C
on la brevedad que impone el respeto a estas horas de familiar satisfacción e intimidad que nos brindan las navidades, deseo transmitiros un saludo lleno de optimismo y de cordialidad.
Cumplo con ello, en unión de la Reina y de mis hijos, una gozosa costumbre de todos los años, amparada en vuestra hospitalidad y cortesía, que me permiten entrar unos momentos en los hogares españoles.
En ellos esperáis por estas fechas, propicias a la reflexión, al entendimiento y a la sinceridad, unas palabras del Rey.
Esas palabras, al finalizar este año 1982, rico en acontecimientos, no pueden ser otras que las de solidaridad y esperanza. No sólo porque concuerdan con el ánimo de esta celebración entrañable, sino porque son sentimientos profundos, y relacionados entre sí, que los españoles hemos venido fortaleciendo día tras día, año tras año, esfuerzo tras esfuerzo, en nuestra biografía reciente como pueblo.
Ofrezcámonos recíprocamente ambas cosas, sin temor. Porque constituyen rasgos positivos de nuestra sociedad, capaces de hacernos más fuertes ante los problemas y las dificultades que, como a otras naciones, nos aprietan y a veces nos angustian.
De la solidaridad y de la esperanza compartidas, nace la unión.
Y todos sabemos que cuando los españoles nos sentimos unidos somos invencibles y nuestros propósitos se convierten en energía creadora.
Por convencimiento y necesidad, hemos de estar fundidos en nuestros proyectos de generosa convivencia en libertad, que es ya ejemplar para el mundo. En ese sentido podemos mirarnos con sano orgullo y compartir nuestro pan navideño con la satisfacción de que nos encontramos en el camino adecuado, alegres y serenos.
Todos somos conscientes, y lo hemos aprendido con dolorosas experiencias_ de que la fuerza moral de nuestra situación no consiste en hacer exclusivo de la voluntad de cada uno y de la particular capacidad el esfuerzo de realizarnos históricamente, sino que tenemos que dar a los demás la oportunidad de trabajar a nuestro lado, en el mismo proyecto común.
Y así, unos con otros, repartiendo las responsabilidades, como se hace en la actividad laboral de cada empresa, hemos de practicar en el sostenimiento de un quehacer constante, armónico y coherente, como corresponde a la gran empresa que es una nación viva y moderna.
Esta solidaridad y esta esperanza, como antorchas de nuestro espíritu colectivo, se encienden básicamente en la familia.
Son consustanciales con ella. Porque la familia es la clave de nuestro ser y de nuestro sentir como españoles.
Es la que nos da fuerzas para el trabajo e inspira nuestras ilusiones.
En su ámbito y compromiso nos engrandeceremos y nos autoexigiremos. Por eso solemos decir que cuando la familia española ha ido bien, también ha ido bien España. Y por el contrario, cuando se encuentra herida y desconcertada, se producen desequilibrios sociales y políticos irreparables.
Creo por ello que esta luz familiar de la navidad, cuando todavía está presente en nuestros corazones un mensaje evangélico inolvidable y estimulante, alumbra nuestra existencia como pueblo, como una gran familia sin fisuras ni vacíos.
Una gran familia, en la que sus miembros pueden tener sus peculiaridades, sus especiales maneras de ser o sus costumbres diferentes. Pero siempre unidas por lazos indisolubles y coincidentes todos en la suprema aspiración de que la patria común prospere y se engrandezca en paz, en orden y en hermandad.
Esa es nuestra riqueza más cercana y fecunda. Gracias a ella engarzamos con amor la conflictiva sucesión de las generaciones.
Permitidme, en la confianza que como padre me une a tantos de vosotros, que en mis sinceras palabras señale estas connotaciones solidarias.
Los padres, en efecto, miramos a nuestros hijos como una tarea constante, conmovedora y esforzada. A medida que los vemos crecer en posibilidades y problemas, nos preguntamos si seremos capaces todavía de ayudarles con eficacia, con acierto y con oportunidad.
Y es que, a su vez, los hijos, las jóvenes generaciones que nos rodean, llaman imperativamente al futuro, porque sueñan sin límites ni cautelas y reclaman compartir cuanto antes esfuerzos y fatigas con quienes les precedemos.
Tendámosles la luz para descubrirles caminos y horizontes. España está en ellos, va con ellos. Los jóvenes que nos abren sus manos tienen la misión de engrandecerla, con entusiasmo y laboriosidad, aún más de lo que nosotros hayamos podido hacer.
Por eso, al daros el saludo de la paz y el amor, al filo de estos días de balances y exámenes de conciencia, os pido una profunda entrega a la familia, prenda y garantía de futuro.
No quiero olvidar, en mi saludo, dedicar un especial recuerdo a cuantos han dado su esfuerzo y su vida en el cumplimiento del deber para conservar esta paz y estas posibilidades de futuro que nos ilusionan. Estoy seguro de que ellos nos acompañan ahora en el corazón y reciben el agradecimiento de cuantos aman el orden y la libertad.
A los españoles que por razones de trabajo no pueden compartir estos momentos de encuentro en el hogar.A los que están en la mar, en las fronteras, en los servicios imprescindibles que guardan nuestra seguridad ciudadana en todos sus aspectos.
Tengamos también un recuerdo para aquellos de nuestros compatriotas que conviven en diversos países en ejemplar laboriosidad con otras comunidades y hoy sienten con especial emoción la separación y la lejanía.
Quisiera, por último, en un abrazo de corazón, sentirme con mi familia cerca de todos, en la consolidación de la paz, en la esperanza creciente de lograr para España un destino mejor y más próspero. Un destino que no es imposible, sino que nos espera, sin duda, en el trabajo y en la propia responsabilidad.
En nombre de esa paz y de esa esperanza que descansan en las de la propia familia, en la bondad y eficacia de las instituciones, en la voluntad de superación de los españoles, os deseo unas navidades muy felices, y un nuevo año lleno de venturas.
Buenas noches.