Permítanme que mis primeras palabras aún en un acto tan solemne y emotivo sean para trasladar al pueblo francés y al pueblo griego las condolencias y solidaridad del pueblo español por las víctimas del accidente ocurrido ayer en la base aérea de Los Llanos de Albacete. Quiero asimismo hacer llegar nuestro pesar a las familias, a las autoridades de la Alianza Atlántica, a los mandos y a los compañeros de los militares fallecidos. Es nuestro deseo, también, que los heridos se recuperen pronto.
Han transcurrido ya 70 años desde el final de la IIª Guerra Mundial pero nadie, ni nada, es capaz de aliviar el dolor que nos produce la mirada a los trágicos episodios que rasgaron la Europa, y el mundo, de mitad de siglo XX.
El Holocausto representa una derrota sin paliativos a manos de la maldad, el embrutecimiento y la ignorancia. En el reguero de esos terribles crímenes fueron asesinados millones de seres humanos y junto a sus cenizas quedaron maltrechas la dignidad y la esperanza.
Judíos y gitanos de diferentes nacionalidades, creyentes de todas las religiones, luchadores por la libertad de todos los países, discapacitados y todos aquellos discriminados, sufrieron una brutal agresión ajena a toda referencia de humanidad. La memoria y el dolor permanecen aún en el preciso día en que se conmemoran 7 décadas de la liberación del campo de exterminio de Auschwitz-Birkenau, convertido en capital de la geografía siniestra que va de Mathausen a Treblinka y de Majdanek a Bergen-Belsen.
En torno a esta efeméride comparecen esta mañana en la Cámara del Senado representantes de los colectivos que sufrieron la barbarie. Y junto a ellos, ministros, diputados, senadores, representantes de la sociedad civil y Embajadores de naciones amigas; todos unidos en el recuerdo conmovido y en una tarea inexcusable: la de investigar, educar, la de prevenir, y extender los valores democráticos como garantía de respeto y de convivencia. Los acontecimientos recientes en un país tan cercano y querido como Francia ─sin olvidar los que desgraciadamente están ocurriendo en muchos países, sobre todo en África y Oriente Próximo─ nos recuerdan que la barbarie puede surgir en el momento y la forma más inesperada, y que ninguna sociedad está definitivamente protegida frente a la sinrazón.
El primer acto de Estado como éste, en Memoria del Holocausto y la Prevención de los Crímenes contra la Humanidad, se celebró en el año 2006 bajo la presidencia de los Reyes Don Juan Carlos y Doña Sofía. Y hoy, con ocasión de este aniversario tan especial y en mi primer año de reinado, he querido estar presente en este acto solemne para reforzar el apoyo de la Corona, junto a las instituciones y la sociedad española, a esta iniciativa que compartimos con el resto de Europa y la comunidad Internacional.
"...Judíos y gitanos de diferentes nacionalidades, creyentes de todas las religiones, luchadores por la libertad de todos los países, discapacitados y todos aquellos discriminados, sufrieron una brutal agresión ajena a toda referencia de humanidad. La memoria y el dolor permanecen aún en el preciso día en que se conmemoran 7 décadas de la liberación del campo de exterminio de Auschwitz-Birkenau, convertido en capital de la geografía siniestra que va de Mathausen a Treblinka y de Majdanek a Bergen-Belsen..."
Y, por ello, quiero dar las gracias sentidas a todos los que hoy aquí y en tantos lugares contribuyen públicamente a dignificar con rigor, con nobleza y respeto, el recuerdo que la nación española dedica a las víctimas de aquella horrible y criminal tragedia.
España es miembro activo de la Alianza Internacional para la Memoria del Holocausto, e instituciones como el Centro Sefarad-Israel llevan a cabo una labor de educación y difusión de la Memoria de la Shoá que cristaliza no sólo en este acto de Estado, sino en muchos otros que estos días tienen lugar por toda la geografía española.
El pasado año 2014 nos trajo el regalo de un nuevo español declarado Justo entre las Naciones: Sebastián de Romero Radigales, diplomático destinado en Grecia. Con él son ya siete los españoles que han obtenido tal distinción. Se trata de diplomáticos como Ángel Sanz-Briz, Eduardo Propper de Callejón o el propio Radigales; miembros del Servicio Exterior de España como José Ruiz Santaella y su esposa Carmen Schrader; representantes de la sociedad civil en el exilio y la emigración como Martín Aguirre y Concepción Faya.
Quiero, naturalmente, rendirles hoy ─y siempre─ el más profundo homenaje de respeto, admiración y gratitud a todos ellos, porque con valentía y grandeza hicieron prevalecer el principio de humanidad y decidieron no pasar de largo frente al sufrimiento humano. Sus descendientes están hoy aquí representados por miembros de la querida familia Sanz-Briz que tan activamente participa siempre en los actos de Memoria de la Shoá.
España aportó héroes, como los mencionados, pero también se desangró con las víctimas: por un lado los miles de sefardíes asesinados en los campos, por otro, los exiliados republicanos españoles que el próximo mes de mayo conmemorarán el 70 aniversario de su liberación del campo de Mathausen. Ambos, sefardíes y españoles exiliados en aquella hora histórica, son hermanos de patria y de desdicha que sufrieron las aristas de un tiempo abominable.
Esta mañana nos acompañan en la Cámara Alta dos supervivientes de la tragedia: Janina Rekłajtis y Jorge Kleinman, venidos de Polonia y de Israel; se unen a los que viven en España como Joseph Bohrer o Raquel Abecassis. Todos ellos iluminan la solemnidad de este Acto. Su presencia nos honra, su experiencia nos conmueve, y su voz nos alienta a repetir con ellos el afán único y la conclusión definitiva: que aprendamos la lección de la Historia para que jamás ─ ¡jamás!─ algo así pueda volver a suceder.
Agradecemos muy especialmente su compañía, y esperamos que el recuerdo de la nuestra ocupe un lugar en sus corazones.
A todos, gracias por participar en este acto solemne.