C
on la mirada puesta en el futuro y el corazón en España, deseo que estas palabras que tradicionalmente os dirijo con motivo de las entrañables fiestas navideñas estrechen aún más, si cabe, los inalterables vínculos de la Corona con los españoles.
La dimensión de este saludo crece ante la perspectiva de esa Europa, realidad compleja, dinámica y profunda, en la que ya nos encontramos y en la que España pondrá su voz y su voto, su peso nacional y su decidida voluntad, para defender los valores de libertad y progreso que son connaturales de su propia personalidad secular.
En Europa debemos ser también por historia y cultura sostenedores de los deseos y aspiraciones legítimas que abrigan nuestros hermanos de los países de América, cuya estirpe es la nuestra y cuyo destino tan directamente nos afecta.
A estos pueblos americanos, en la desgracia y en la fortuna, en la grandeza y en la servidumbre de las circunstancias, cualesquiera que éstas sean, nos unimos por vocación, con fervor y responsabilidad.
Mientras otras áreas del mundo se sumergen en las sombras, la América plural y joven, despierta y tersa, inicia una definitiva marcha hacia la libertad.
Todos deseamos que éstas sean para ellos y para nosotros navidades de esperanza.
Singularmente, México y Colombia vibran hoy en nuestro corazón. Para ellas que acaban de soportar el peso de la tragedia y para todas las naciones que en aquél continente luchan por su propia identidad, nuestro abrazo y nuestro afecto.
Unidos en Europa y con los pueblos de América, desearía que en este instante familiar y lleno de recuerdos nos diéramos para siempre la mano a fin de fortalecer la paz, la alegría y la comprensión necesaria para llevar a buen puerto la gran nave de la patria.
El largo proceso de integración en Europa y en sus organizaciones comunitarias, ha sido desarrollado por todos los españoles. Y por todos también ha sido sufrido y trabajado, año tras año, negociación tras negociación.
Nadie puede excluir a nadie en el mérito de este caminar durante mucho tiempo y nadie podrá quedar excluido en el esfuerzo porque la integración produzca favorables resultados y por lograr nuestro mejor desarrollo hacia la modernidad.
Por eso, en esta bienvenida a una nueva etapa, abramos los brazos sin miedo y sin fatiga, con confianza y seguros de nosotros mismos, a una comunidad esencialmente comprometida con la pervivencia de Occidente.
Terminamos un año en el que la democracia española ha seguido avanzando.
Hemos tenido problemas, porque vivir en democracia no es un estado mágico y pleno en sí mismo, sino una capacidad instrumental y moral para conquistar día a día, en la acción solidaria, cotas cada vez más elevadas de convivencia en armonía y justicia.
Para mí los diez años que acaban de cumplirse desde que ocupo el trono de España, han adquirido un significado histórico del que debemos sentirnos orgullosos.
Porque hace diez años, al terminar un régimen que ocupó un extenso período de la vida española y que representa ya un trozo de nuestra historia, muchos de los que vaticinaban catástrofes no hubieran creído que íbamos a conseguir una transformación profunda, sin venganzas ni violencias, sin odios ni tensiones insuperables, con capacidad de diálogo y buena voluntad para seguir adelante, tras haber sufrido la dramática experiencia de un enfrentamiento entre españoles que jamás debe repetirse.
Por ello, me complazco en proclamar en esta hora en que se combinan el balance y el análisis del pasado con las perspectivas del futuro, que debemos clausurar para siempre el tiempo de la duda y el temor, porque entramos en otro de creatividad y de ilusiones.
Para este nuevo tiempo, no regateemos nuestra entrega. La misión a todos nos compete y debemos aceptar con alegría las nuevas responsabilidades que se nos presentan, desechando el pesimismo al que a veces somos tan proclives.
Permitidme que en esta noche os convoque para esta gran tarea, conmigo al frente, y os ofrezca mi dedicación incondicional como Rey al servicio de todos los españoles.
Os pido un paso más para aproximarnos los unos a los otros: trabajadores y empresarios; gobierno e instituciones económicas, sociales y culturales; españoles de todas las clases y de todas las ideas.
Os pido un esfuerzo en lo fundamental que debe unirnos y el relego a un segundo plano de lo que es accesorio. Os pido un esfuerzo para reducir el paro, crear o ampliar los sectores productivos, impulsar la tecnificación de nuestras estructuras, acelerar la preparación de nuestros cuadros, aumentar los factores de estabilidad y confianza sin que nadie se sienta marginado, complementar con disposiciones adecuadas el tránsito hacia Europa...
Os pido que continuemos avanzando en el intento de transformación de nuestra patria.
Os pido que nos miremos a nosotros mismos como españoles de esta hora, al ritmo del mundo, con conciencia de las propias fuerzas, decididos a superar, por fin, las facciones antagónicas seculares, para conseguir un definitivo talante de convivencia.
Os pido, en definitiva, que forjemos esa España del sí y del concierto, de la mano abierta, del diálogo sincero y constructivo y de la palabra sin doblez.
Esa España que es la mejor herencia que debemos ofrecer a las generaciones que nos siguen.
Os convoco a colaborar unánimemente en este sentido, como ciudadanos. La participación reglada y generosa de todos en la labor pública, ha de ser la tónica que agilice nuestra vida en los próximos años.
Del mismo modo, el Estado de las autonomías ha de construirse con paciencia, con prudencia, con altura de miras.
Cada Comunidad, y a todas ellas saludo y me vinculo en la variedad que representan dentro de nuestro ser indivisible, debe esforzarse por lograr lo mejor para sus ciudadanos, con la conciencia de que tal esfuerzo, para ser fructífero, ha de suponer una contribución constructiva e integradora con la mirada puesta en el interés general, que a todos concierne y sin el que no será posible alcanzar la justicia y la prosperidad a las que aspiramos.
Esta noche, como en tantas otras ocasiones, os invito a mirar a España, a sentirla y a asumirla como lo más hermoso de nuestra existencia.
El pasado de España es la garantía de su futuro. Sobre nuestros hombros está el recuerdo de una serie interminable de hitos ejemplares y ha de impulsarnos el aliento de quienes nos precedieron y se sacrificaron por la noble ejecutoria de una nación que no sabe rendirse.
También en nuestros días el sacrificio es la característica de muchos compatriotas. Y quiero enviar un especial saludo a cuantos sufren en estos momentos por su precaria situación económica, por una falta de trabajo contra la que hemos de luchar sin descanso, por los problemas de su posición social o porque son presa de la enfermedad.
Rindamos también un homenaje a quienes combaten el terrorismo y a quienes han sido sus víctimas.
Dirijo una llamada a la juventud, en la que hemos de cifrar nuestras mejores esperanzas. Apoyo a los jóvenes con la profunda convicción de que sus pretensiones son justas. Necesitan fe, trabajo, confianza y si piden, a veces, lo imposible, es porque confían en que también lo imposible se puede conseguir.Creo en ellos y en su responsabilidad. Y cuantos esfuerzos realicemos para proporcionarles las oportunidades que esperan, nos llenará de orgullo y satisfacción.
Saludo a los españoles que fuera de la patria, en cualquier lugar del mundo, afirman su condición de ciudadanos responsables y no se olvidan de la tierra que les vio nacer.
Y os saludo a vosotros que me escucháis desde vuestro hogares, en nombre de mi familia, orgulloso de sentirme Rey de todos los españoles, portavoz de un cordial mensaje de convivencia.
En esta noche de nostalgias, de alegrías y de tristezas, que Dios os conceda sus mejores dones y que el nuevo año esté para todos lleno de paz y de felicidad.
Buenas noches.