M
e he permitido entrar en vuestros hogares, a través de la radiotelevisión, en esta noche tan señalada, para felicitaros muy cordialmente las pascuas. Junto con la Reina y con nuestros hijos, Elena, Cristina y Felipe, os deseo toda clase de alegrías en las fiestas de Navidad y la mayor prosperidad para el año que comienza. Os deseo la paz en vuestras casas, en vuestro trabajo y en vuestros espíritus.
La mayor parte de vosotros estaréis rodeados de vuestra familia y amigos, y queremos compartir vuestras satisfacciones de esta forma. Otros estaréis solos, o enfermos, o realizando un trabajo indispensable fuera de vuestra casa o, incluso, de la patria. Quiero que sepáis que en esta familia española, que es la nuestra, se piensa en vosotros esta noche, con simpatía y con afecto.
Hace pocos días se ha cumplido un año de mi proclamación como Rey de España. En aquella ocasión os convoqué a todos vosotros a recorrer juntos la nueva etapa de nuestra historia que se iniciaba. Os prometí firmeza y prudencia en el cumplimiento de mi deber de servicio a España.
Creo que hay motivos para sentirnos contentos de lo realizado y animados para seguir afrontando el futuro con esperanza. Y ello a pesar de graves sucesos que llenan de dolor a familias españolas cuya pena compartimos.
En el año que termina han ocurrido una serie de acontecimientos de gran trascendencia para la vida española. Algunos han sido difíciles, otros gratos, pero en ningún momento me ha faltado vuestro apoyo y en muchas ocasiones me ha rodeado vuestro entusiasmo. Quiero agradeceros a todos vuestra actitud pública durante estos meses y las incontables muestras de atención personal que habéis tenido conmigo y con mi familia.
Hemos tratado de estar lo más cerca posible del pueblo español, no sólo aquí, en la capital de la nación, sino al viajar por las regiones, provincias y ciudades españolas. Pienso continuar haciéndolo con renovado empeño en el año que comienza, pues es mi deseo visitar en 1977 todas las tierras españolas que aún nos quedan por recorrer.
El sentir vuestra presencia, conociendo más de cerca vuestros problemas y vuestra forma de vida, me sirve de aliento y de estímulo, y reafirma mi convicción en las cualidades nobles y generosas de nuestro pueblo. Por ello cada día aumenta mi esperanza para el porvenir.
Los tiempos que vivimos aunque prometedores, no son fáciles. El crecimiento de la población y la evolución de las costumbres __no sólo en España, sino en todo el mundo_ han creado tensiones espirituales e ideológicas que sacuden con fuerza nuestra sociedad. Con el firme asidero de nuestra fe en Dios, debemos asimilar y aprovechar los valores positivos de esta evolución, eliminando sus aspectos perjudiciales para conservar a toda costa el patrimonio espiritual de nuestra patria.
Nuestra vida política está en pleno proceso de adaptación, necesaria a los cambios sociales operados en España. A esta tarea hemos de hacer frente con toda prudencia, pero también con decisión.
La Monarquía, como la forma de Estado más adecuado para España, es capaz de asegurar la unidad de todos los españoles, la libertad y el ejercicio de los derechos humanos en el orden y en la paz. A todos los que sentís vocación por la política, que es una forma noble y elevada de servicio a la nación, os animo a proseguir vuestro camino con lealtad a la Corona, con escrupulosa honradez y poniendo siempre el bien general por encima de los intereses particulares.
Las circunstancias económicas actuales nos plantean un desafío al que hemos de hacer frente con mente clara y con espíritu de generosidad. Hacen falta decisiones para prever y mejorar el futuro y hay que tomarlas sabiendo que requieren sacrificios de todos. Debemos a las nuevas generaciones, y a los sectores más necesitados de nuestra sociedad, la creación de puestos de trabajo, el ahorro productivo y su inversión, la reestructuración de ciertas actividades económicas y una equitativa distribución de las cargas y de los beneficios. Y todo ello hemos de realizarlo en condiciones de paz social y de verdadera cooperación.
Conozco vuestra voluntad de trabajo y el esfuerzo que estáis realizando, que me hacen sentirme orgulloso de nuestro pueblo. Que nadie aminore el paso ni desfallezca, y que todos nos preguntemos si no podemos hacer algo más por nosotros mismos y por los demás.
De una manera especial me dirijo a todos los jóvenes del país, cuyas ilusiones conozco y comparto, para deciros que os toca responder con generosidad a la llamada de nuestra época, que requiere esfuerzo y entrega, pero también ofrece grandes oportunidades de acceso a los frutos del trabajo y de la técnica en grados insospechados hace tan sólo unos años.
Quisiera dedicar un recuerdo entrañable a la familia española y a las madres españolas, verdadero núcleo y corazón de nuestra nación. A la familia debemos cuanto somos y en ella tenemos el mejor tesoro y la mejor garantía del porvenir de nuestra patria. Que las últimas palabras mías esta noche sean para desearos la mayor alegría en el seno de vuestras familias.
Muchas felicidades a todos.