Quiero empezar felicitando muy calurosamente a los organizadores de esta tercera edición del Foro de París sobre la Paz, consagrado a la respuesta global frente a la crisis del coronavirus.
Más que nunca, necesitamos reflexionar sobre los objetivos que queremos alcanzar juntos, como miembros de la comunidad internacional.
En 2020 hemos descubierto hasta qué punto dependemos unos de otros.
La pandemia nos ha recordado rápidamente que no podemos dar por hecho nuestro modo de vida: nuestros valores y nuestros principios, el respeto de los derechos humanos y la democracia, nuestra prosperidad económica, ecológica y social, pueden ser puestos a prueba en cualquier momento.
De hecho, la paz, la coexistencia y la tolerancia nos exigen a todos un esfuerzo sostenido.
La construcción de Europa ha hecho impensable la guerra entre naciones que, a lo largo de los siglos, no habían dejado de rivalizar entre ellas. Y pese a ello, incluso en Europa, nos enfrentamos con demasiada frecuencia a la violencia, la intolerancia y el odio.
En 2020 conmemoramos el septuagésimo quinto aniversario de la fundación de las Naciones Unidas, organización nacida, también ella, en condiciones extraordinarias. Frente a la tragedia, y a pesar de los fracasos del pasado, la comunidad internacional ha decidido actuar.
Porque la paz, en efecto, exige el valor de actuar.
No basta con combatir la violencia. Podemos luchar, cada día, contra todos los que amenazan nuestra seguridad, y en particular, contra la violencia terrorista. Pero la paz, la verdadera coexistencia pacífica, exige un esfuerzo cotidiano para construir sociedades abiertas, tolerantes, responsables, democráticas en todos los sentidos.
El año 2020 nos ha situado frente a un desafío histórico sin precedentes. Ahora nos toca a nosotros tener el valor de actuar, para construir la paz.