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uchas gracias por esta distinción que acabáis de entregarme, y por hacerlo con una expresa y solemne referencia a los méritos del pueblo español, cuya nobleza y generosidad en el proceso de recuperación de la democracia son el principal sustento y la más firme garantía de nuestras libertades.
En numerosas ocasiones he reiterado que corresponde en primer lugar a los españoles el protagonismo de aquella hazaña admirable. Por mi parte, estoy satisfecho de haber cumplido la misión que me correspondía en esta tarea, que realicé con la convicción de servir a España, norte y afán cardinal de mi vida y reinado.
Conté entonces con numerosas y oportunas asistencias, entre las que creo es de justicia destacar la del ilustre conferenciante que ha pronunciado la lección inaugural de este acto. El Duque de Suárez tuvo entonces, como es bien sabido, un papel principal y un trabajo decisivo, que llevó a cabo con honor y dignidad.
La libertad necesita muchas columnas que la levanten y mantengan. Todas son necesarias y cada una tiene su función específica. Y no sólo en momentos de alta tensión histórica, sino en el transcurso de lo cotidiano. Pues la libertad se gana, no simplemente se tiene, en cada momento, y sólo puede disfrutarse como resultado de un esfuerzo constante para lograrla y desarrollarla.
Éste es el secreto que hace de ella algo vivo, que además todos podamos sentir como propio y compartir como nuestro. Cada uno es titular de su libertad, y a la vez corresponsable de la de los demás. Sólo así el conjunto de las libertades de todos, lejos de limitarse a satisfacer los requerimientos del individualismo, se convierte en fermento del progreso colectivo.
Es una meta que nunca acabaremos de alcanzar plenamente, pues constantemente nos plantea nuevas exigencias y nos señala cotas más altas, que tenemos que perseguir con ambición, y también con humildad, sin apropiarnos de ella como dueños o intérpretes exclusivos, sino sirviéndola con desinterés y dedicación.
Este año en que nuestra Constitución va a cumplir su vigésimo aniversario, podemos ciertamente volver la vista atrás y celebrar el largo camino que hemos abierto a nuestra convivencia, pero debemos asimismo asumir el compromiso de continuarlo. Esta casa es un lugar especialmente idóneo para formular estos propósitos, que sé ocupan un lugar preferente en las preocupaciones y tareas de vuestra Asociación.
La información es una herramienta de libertad, especialmente importante y delicada, pues en su ámbito coinciden y han de conciliarse los derechos de quienes la emiten y de cuantos la reciben.
Tal es su grandeza, y también su servidumbre. La influencia de los medios de comunicación, multiplicada por los avances tecnológicos, y la atención que necesariamente han de prestar a su eficiencia y competitividad empresarial, no son un fin en sí mismas ni el último criterio por el que deben guiarse, sino instrumentos de su función social en un escenario definido por el pluralismo y la diversidad de opiniones e intereses.
Como editores de diarios tenéis un protagonismo específico en este panorama. La prensa escrita sigue siendo una referencia ineludible en el universo informativo, pues es la que en mayor medida le da un significado, mediante la glosa y la interpretación de la realidad de cada día.
El periódico, cada periódico, crea una particular e inconfundible relación con sus lectores cuanto más cuenta con su libertad, entablando con ellos un diálogo permanente, invitándoles a pronunciarse y a formar su propio criterio, vertebrando, en fin, una sociedad adulta, independiente, respetuosa con los demás, y capaz de concurrir con ellos al progreso común.
Esta es la gran tarea a que os convoco al encontrarme hoy con vosotros: la de seguir profundizando en la libertad que construye y estimula, y en la que todos podemos encontrarnos y reconocernos.
Declaro inaugurada la Decimoquinta Convención de AEDE.