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Mensaje de Navidad de Su Majestad el Rey

Madrid(Palacio de la Zarzuela), 24.12.1993

E

n esta víspera de navidad, tengo ocasión, una vez más, de enviar a todos los españoles, en nombre de la Reina, en el de mis hijos y en el mío propio, un saludo fraternal y los mejores deseos de felicidad y paz.

Siguiendo una tradición de siglos, los españoles nos reunimos hoy en torno a la mesa de la nochebuena para celebrar una fiesta que nos da motivos para renovar nuestros sentimientos y nuestros afectos, viviendo con intensidad unas horas en familia o entre amigos. En estos momentos de intimidad y calor, deseo dirigiros unas palabras que están inspiradas por la sinceridad y el cariño.

Cuando el año pasado os hablé, en estas mismas fechas, destaqué los resultados alcanzados a lo largo de un año particularmente significativo para nosotros los españoles. Al mismo tiempo, evoqué las inquietudes y los problemas que proyectaban su sombra sobre nuestro quehacer colectivo y también sobre la vida individual de muchos ciudadanos.

1993 ha sido un año sin duda difícil. Después de un período de prosperidad y crecimiento, nos enfrentamos hoy con una situación de recesión y crisis. Importantes sectores de la economía están pasando por serias dificultades que, lógicamente, repercuten de manera muy directa en la vida de un considerable número de personas.

La crisis que vivimos tiene su dimensión más dolorosa en los problemas de orden social que trae consigo. Son problemas que trascienden la frialdad de las estadísticas y de los despachos. Problemas que irrumpen en el ruido de las ciudades o en el silencio de los campos y que entran en la intimidad de los hogares y en el corazón de las personas.

De todos esos problemas, el más grave es sin duda el desempleo. Son muchos hoy los que no pueden acceder a un puesto de trabajo y los que, con honda preocupación, ven amenazado el que tienen o han perdido el que tenían. Pienso de manera especial en los jóvenes y en todos aquellos que se encuentran en una situación de desempleo prolongado.

Tenemos que afrontar el problema del desempleo con decisión y absoluta firmeza. Tenemos, entre todos, que ganarle la batalla.

Los españoles ya hemos demostrado en el pasado que somos capaces de superar momentos difíciles. No podemos dejar que el desánimo, la inercia o el miedo, nos lleven a refugiarnos en posiciones egoístas e insolidarias, ni esperar que otros vengan a resolver nuestros problemas.

La situación en la que nos encontramos nos afecta a todos y requiere un esfuerzo colectivo para aprovechar las posibilidades de solución que sin duda existen. España cuenta con las condiciones necesarias para, con el trabajo y la unión de todos, vencer las dificultades actuales.

No olvidemos en estos momentos que sólo estarán en condiciones de afrontar el presente con garantías de éxito y proyectarse hacia un futuro esperanzador los pueblos que sepan sacar de sí mismos sus mejores energías y capacidades. Los pueblos decididos a convivir en armonía y concordia, exigentes en el respeto de unas normas éticas de conducta, austeros pero a la vez generosos con los más débiles y desprotegidos. Los pueblos capaces de perfeccionar sus sistemas educativos y sociales, de primar y estimular la investigación y la cultura, de renovar sus equipos productivos y de proteger y potenciar el entorno natural en el que viven.

El mundo actual es cada vez más abierto y competitivo. Pero la clave de ese mundo siguen siendo sus hombres y sus mujeres. Por eso, ningún programa económico, ninguna innovación tecnológica desplazarán el papel que corresponde al esfuerzo personal, a la voluntad de superación, al deseo de acrecentar el conocimiento. No hay fórmulas económicas o técnicas que sustituyan a la abnegación, al gusto por el trabajo bien realizado, al afán de los padres por ensanchar las oportunidades de sus hijos, y a tantas otras virtudes que han sido motor del progreso humano.

El trabajo y la solidaridad, la ilusicón y la honradez, el diálogo y la tolerancia, son virtudes que hemos ejercido para construir la sociedad libre y democrática en la que vivimos. Son valores que hemos de cultivar y desarrollar para seguir mejorándola día a día. Valores que debemos inculcar con convicción a nuestra juventud para tener en ella la más firme garantía de convivencia en paz y progreso.

Debemos también prestar atención a otros aspectos de nuestra vida colectiva que van más allá de los específicamente económicos y sociales. No dejemos que legítimos intereses particulares se antepongan a los intereses generales, que el normal funcionamiento de la instituciones se vea alterado por desacuerdos superables, o que nuestra vida democrática pierda transparencia y vigor. Para evitarlo, tenemos en nuestras manos un instrumento de tolerancia y libertad: nuestra Constitución, que hace unos día ha cumplido su decimoquinto aniversario.

Los españoles no vivimos aislados, ni para lo bueno ni para lo malo. Es cierto que en nuestro entorno la crisis económica está poniendo en entredicho muchos de los logros conseguidos en los pasados años de prosperidad y crecimiento económico. Si miramos más lejos, veremos que en otras partes del mundo subsisten situaciones intolerables de marginación y miseria. En un mundo más interdependiente hoy que nunca, todos nos vemos implicados y nos tenemos que sentir afectados por el destino de todos. Tenemos que ser solidarios con los pueblos que viven en la pobreza y el subdesarrollo, porque la generosidad para con ellos no es sacrificio sino justicia.

Europa se encuentra en una difícil encrucijada. Por una parte, se ha liberado de los sistemas que la oprimían y dividían, pero, por otra, apuntan de nuevo brotes de fanatismo, de egoísmos nacionales y de violencia, que parecían ya olvidados, y que tánta destrucción y padecimientos trajeron en el pasado.

Los españoles nos hemos comprometido, junto con el resto de los pueblos europeos, en la construcción de la Europa del futuro. Los esfuerzos que hasta ahora hemos desarrollado han producido resultados considerables, aunque también pesimismo y frustraciones.

La Unión Europea es ya una realidad. Tendremos que perseverar en la tarea de adaptación y renovación en que estamos empeñados, porque nuestro futuro y el de nuestros hijos está ahí. No podemos, sin embargo, abandonar nuestra identidad y nuestra personalidad. Por eso es necesario que nuestros intereses queden bien protegidos y armonizados con los de los otros miembros de la Unión, sin renunciar a lo que nos es propio y merece ser defendido.

Pero no es sólo en el ámbito económico en donde se le plantean a Europa los nuevos desafíos. También en las esferas política y social y en el terreno de la seguridad hay que hacer un esfuerzo para que los valores de la libertad, la justicia y el respeto al derecho sean los que primen y rijan la convivencia y para que Europa siga siendo un espacio seguro y estable.

En este sentido, quisiera referirme especialmente a la labor que están desarrollando compatriotas nuestros. Nuestros soldados, que con su abnegación y sacrificio están prestando una ayuda inestimable a víctimas inocentes de la horrenda violencia que asola los territorios de la antigua Yugoslavia.

Con cierta frecuencia, he tenido un recuerdo para ellos y he reconocido el mérito y la grandeza de su tarea. En esta nochebuena, deseo recordar especialmente a las familias que perdieron a alguno de sus hijos en aquellas tierras y transmitir a los que allí se encuentran ahora mi saludo y, en nombre del pueblo español, nuestro agradecimiento por la labor ejemplar que están llevando a cabo en tareas humanitarias y en favor de la paz.

A lo largo de este año, otros españoles han perdido la vida o han sufrido infames agresiones como consecuencia de la fanática violencia terrorista, último bastión del totalitarismo y la intolerancia que creíamos definitivamente superados. Todos ellos ocupan en estas fechas un lugar especial en mi recuerdo.

A los que, dentro de nuestro país, sufren situaciones de marginación social, se encuentran solos o sin la compañía de su familia, les envío mi recuerdo y aliento.

A los españoles que se encuentran fuera de nuestras fronteras, como emigrantes o residentes en el extranjero, les dirijo un saludo lleno de afecto.

A los queridos pueblos de Iberoamérica dedico en esta noche un recuerdo fraternal.

A todos los extranjeros que comparten con nosotros su esfuerzo y contribuyen a nuestro bienestar, les deseo prosperidad y paz entre nosotros.

Es también momento para evocar a las personas queridas que nos han dejado durante el año que ahora termina. Deseo compartir con vosotros el recuerdo de la figura de mi padre, el Conde de Barcelona, que murió tras una vida plenamente dedicada al servicio de España.

En el espírtu y el calor de la navidad, vuestro Rey pide a Dios que extienda su protección sobre todos nosotros y os anima a seguir trabajando con fe y con ilusión en la apasionante tarea colectiva de mejorar España.

Buenas noches.

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