del Estado y cada una de sus Instituciones, para las diversas Organizaciones No Gubernamentales y todo tipo de Fundaciones. También hay sitio para la gente común,  el ciudadano que con el corazón abierto sienta la necesidad de atender la súplica, muchas veces silenciosa, de tantos seres desfavorecidos.

Muchas gracias.

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