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stimados amigos,
La Reina y yo deseamos, en primer lugar, agradecer su cálido recibimiento en este recinto tan bello y evocador de la biblioteca Octavio Paz.
Es realmente muy apropiado que sean el nombre y la memoria de Octavio Paz los que acojan este acto. La vida y la obra del gran escritor mexicano son un compendio de la riqueza y la diversidad del mundo que se expresa en español. Ser hispanista es, por ello, intentar comprender y aprehender un universo abierto y en expansión. El hispanismo es, en este sentido, una cosmología. Y si el Mundo Hispánico es un cosmos, ustedes pueden enorgullecerse de pertenecer a una tradición que ha contribuido a iluminarlo con la llama doble, tan francesa, de la pasión y de la razón.
Por ello me honra, nos honra, saludarles y decirles que el hispanismo les necesita. Se encuentran hoy entre nosotros eminentes historiadores —incluyendo el más reciente Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales, Joseph Pérez—; filólogos prestigiosos; excelentes traductores; relevantes inspectores de academia; profesores de liceo y de universidades, entre ellas La Sorbona, donde ya desde 1929 existe un Centro de Estudios Hispánicos.
Quiero subrayar, asimismo, la meritoria labor de la Casa de Velázquez, en la Ciudad Universitaria de Madrid, instrumento utilísimo para desarrollar este hispanismo tan pujante y de la que varias de las personas aquí presentes han sido directores. A esa aportación francesa al conocimiento de España se corresponde la contribución simétrica que España viene haciendo, ya desde 1935, financiando el Colegio de España de la Cité Universitaire de Paris, cuyo ochenta aniversario tiene lugar precisamente en este año 2015.
Las instituciones sólidas y venerables sobre las que se sustenta el hispanismo francés perviven y se renuevan gracias a la pasión intelectual de todos ustedes, a su demostrada amistad hacia nuestro país y a su profundo conocimiento de nuestra historia y, también, de nuestra realidad presente.
Una historia y un presente que, en gran medida, compartimos con Francia dentro de la común matriz europea. No podemos comprender cabalmente la historia de España sin tener en cuenta nuestras relaciones seculares con Francia, y viceversa. Nuestros dos países están unidos por un denso entramado de relaciones políticas, diplomáticas, comerciales, económicas, científicas y culturales. Franceses y españoles nos conocemos bien, nos queremos y nos admiramos; y, desde el desarrollo de las instituciones europeas en la segunda mitad del siglo XX, nos hemos integrado en un espacio que quiere ser de paz, de libertades, de justicia y solidaridad, y con cuyo futuro estamos comprometidos.
Es, de hecho, imposible entender el ser y el devenir de Europa sin contar con la decisiva contribución de nuestros dos países. Españoles y franceses compartimos, además, una vocación universal común. Gracias a esa vocación hoy nuestras dos lenguas y culturas son habladas, sentidas y vividas por cientos de millones de personas en los cinco continentes. A esa gran proyección contribuyen también, y decisivamente, instituciones como la Alliance Française y el Instituto Cervantes que hoy nos acoge y a cuya labor quiero rendir homenaje.
La vocación universal de nuestras dos naciones y sus aportaciones al acervo intelectual y artístico de la Humanidad han sido a menudo posibles gracias a individuos excepcionales que han servido de puente entre Francia y España, absorbiendo lo mejor de ambas culturas y contribuyendo a su expansión global.
Sin españoles como Picasso o Juan Gris sería imposible entender la Escuela de París y su papel en la historia de las vanguardias del siglo XX. De igual forma, sin franceses como Debussy o Ravel, la tradición musical española sería mucho menos reconocida. Y en cuanto a nuestra pintura, cabe recordar que el conocimiento hoy casi universal de artistas como El Greco, Ribera, Murillo o el mismo Velázquez fue posible gracias a la mediación de pintores franceses como Manet y a la apertura de la Galería española del Louvre creada por Luis Felipe de Orleans en 1838.
Sin duda, es labor de los hispanistas franceses, y de los estudiosos españoles de la realidad francesa, contribuir a una mejor comprensión y a una mayor difusión de estos intercambios que han enriquecido a nuestras dos sociedades a lo largo de la historia. El reto que ahora tenemos por delante es transmitir ese conocimiento a las generaciones más jóvenes de españoles y franceses, de forma que la llama doble que ustedes portan siga iluminando nuestro pasado y alumbrando nuestro porvenir.
No me queda más que expresar mi reconocimiento por su labor de todos los días, derivada de una admirable pasión y también, evidentemente, por sus éxitos, por sus obras que, fecundas, estoy seguro son ya la semilla de un hispanismo que, sin duda, va seguir teniendo durante mucho tiempo el reconocimiento, el cariño y la consideración de ambos pueblos de Francia y de España.
Muchas gracias.