Quiero, en primer lugar, expresar mi gran satisfacción por encontrarme de nuevo en esta querida tierra portuguesa, tan ligada histórica y afectivamente a mi país y a mi familia, y en esta bella ciudad de Lisboa, que con esperanza e ilusión empieza ya a vestir sus mejores galas para el acontecimiento cumbre de la Exposición Universal de 1998.
Mi agradecimiento también a Doña María de Jesús Barroso por su cordial invitación para participar en este Congreso, relacionado con las condiciones de vida de los más pequeños.
El problema de la violencia en la infancia y juventud ha sido y continúa siendo uno de los más serios, complejos y dolorosos de los que aquejan a las diferentes sociedades. La calidad de vida de numerosos niños se encuentra profundamente deteriorada por los malos tratos que reciben, ya sea en el ambiente familiar, o fuera de él, y sus consecuencias repercuten en forma acusada en su desarrollo físico y emocional.
Si consideramos que los daños psicológicos originados por esta violencia sin sentido tienden a producir graves alteraciones personales, creando agresividad en la infancia y conductas antisociales en la adolescencia y edad adulta, además de los elevados costes sociales que esto representa para la colectividad, podemos afirmar que la violencia y los malos tratos en la infancia constituyen un problema social de primera magnitud.
Mucho se ha progresado en la atenuación, aunque no en la solución definitiva de esta cuestión. La legislación internacional y la de los distintos países avanza continuamente en el reconocimiento, perfección y redefinición de los derechos de los niños. Congresos como éste confirman una preocupación generalizada por corregir un problema que tiene raíces muy profundas.
Sin embargo, poco pueden hacer los legisladores y los poderes públicos si en el corazón de las familias no anida un deseo firme de solucionar esta cuestión. A la familia, como núcleo fundamental de la sociedad, le cabe la importante misión de fortalecer el sentido de la responsabilidad de todos sus miembros, para lograr una convivencia en armonía. Sólo así podremos eliminar la paradoja de que la familia sea la institución donde pueden producirse las conductas más violentas y, al mismo tiempo, el refugio donde la inmensa mayoría de las personas pueden encontrar apoyo, comprensión y amor.
La condición de célula cerrada de la familia, donde tantas veces se aíslan y se hacen impermeables los problemas, impide en muchas ocasiones que pueda tenerse un conocimiento adecuado de la auténtica dimensión del sufrimiento de los niños. Por eso es tan necesario que la red de apoyo social de los Poderes Públicos, Instituciones y órganos de la Sociedad civil establezcan y coordinen medidas en el plano económico, laboral, social, sanitario y educativo que beneficien a las familias, con objeto de que los factores de riesgo que inciden en la violencia y el estrés infantil debido a esas carencias familiares, queden por lo menos atenuados.
Una gran importancia tiene igualmente la prevención. El establecimiento de programas de divulgación sobre las graves consecuencias que la violencia ejercida en los menores puede tener en su desarrollo armónico es responsabilidad, tanto de las instituciones como de los medios de comunicación social. La influencia de la información en la creación de una opinión pública consciente de este grave problema, es uno de los mayores servicios que los medios de comunicación pueden prestar a la sociedad.
En España se encuentra actualmente en desarrollo, bajo la dirección del Ministerio de Asuntos Sociales, un Plan de Intervención Global en materia de malos tratos infantiles, en el que las distintas Administraciones colaboran en íntima armonía.
Este Plan, complejo y minucioso, engloba los programas parciales siguientes: formación de profesionales, sensibilidad ciudadana, prevención e información, investigación, registro de datos, propuesta de normativas y reformas legislativas, y fomento de asociaciones relacionadas con los objetivos del Plan, en un intento de proporcionar a la sociedad una respuesta coherente a sus necesidades.
Hace muy pocos días me fueron solicitadas, como Presidenta de UNICEF-España, y como prólogo de un libro titulado "Niños como yo", conmemorativo del 50 Aniversario de su fundación, unas palabras relativas a la infancia. Por considerar que las mismas tienen plena actualidad y encajan perfectamente en los temas a tratar en este Congreso, me permito reproducir algunos párrafos como final de mi intervención:
"Sé que hay muchísimos niños que viven una vida dura, en la que el desamor es el alimento cotidiano. Y un niño no puede vivir sin amor. Porque su pequeño cuerpo necesita para desarrollarse no sólo alimento material, sino juegos, risas, ternura, y siempre, la complicidad afectuosa de los adultos.
El camino más eficaz para solucionar los problemas de la infancia del futuro es hacer de nuestros niños de hoy seres generosos, tolerantes y solidarios. Un niño que ha recibido afecto entrega siempre cariño y comprensión. Es la cadena del amor que los adultos estamos obligados a transmitir a todos los niños, como garantía de que de esta forma acabaremos rompiendo, definitivamente, los eslabones del silencio y del dolor".
Muchas gracias.