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Palabras de S. M. el Rey en los actos conmemorativos de la fundación de la Ciudad de La Habana

Palacio de los Capitanes Generales. La Habana (República de Cuba), 13.11.2019

Señor Presidente,

Quiero agradecerle, en nombre de la Reina y en el mío, su invitación para acompañar a Cuba y a los cubanos en los actos conmemorativos de la fundación de la ciudad de La Habana hace 500 años. Y le agradezco, muy especialmente, la cálida acogida que nos ha brindado.

Como a todo español que llega a Cuba ─y como creo también que a todo cubano que llega a España─, desde que ponemos pie en tierra nos invade un sentimiento muy fuerte de hermandad y de familiaridad. Una emoción que es fruto de tanta historia compartida, del cruce y la fusión cultural y de la simpatía y amistad que existen entre nuestros dos pueblos.

Señor Presidente,

Conmemoramos hoy, el V Centenario de la fundación por el Adelantado Diego Velázquez de Cuéllar, el 16 de noviembre de 1519, de la Villa de San Cristóbal de La Habana; a la que décadas después, en 1592, le sería reconocido el título de ciudad. Por su ubicación, pronto se convertiría en lugar de concentración de la Flota de Indias y comenzaría, ya en el siglo XVII, su fortificación por entenderse que La Habana era “llave del nuevo mundo y antemural de las Indias Occidentales”.

Este proceso de fundación y desarrollo urbanístico no fue un hecho aislado, y para entender su plena significación tenemos que verlo como parte del modelo de presencia de España en América en el que los nuevos territorios se incorporaban a la Corona en pie de igualdad con los demás reinos.

Por otro lado, la fundación de La Habana formó parte de una primera oleada de fundaciones, como la anterior de Santo Domingo tan pronto como en 1496, y las posteriores de Panamá, también en 1519, San Juan en 1521, Santa Marta en 1525, Cartagena de Indias en 1533, o Campeche en 1540, entre otras. La fundación de estas ciudades trajo consigo la creación de instituciones de gobierno, universidades, hospitales e imprentas. Algunas de estas obras públicas siguen albergando, cinco siglos después, las instituciones que rigen la vida de sus ciudades y gobiernos y son, en cualquier caso, acervo del patrimonio nacional.

Pero no fue solo un esfuerzo de creación de infraestructuras. España trajo consigo instituciones, ideas y valores y creencias. De hecho, las bases del Derecho Internacional, la concepción de los derechos humanos universales, el debate sobre la guerra justa, fueron aportes que dieron origen a lo que conocemos como la Edad Moderna. Todo ello hace que, en conjunto, esta historia “nuestra” se destaque como algo singular y extraordinario en el mundo.

Fue este un proceso histórico que debe ser valorado y comprendido, lógicamente, en la óptica de los siglos en que tuvo lugar. Si así lo hacemos, no cabe sino reconocer que en América se gestó un Nuevo Mundo, un mundo en el que convivían diferentes pueblos y culturas. El mestizaje, que exige el conocimiento mutuo, pasó a ser una de las varias señas de identidad de este Mundo Nuevo. Por todo ello, no es solo el español o el cubano el que se siente en familia al visitar Cuba o España. La misma sensación de familiaridad la tenemos cuando ustedes o nosotros visitamos cualquier otro país de la América hispana o de la actual Comunidad Iberoamericana.

Esa raíz común está, precisamente, en la base de uno de los grandes proyectos políticos que vio la luz en el pasado siglo: la Comunidad Iberoamericana de Naciones, proyecto que albergó a Cuba desde su inicio y que, a través del Sistema de Cumbres y de la labor de su Secretaría General y los demás organismos iberoamericanos, ha traído consigo grandes progresos en la cooperación iberoamericana. En un momento histórico en el que la concertación entre naciones gestada en el ámbito de lo multilateral se pone a veces, como poco, en duda, preservar y fortalecer el acervo de esta Comunidad, de “nuestra” Comunidad, es una tarea conjunta a la que invito a que dediquemos nuestros mayores esfuerzos.

Pero, así como la fundación de la ciudad formaba parte de una larga cadena de hechos fundacionales, también ponía en marcha una historia única e incluso “mágica”, la historia de La Habana y, con ella, la historia de Cuba. Por su ubicación estratégica, La Habana fue codiciada por las potencias de la época, lo que explica la necesidad de sus fortificaciones, como el castillo del Morro o la fortaleza de San Carlos de la Cabaña. Fue pronto una ciudad plural donde convivían criollos y peninsulares; blancos, negros y mulatos; aristócratas, comerciantes y militares, religiosos y sirvientes.

Al amparo del comercio, La Habana se fue convirtiendo en una ciudad industriosa que desarrolló una arquitectura criolla, el “barroco cubano”, con una combinación de estilos llegados de la Península Ibérica y de las Islas Canarias y adaptados a la nueva realidad.

La evolución posterior de esta ciudad la ha visto moverse entre la adaptación a nuevas necesidades, por un lado ─como fue el uso del ferrocarril en 1837, primer territorio en la américa hispana en usar este modo de transporte, o el derribo de sus muros para poder expandirse─, y el esfuerzo continuado de preservación de su patrimonio, por el otro. Este esfuerzo fue reconocido por la Unesco en 1982 al declarar a La Habana Vieja como Patrimonio de la Humanidad. Y en ese gran trabajo de conservación, nos enorgullece saber que la cooperación española ha jugado un papel importante de acompañamiento durante las últimas décadas.

Nuestra historia común concluyó en 1902, al izarse la enseña nacional de Cuba en el castillo de los Tres Reyes del Morro, e iniciarse la independencia y con ella una nueva etapa en la historia de su país. Mañana, Señor Presidente, antes de partir de esta querida tierra, rendiré homenaje en Santiago de Cuba a los españoles, cubanos y estadounidenses que allí murieron con honor en 1898. Y tendré bien presente las palabras de José Martí cuando dijo que aquella fue una guerra sin odio. Y, en efecto, aquella sangre derramada, nuestra y vuestra, no ha dejado odio alguno entre nuestros pueblos y siguen vivas por siempre, mezcladas, acá y también allá, en tantas y tantas familias.

Señor Presidente,

Si “conmemorar” es una visión, revisión y valoración compartidas del pasado, es también, necesariamente, una oportunidad para mirar hacia el futuro. A lo largo de estos cinco siglos, La Habana ha ido evolucionando en su urbanismo, en su arquitectura, en su demografía y composición étnica y en su perfil político. La Habana no es, pues, una excepción a esa regla básica de que el inexorable paso del tiempo exige un esfuerzo de evolución y adaptación a la realidad cambiante.

Una lección segura que extraemos de la historia es que la evolución, la adaptación y el cambio son inevitables. Nada queda congelado en el tiempo y quien se resiste a su paso pierde la oportunidad de colaborar en el diseño de ese futuro que ya está naciendo, más aún, que ya está aquí.

"...España trajo consigo instituciones, ideas y valores y creencias. De hecho, las bases del Derecho Internacional, la concepción de los derechos humanos universales, el debate sobre la guerra justa, fueron aportes que dieron origen a lo que conocemos como la Edad Moderna. Todo ello hace que, en conjunto, esta historia “nuestra” se destaque como algo singular y extraordinario en el mundo..."

Cuál será ese futuro es algo que tiene que dilucidar el propio pueblo cubano. Los cambios en un país no pueden ser impuestos, tienen que nacer de dinámicas internas, pero, de la misma manera que no puede tener éxito un cambio que no emane del interior de las fuerzas sociales y políticas de un país, es igualmente cierto que el cambio no traerá consenso y bienestar si no representa la voluntad ciudadana.

Es necesaria la existencia de instituciones que representen a toda la realidad diversa y plural que existe de los ciudadanos; y que estos puedan expresar por sí mismos sus preferencias y encontrar, en esas instituciones, el adecuado respeto a la integralidad de sus derechos incluyendo, entre ellos, la capacidad de expresar libremente sus ideas, la libertad de asociación o de reunión.

En ese proceso de cambio en el que está inmersa Cuba, nosotros, Señor Presidente, queremos acompañarles; y queremos hacerlo sobre la base del respeto y sobre la base de la propia experiencia. España supo dotarse, en 1978, de una Constitución basada en el pacto, la negociación, e inspirada en el consenso y la reconciliación. Y al amparo de ese marco constitucional, refrendado por el pueblo español en el ejercicio de su soberanía, los españoles hemos vivido nuestros mejores años como un país plenamente democrático.

De esa Constitución y de nuestra propia historia, los españoles hemos aprendido que es en democracia como mejor se representan y se defienden los derechos humanos, la libertad y la dignidad de las personas, y los intereses de nuestros ciudadanos. Y que la fortaleza que la democracia otorga a sus instituciones es la que permite el progreso y el bienestar de los pueblos y hacer frente a los riesgos y desafíos que inevitablemente surgirán en el camino.

Señor Presidente,

Vivimos en un mundo en el que el desarrollo de las nuevas tecnologías, la intensidad de las comunicaciones y medios de transporte, y las posibilidades tan extendidas de viajar, abren para todos oportunidades enormes que hace poco eran casi inimaginables. Hoy nunca ha sido tan cierto que ningún país puede permitirse vivir aislado. Corresponde a las autoridades, en este sentido, dar a los ciudadanos la ocasión de desarrollar todo ese potencial: oportunidades de viajar y de recibir a gentes de otros países; acceso a las nuevas tecnologías; normas que permitan el pleno desarrollo de la creatividad en todos los ámbitos, desde la creación cultural a la generación de iniciativas empresariales.

Queremos también ser parte, como lo hemos sido hasta ahora, del crecimiento económico del país. Queremos ayudar a generar oportunidades de mejora económica y social. Porque estamos convencidos de que, si queremos acompañar la evolución de otras sociedades, lo tenemos que hacer reforzándolas, potenciando su capacidad de prosperar, de aprovechar esas oportunidades, a través del contacto con otras economías; pero también a través de leyes y normas que permitan a los emprendedores llevar a buen término sus proyectos que, en definitiva, generan beneficio y contribuyen al bienestar de toda la sociedad.

En esta labor de avanzar y de generar intereses compartidos entre nuestros dos países, especialmente a través del comercio y de la inversión, quiero destacar la tarea desarrollada por los empresarios españoles que están llevando a cabo con gran esfuerzo su vocación de generar riqueza y empleo teniendo que superar enormes dificultades.

Señor Presidente,

Cuba ocupa un lugar en el imaginario colectivo del mundo mucho mayor de lo que representa su realidad demográfica y económica. La peculiaridad de su historia y de su política es un factor que explica esto, pero ha sido igualmente determinante la potencia y creatividad cultural de su país. Creatividad en su literatura, y vemos con orgullo que la obra de Lezama Lima, de Alejo Carpentier, de Dulce María Loynaz, por citar solo tres nombres, han sido determinantes en la evolución de nuestra literatura.

Pero no menos admiración y pasión suscita su creatividad en el ámbito de la música, una demostración más, de que es en la diversidad cultural donde se genera una mayor creatividad. No se puede entender su música, sus múltiples tradiciones cultas y populares sin el aporte de las culturas española y africana; y de tantas otras tradiciones, incluidas las llegadas de Asia.

Sobre esos múltiples orígenes, Cuba ha creado algo propio, como lo ha hecho también en el terreno de la danza; arte en el que brilla también con luz singular, aún con la triste pérdida de la gran Alicia Alonso. La Reina y yo reiteramos nuestro pésame por su fallecimiento, hace unas semanas. A tantos maravilló e hizo disfrutar, sentando la base del impresionante dinamismo de la danza actual en Cuba, como hemos podido comprobar ayer mismo en el Teatro Nacional. Lo mismo podría decirse de las artes plásticas. La cultura cubana provoca admiración y reconocimiento en todo el Mundo.

Pero queremos, igualmente, que la cultura española sea mejor conocida en Cuba y que pueda también influir en los creadores culturales de este país. Queremos que conozcan nuestras grandes obras y por ello, en este viaje, tenemos el privilegio de ofrecer al pueblo de Cuba el impresionante autorretrato de Goya que será albergado en el Museo Nacional de Bellas Artes las próximas semanas. Pero queremos también ofrecer el aporte de los creadores culturales actuales, para así favorecer nuevas oportunidades de encuentro, de diálogo, de conocimiento y de aprecio entre nuestros dos países. La colaboración cultural tiene que seguir siendo un elemento esencial de nuestra relación.

Finalmente, quiero recordar que en Cuba vive la tercera mayor concentración de españoles residentes en el exterior, de la misma manera que España acoge a un importante número de cubanos. El trato respetuoso y eficaz a nuestros connacionales exige reforzar nuestras instalaciones y nuestros recursos humanos. Estamos en ello.

Señor Presidente, es esta la primera Visita de Estado que realiza un Rey de España a este querido país. Tengo que expresarle mi satisfacción por haberme correspondido este gran honor en una ocasión tan relevante como la conmemoración del V Centenario de esta ciudad de La Habana. El vínculo entre Cuba y España es profundo, no es superficial; es atemporal, no coyuntural; y lo es en gran medida más humano y entre pueblos o sociedades.

Por eso, tras caminar, escuchar, saborear y admirar Cuba en estas calles de La Habana ─aún tan solo durante apenas tres días─, pienso, como español, que siento más viva, más intensa y más completa la riqueza, la amplitud y la dimensión de nuestra propia identidad. Como siento también que todo lo que nos une ─aunque lejos en la distancia─ se encuentra muy cerca y muy unido en nuestras vidas.

Permítame, en esta oportunidad y para terminar, que recupere el discurso que la gran poeta cubana Dulce María Loynaz escribió al recibir el Premio Cervantes en 1992. Recordó en ese discurso cómo su padre, el general Enrique Loynaz, recorriendo la ciénaga de Zapata durante la campaña de 1895, tropezó en un claro del bosque con un oficial español que dormía con la cabeza apoyada en un libro. Al despertarse y verse sorprendido, el oficial dejó tras de sí el libro. El general Loynaz se lo llevó consigo, prosiguió la marcha con sus soldados y, más adelante, “rendidos de fatiga” y en un momento de descanso, comenzó a leerlo. La lectura le hizo reír ante la sorpresa de sus hombres. El general compartió la lectura con sus soldados, quienes también comenzaron a reír porque, como ella afirma, “La risa, cuando puede participarse, hermana a los hombres”.

No sabemos cuál fue el fragmento que leyó a sus soldados, pero sí sabemos cuál era el libro: “La historia del ingenioso hidalgo Don Quijote de La Mancha”. Comprendamos todos, en esa anécdota, que lo que nos une a españoles y cubanos resiste la distancia y resiste al tiempo mismo.

Permítame Señor Presidente, para finalizar, que levante mi copa en un brindis por la amistad y hermandad entre los pueblos de España y Cuba.

Muchas gracias.

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