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elebro tener la oportunidad de dirigirme a un foro que por cuarta vez reúne un amplio número de técnicos y profesionales de renombre llegados de todos los sectores y altamente cualificados en materia medioambiental.
La celebración del IV Congreso Nacional del Medio Ambiente es una buena muestra de la preocupación e interés de la sociedad española por este problema. Esta reunión es, además, de gran utilidad al convocar cada dos años a todos los agentes y organismos implicados en la materia para realizar un diagnóstico de la situación ambiental española, a la vez que se buscan y se proponen soluciones, que nos permitan avanzar simultáneamente hacia un desarrollo sostenido y sostenible. Y todo ello teniendo muy en cuenta las particularidades de nuestro País: su economía e industria, su clima y medio natural, sus costumbres; sus necesidades y deficiencias y sus ventajas. En definitiva, todo lo que nos lleva a desarrollar modelos propios y compatibles con nuestra realidad, pero también con la del Planeta que todos compartimos.
Atrás quedaron los años en los que la economía parecía ir por un lado y el progreso social por otro. Afortunadamente, hoy, nadie con visión de futuro podría defender la teoría de un crecimiento en el que no se tuvieran en cuenta los aspectos del entorno que nos rodea.
A diario, como un sentimiento felizmente arraigado, fluye por todas las naciones del mundo el incremento de la conciencia medioambiental. Con ello se ha conseguido una creciente atención, por parte de los ciudadanos, del objetivo de conseguir un mundo cuyos recursos estén cada vez más cuidados y mejor conservados.
La inclusión de la educación ambiental en los planes de estudio y la participación escolar de los jóvenes en programas de prevención, son signos que nos indican que las generaciones venideras sabrán afrontar este problema con sensibilidad, generosidad y solidaridad.
Los sucesos recientemente ocurridos en Centroamérica, y que acabo de comprobar personalmente, son un motivo de atención sobre las enormes dificultades de restaurar el conjunto de los recursos básicos de la economía una vez destruídos. Esta vez lo han sido por causas en gran medida incontrolables, pero esta catástrofe nos invita a reflexionar sobre las causas que puedan provocar otros factores, como los derivados de la reducción de la capa de ozono o los cambios climáticos derivados del "efecto invernadero", que es nuestro deber prevenir. Los gobiernos son conscientes del problema y ya han iniciado actuaciones para resolverlo, tal y como ha acontecido en la reciente cumbre de Buenos Aires. No obstante, los limitados acuerdos y compromisos formalizados, hacen más necesario que nunca una firme voluntad de anticiparnos a los daños y restaurar las enfermedades de nuestro planeta, mientras tengan aún solución.
Pues la pérdida de la diversidad biológica, el avance de los desiertos, la creciente contaminación de las aguas y el problema derivado de la gestión de los residuos, nos enseñan que las actividades humanas, más allá del tópico, están realmente acelerando el deterioro, en algunos casos irreversible, del espacio natural y poniendo en peligro el frágil equilibrio de la biosfera. Por eso es necesario que sigamos exhortando a todos los que pueden y deben actuar, a hacerlo hoy y con eficacia; porque mañana puede ser demasiado tarde.
No son solamente los factores industriales y climáticos los causantes de estos desequilibrios. No olvidemos que los sucesos de Centroamérica también nos han mostrado en primer plano la creciente desigualdad en la distribución de la riqueza. El consumo desorbitado y ambientalmente destructivo, hace que los países más pobres, cuya subsistencia diaria depende en gran medida de su medio ambiente, se debatan en una espiral de pobreza y degradación ecológica que acaba afectando a todo el mundo.
Y aunque no se puede controlar la furia devastadora de fenómenos como el huracán "Mitch", éstos se podrían mitigar por medio de las inversiones en investigación, incrementando los mecanismos de emergencia y, sobre todo, buscando métodos para aumentar la calidad de vida de los habitantes en zonas de especial riesgo, al tiempo que les prepara mejor para paliar sus efectos.
Del mismo modo, se hace necesario un cambio de mentalidad con respeto al medio ambiente. Este no puede ser visto como un fenómeno aislado, sino que ha de tratarse como una realidad que impregna todos los ámbitos y sectores que conforman la sociedad, e incluso que incide en lo más cotidiano de nuestras vidas.
Termino estas palabras expresando mi felicitación a los premiados y resaltando el acierto que supone el desarrollo de este Congreso, y la oportunidad de los temas que estos días van a estudiar los expertos en cada una de las materias que aquí van a tratarse. Todos debemos aprender de las conclusiones de este foro, conquistar con nuestro esfuerzo nuevas metas y conseguir un entorno mejor para todos.
De esta manera podremos garantizar que el más preciado de los legados, nuestra amada Tierra, llegue sana a las generaciones futuras, premisa que debe ser siempre nuestro objetivo y compromiso.
Declaro inaugurado el IV Congreso Nacional del Medio Ambiente.