E
l reencuentro que cada año en estas fechas tenemos en la Escuela Diplomática, con ocasión de la clausura solemne del curso académico, constituye una gratísima y ya bien asentada tradición, que nos permite renovar el contacto con los hombres y mujeres de nuestro Servicio Exterior, a través, especialmente, de quienes integran la más reciente de sus promociones.
Exteriorizamos así nuestro apoyo y aliento a los miembros de una carrera que tiene por misión la defensa de los intereses de España en el concierto de las naciones.
Este encuentro incluye igualmente a los alumnos de los diversos cursos que tienen como marco a esta Escuela, y cuyo denominador común es una compartida aspiración a adquirir o a completar conocimientos sobre la cada día más compleja realidad internacional.
Se cuentan también entre ellos miembros de los servicios diplomáticos de muchos países con los que España mantiene relaciones de amistad y cooperación, y cuya confianza al encomendar a esta Escuela la formación o el perfeccionamiento de sus futuros agentes es para nosotros motivo de especial satisfacción.
La escena internacional se encuentra sometida a un proceso de cambio acelerado, y plantea por ello sin cesar retos inéditos a los gobernantes, a los responsables de las estructuras de seguridad y de los organismos y agencias de cooperación y, naturalmente, a los profesionales de las relaciones exteriores.
Nuevas cuestiones, algunas tan importantes como la defensa de los derechos humanos, las exigencias de una solidaridad internacional efectiva y adecuada, el peso creciente de los aspectos económicos y la debida atención a sus efectos sociales, inciden cada vez con más fuerza en vuestra tarea y amplían y dan nuevo impulso a sus objetivos.
El creciente protagonismo de España en el mundo, que tanto debe a la dedicación de sus diplomáticos, os impone también nuevos esfuerzos en la promoción de la imagen de nuestra patria, la defensa de sus posiciones y la difusión de su cultura al nivel y con los medios que exige un contexto mundial cada vez más globalizado, interdependiente y competitivo.
De ahí la necesidad de una preparación atenta a las circunstancias en que hoy se desenvuelve la función diplomática, que no son ya las restringidas y casi inaccesibles de antaño, sino las de una gestión altamente especializada en áreas muy sensibles y que interesan cada vez más a la opinión pública.
Un oficio que no puede improvisarse y en el que cuentan sobre todo la entrega y la competencia, el sentido de la función y la vocación de servicio. Sabemos bien que ésos son los ingredientes reales de vuestro buen hacer, y nos complace proclamarlo en esta Aula Magna de la Escuela donde os habéis formado, y donde quiero formularos también el más apremiante llamamiento a perseverar en la línea de superación constante que aquí os han inculcado.
Ciñendo el histórico escudo de armas de la Monarquía Hispánica que preside este recinto campea orgullosa la divisa que os señala como enviados de la Patria y encargados de manifestarla a través de vuestra profesión.
Tenedla permanentemente presente en vuestro espíritu, como un poderoso recordatorio del honor insigne que supone representar a nuestra Nación, y también, y quizá sobre todo, de las estrictas obligaciones que ese honor comporta.
Sed conscientes de la gran tradición que heredáis y del buen estilo con que siempre fue ejercida. Sed también constantes en el esfuerzo; que nunca os venza el desánimo y tampoco, menos aún, la vanagloria; no olvidéis que se vale sirviendo.
No quisiera terminar sin añadir a mis palabras la afectuosa felicitación que hoy especialmente dirijo a todos los que dáis feliz término a los trabajos de este año académico, felicitación que hago extensiva a vuestras familias y también, muy de corazón, a quienes, a lo largo de los años, han dirigido vuestra formación, orientado vuestros pasos y alentado vuestros afanes. Gracias a todos por el trabajo bien hecho.
Declaro clausurado el curso 1997-1998 de la Escuela Diplomática.