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Mensaje de Navidad de Su Majestad el Rey

Madrid(Palacio de La Zarzuela), 24.12.1978

E

spañoles, al concluir este año de mil novecientos setenta y ocho, por tantas razones y acontecimientos ligados ya para siempre a nuestra vida común, no quiero desaprovechar la ocasión de enviaros un entrañable saludo. Entrañable por muchos motivos profundos, entre los que no es el menor el de corresponder a las innumerables muestras de afecto y adhesión con que a la Reina, a mí y a nuestros hijos, nos habéis distinguido a lo largo de estos doce meses, en cuantas ocasiones han sido propicias para ello.

Permitidme por eso que, en estas tradicionales fiestas, me acerque a vuestros hogares y me acoja a vuestra hospitalidad durante unos minutos.

Si la institución que encarno ha abierto un diálogo permanente y con propósito de fecundidad desde el momento de mi proclamación, nunca mejor ocasión que ésta, al filo de un nuevo año, y en el marco cálido y cordial de nuestras casas, para hacer algunas reflexiones que nos acerquen más, que aumenten el compromiso de una tarea solidaria y que estrechen las relaciones con nuestros familiares, con nuestros amigos, con nuestros vecinos, con todos nuestros compatriotas.

Podríamos pensar, en este sentido, que si cada uno de nosotros lucha y persevera por su familia, no es menos verdad que también pertenecemos a una familia históricamente más grande y mayoritaria y que en esta última se vierten, como en un rico mar, nuestros caudales particulares e íntimos como seres históricos.

Cuando ambas, la que es célula matriz y natural de la sociedad, y la que configura nuestro ser nacional, se armonizan y entienden, una etapa de prosperidad se abre para todos.

En cambio, si ambas siguen caminos distintos, las naciones se ponen en peligro de disolución.

Creo, sinceramente, que hay razones para sostener que nunca como ahora los españoles hemos tenido tantos motivos para creer en la esencia intangible y eterna de la propia familia y para luchar por la permanente unidad de la otra gran familia, la colectiva y nacional.

La conjunción de las dos nos traerá años de ventura y plenitud, cualquiera que sean los sacrificios que esa aspiración conlleve. Como Rey os exhorto a esta tarea sin fronteras, digna de los más nobles esfuerzos. Nada mejor podríamos dejar a nuestros hijos y a las generaciones que nos sigan, que una España unida, y por esa unidad, cada vez más grande es el concierto de las naciones y en el quehacer de la historia.

Estos doce meses transcurridos han contemplado, por otra parte, el esfuerzo de todos por acceder a los niveles de libertad y responsabilidad que nuestro tiempo histórico nos exigía. En relación con ello, no hace muchos días, al hacer una valoración pública sobre la culminación del proceso constitucional, expresé la convicción de que el pueblo español, en un acto de suprema libertad colectiva, había elegido el camino de su futuro y el marco jurídico de su convivencia, al aprobar la Constitución que ha de regirnos como Estado social y democrático de derecho.

En estos momentos, cuando nos disponemos a comenzar otro año, estoy convencido de la importancia que tiene la unidad entre todos nosotros, para resolver las dificultades que los tiempos nuevos y los nuevos sistemas de convivencia plantean.

Sin unidad, ese futuro de libertad y responsabilidad, tardaría en levantar su vuelo y, en todo caso éste, sería corto y sin altura.

Con ella, con la unidad de todos y entre todos, serán posibles siempre nuevas metas de progreso en libertad, justicia, igualdad y pluralismo, desde los niveles ya conseguidos.

Sin unidad, malograríamos el esfuerzo que cada uno de nosotros ha hecho, desde sus propias convicciones, para iniciar, desde presupuestos democráticos inesquivables, un futuro de paz y prosperidad.

Vinculada la Monarquía que encarno al fundamental propósito de devolver la soberanía al pueblo español, y alcanzado este objetivo expuesto al inaugurar mi gestión como Rey de España, hago el propósito de que la Corona continúe y ahonde su voluntad de solidarizar a los españoles. Su voluntad de unir a individuos, familias y pueblos, de armonizar sus intereses, de alentarles en la tarea vertebral de vivir y convivir con grandeza en la patria común.

Al sentirnos unidos esta noche, entiendo, con emoción mayor aún, el alcance de este ideal. No es un pueblo fatigado e inerme el que esta noche, al finalizar un año, especialmente comprometido, espera un mañana mejor y más ancho para todos.

Al contrario, es un pueblo, somos un pueblo, animosos y altivos, acostumbrados a aceptar las altas responsabilidades de la historia.

Un pueblo que desde hace siglos, desde el irrenunciable momento de constituirse como nación, ha sabido vivir con honestidad, universalidad y entereza, protagonizando realizaciones ejemplares que han asombrado a los otros pueblos de la tierra. Así me lo han recordado, una y otra vez, en las naciones iberoamericanas que he visitado, las que forman otras Españas con las que nacemos en la misma lengua y en el mismo espíritu. Ellas nos están mirando, en esa perspectiva ejemplarizadora que ha sido siempre el norte de nuestra historia.

En este sentimiento de solidaridad común, quiero saludaros esta noche y desearos una feliz fiesta y un nuevo año cargado de ventura.

A vosotros, padres de familia, para los que estas horas, en el entorno familiar, tienen un especial significado; a los hombres y mujeres que formáis la edad más cargada de años, de servicios, de amor y de desvelos; a los jóvenes que nos estimulan y nos empujan con ímpetu y deseos de protagonismo; a las mujeres, que tantas veces han llevado la peor parte en la biografía de nuestra sociedad. Para ellas, a las que, cada vez con más amplitud corresponde un papel relevante en el futuro, tengo un especial saludo; a todos los que, en la medida de sus fuerzas laboran en oficios y profesiones distintas, por una nación mejor, más desarrollada y progresiva.

Con emoción tengo también presentes en estos momentos a nuestros emigrantes que desde lejanos países, más lejanos por la ansiedad de presencia que tienen estas horas, tienen los ojos y el corazón puestos en España.

A los componentes de las Fuerzas Armadas y Altos Cuerpos de Seguridad del Estado, dirijo un especial recuerdo de estos instantes. Sobre ellos recae la salvaguarda de la paz y de la unidad y en ellos descansa la certeza de que nuestro camino, en el perfeccionamiento de la sociedad, no va a torcerse.

También tenemos muy presentes a los que con el sacrificio de sus vidas han dado el más generoso ejemplo de lealtad a España y a sus ideales de unidad, justicia y paz pública.

Y, por último, quiero dirigirme a quienes son más sensibles a las sombras que a las luces y cierran con aprensión los ojos ante el porvenir valorando las circunstancias históricas más por sus signos negativos que por los contrarios. Debo decirles que desechen temores y no se rindan ante las esperanzas que todo perfeccionamiento social, político y económico provoca.

Miremos al porvenir con optimismo, con valentía y con ilusión, porque, como un día tuve ocasión de decir, estoy seguro de que si permanecemos unidos, habremos ganado el futuro.

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