E
n estas fiestas de nochebuena y navidad en que las familias españolas acentúan su sentido entrañable y parece que quisiéramos ser mejores, me dirijo a todos para felicitaros las pascuas y desearos un año 1976 lleno de venturas y felicidad.
El año que finaliza nos ha dejado un sello de tristeza, que ha tenido como centro la enfermedad y la pérdida del que fue durante tantos años nuestro Generalísimo. El testamento dirigido al pueblo español es sin duda un documento histórico que refleja las enormes calidades humanas y los sentimientos llenos de patriotismo sobre los que quiso asentar toda su actuación al frente de nuestra nación.
El hondo significado espiritual de estos días nos puede servir para recordar la actualidad del mensaje de Cristo, hace casi dos mil años.
Fue un mensaje de paz, de unidad y de amor.
Paz, que necesitamos para organizar nuestra convivencia. Pero que no se confunda con la mera paz material que excluye la violencia, sino también la paz de los espíritus y de las conciencias que evitando tensiones nos permitirá marchar hacia adelante, alcanzando así las metas que deseamos para nuestra patria.
La unidad, necesaria para lograr la fortaleza que todo progreso demanda, que no elimina en modo alguno la variedad y que refuerza y enriquece los matices de un pueblo tan antiguo y con una historia tan fecunda como la nuestra.
Y un mensaje de amor que es la esencia de nuestro cristianismo, el cual nos exige sacrificios, para que, prescindiendo de nuestras ambiciones personales, nos demos a los demás.
En la alegría de esta noche no está quizá de más dejar paso a otros sentimientos; nuestro pensamiento y nuestro corazón han de pararse en aquellas familias en cuyo hogar aún no ha sido plenamente vencido el dolor o la dificultad. Que en todo hogar español reine la prosperidad y la justicia es una de las decididas voluntades de vuestro Rey.
Es difícil encerrar en pocas palabras todos mis sentimientos en esta navidad. Nada me parece bastante cuando se trata de servir a nuestro pueblo. Soy consciente de las dificultades, pues muchas veces no se alcanza todo aquello que nos proponemos. Se necesita la ayuda de todos. Se necesita buena voluntad. Se necesita que se comprenda que hay que sacrificarse en aras de la justicia. El egoísmo de algunos puede perjudicar a muchos.
Los problemas que tenemos ante nosotros no son fáciles, pero si permanecemos unidos y con voluntad tensa, el futuro será nuestro. Tengo gran confianza en las nuevas generaciones, pues conozco su gran sentido de la responsabilidad.Desearía que estos días meditásemos y que, dejando pequeñas diferencias, nos unamos para que España marche hacia las metas de justicia y grandeza que todos deseamos. Este es el reto de nuestro tiempo, esta es la primera exigencia de nuestra generación.
Que el año santo, que pronto se abre en Compostela, sea un año de avance y progreso por el camino de la unidad.
Tenemos las bases muy firmes que nos legó una generación sacrificada y el esfuerzo titánico de unos españoles ejemplares. Hoy les dedico desde aquí un homenaje de respeto y admiración.
Al felicitaros otra vez y recordar muy especialmente a los que, ausentes de la patria, sienten la nostalgia de la lejanía, quiero desearos lo mejor para todos y para vuestras familias y despedirme con las palabras que resonaron en Belén en estos mismos días hace veinte siglos:
"Paz a los hombres de buena voluntad".