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Mensaje de Navidad de Su Majestad el Rey

Madrid(Palacio de La Zarzuela), 24.12.1991

E

s costumbre en estos tradicionales mensajes de la navidad, hacer un resumen de los acontecimientos más importantes ocurridos durante el año que está a punto de terminar.

Pero tal vez su enumeración y análisis alargarían excesivamente unas palabras que desearía fueran tan afectuosas como breves para no perturbar unos momentos de intimidad y calor familiar, cuando los españoles nos reunimos en torno a la mesa de la nochebuena.

Por eso, yo quisiera, en esta hora, poner de relieve sobre todo lo que pueda contribuir a incrementar nuestra satisfacción, nuestra tranquilidad y nuestra esperanza. Porque es preferible huir de esa especie de impulso negativo que nos mueve en ocasiones a resaltar los propios males, defectos o desgracias, como si disfrutáramos lanzando al exterior cuanto podamos tener de criticable o imperfecto, con preferencia a nuestras virtudes, a nuestros logros, o a nuestros éxitos.

Hemos contemplado de qué forma las transformaciones tan rápidas como inesperadas que tuvieron lugar en distintos países y despertaron alegres ilusiones, se han complicado extraordinariamente y han alcanzado un punto en el que es difícil prever soluciones inmediatas y definitivas. Han aparecido los enfrentamientos, la violencia y las penalidades. Congratulémonos de que ante tantas incertidumbres y tensiones, España permanezca alejada de conflictos, siga con firmeza y seguridad un camino bien trazado y podamos disfrutar hoy en paz y con alegría estas fiestas que se caracterizan por la buena voluntad de los hombres.

Nos encontramos ante la instauración de nuevos sistemas políticos, de uniones diferentes, de segregaciones que hace poco tiempo no podíamos sospechar. Mientras se produce la disgregación de la Unión Soviética, tiene lugar en Europa el fenómeno contrario, que tiende a estrechar las relaciones económicas, monetarias, políticas y de defensa, con vistas a la unidad. Propósitos de unidad en los que España participa directamente, con dignidad y prestigio, con personalidad propia y criterios claros, que se han puesto de manifiesto en la reunión recientemente celebrada en Maastricht, y en los que todos debemos colaborar con nuestro trabajo, nuestro esfuerzo y con un sacrificio que si duda producirán su fruto en un mañana no lejano.

Por eso debemos estar orgullosos de la forma civilizada y armónica en que hemos logrado instaurar nuestra democracia, cuando tantos lo consideraban poco menos que imposible. Cuidémosla con cariño para perfeccionarla en cuanto sea susceptible de ser perfeccionada y, sobre todo, para evitar que caiga en defectos que distorsionarían un sistema al que es preciso prestar el mayor apoyo y la colaboración más decidida. Por encima de diferencias de criterio en lo accesorio, hemos de tender al acuerdo en lo fundamental, el apoyo total y unánime a los intereses nacionales fácilmente identificables. Formemos un todo compacto, con las naturales disparidades de criterios, pero con el espíritu abierto a recoger las que se consideren aprovechables, aunque procedan del adversario político, sin que la aceptación de lo que favorezca a España quede limitada por sentimientos de orgullo o de amor propio.

Por muchas discrepancias que puedan existir en el análisis de los problemas y en las ideas para su solución; por diferentes puntos de vista que las personas o los grupos mantengan; por contrapuestos que aparezcan los intereses dentro de nuestra sociedad, creo que siempre es posible encontrar coincidencias y puntos de contacto, en temas y principios básicos sobre los cuales todos podemos cooperar y sentirnos unidos, para lograr el progreso de nuestra patria.

En esta unión sobre lo esencial, dediquemos atención destacada al aspecto de la economía, tan importante para el bienestar de los pueblos. Al armonizarse los distintos intereses con recíprocos sacrificios, bajo una dirección equilibrada, certera y con visión de futuro, conseguiremos un clima de armonía social. Si revisamos nuestro pasado reciente, podemos comprobar cómo los principales logros provienen del diálogo, del consenso y del pacto en el que cada uno ha de renunciar a un algo limitado para conseguir un todo general.

Yo os pido esta noche que continuemos por ese camino. Que venzamos juntos las dificultades, que corrijamos nuestras faltas y los errores de nuestras conductas. Es verdad que en los tiempos que corren son grandes las exigencias materiales. No puede evitarse que se manifieste en nuestra sociedad un acusado sentido práctico en la búsqueda de posiciones seguras o un afán por alcanzar niveles económicos y sociales cada vez más sólidos y destacados para los individuos, las familias o los grupos. Pero no rompamos con los principios éticos más elementales, con el respeto a los valores morales y a las normas de conducta que deben regir a los hombres a través de su vida.

Por fortuna, la transparencia inherente a la democracia, la libertad en la crítica y la justicia en la aplicación de las normas, permiten descubrir y sancionar públicamente las acciones censurables que aun cuando sean limitadas, resultan propicias a ser generalizadas por la opinión.

Quisiera destacar como un hecho fundamental del año que hemos vivido, la celebración en Madrid de la Conferencia de Paz para Oriente Medio, que constituye un hecho relevante para nuestro país y el inicio de unas negociaciones que, quiera Dios, conduzcan al hallazgo de fórmulas válidas para terminar con la tensión en esa zona del mundo.

Me había propuesto esta noche, como dije al principio, abstenerme de recordar los aspectos tristes y desagradables del año que termina. Pero no puedo dejar de traer a la memoria de todos a esas víctimas inocentes del terrorismo que también durante ese período han sufrido la muerte, la mutilación y el dolor. Hacia ellas y sus familias va ahora mi pensamiento y el pesar más profundo. Y ni siquiera en estos momentos de perdón y de paz, logro evitar que se desate mi indignación, no sólo frente a los asesinos cobardes e implacables, sino también ante las manifestaciones ambiguas, vengan de donde vengan, o las encubiertas equiparaciones entre quienes ejercen el terror y los que son objeto de su demencia.

Miremos con esperanza al nuevo año y confiemos en que lograremos superar ese mal que nos amarga y nos duele tanto. A través de mis palabras os he pedido la sólida y unánime unión en aquellos temas que afectan al supremo interés nacional. Y precisamente, este del terrorismo es uno de los que la exigen con mayor intensidad.

En 1992 conmemoraremos el V Centenario del descubrimiento del nuevo mundo. Será la celebración de un acontecimiento que se debe juzgar situándolo a todos los efectos en la época en que se produjo, con sus costumbres y su grado de civilización, sin complejos de culpabilidad ni tintes sombríos.

Para recoger su grandeza y sus enseñanzas, hagamos nosotros el descubrimiento auténtico y sincero de nuestra España de hoy. Sólo así seremos dignos herederos de los aciertos del pasado y sabremos evitar sus errores.

Como españoles, nos sentimos estrechamente unidos a los países hermanos de América. Su navidad es nuestra navidad. Y deseamos que no haya entre ellos un solo pueblo sin paz y justicia, una sola persona sin dignidad, ni un solo niño sin mañana. Con el año 1992 os invito a la colaboración en los actos de la Exposición Universal de Sevilla, los Juegos Olímpicos de Barcelona y la capitalidad cultural de Europa, en Madrid.

Constituyen tres oportunidades señaladas para que se manifieste esa creatividad de que siempre hemos hecho gala los españoles. Y estoy seguro de que, una vez más, la hospitalidad de nuestro pueblo servirá a la fraternidad universal. Mi felicitación y la de mi familia a todos los españoles de dentro y de fuera de España.

Pido a Dios que los sentimientos de esta noche de paz y de alegría, iluminada por las luces de la navidad, se extiendan a todos los hogares de nuestra patria y se prolonguen a través de los días y de los años venideros.

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