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e Alegro de encontrarme nuevamente en Casa de América y en esta ocasión es un honor para mí presidir este acto de homenaje a un grupo de historiadores norteamericanos y españoles que tienen en común haber sido pioneros, allá por el decenio de 1960, en el análisis histórico de España y de Portugal de la época contemporánea. Sus investigaciones no sólo fructificaron en las Universidades de Estados Unidos sino que, desde el primer momento, influyeron entre los estudiosos europeos, particularmente los españoles; y fueron aportando conocimientos sobre el pasado más reciente de España y de Portugal, con un alcance que va más allá de lo académico y sin límites fronterizos, por el rigor de sus publicaciones y la profundidad de sus esfuerzos intelectuales.
Pero este acto de homenaje constituye, asimismo, una excelente oportunidad para rendir tributo también a todas las personas que han dedicado su vida y su obra al hispanismo, y singularmente al hispanismo norteamericano, así como para abordar su historia, su presente y su futuro.
Recordemos que es en los Estados Unidos donde, desde hace mucho tiempo, el Hispanismo cuenta con una mayor implantación universitaria y asociativa, y donde el estudio de la lengua y la cultura hispánicas ha adquirido un desarrollo que supone por sus cifras, probablemente, más de la mitad de lo que se enseña y publica sobre literatura, historia y arte de España e Hispanoamérica en todo el mundo.
Son varios cientos los Departamentos de español y lenguas o literaturas hispánicas que existen en Universidades públicas y privadas de Estados Unidos. Cada año y cada vez más se publican allí monografías y trabajos de investigación sobre temas hispánicos, y aparecen regularmente varias de las revistas periódicas especializadas más prestigiosas que se ocupan de la lengua y la cultura españolas. Sólo en los Estados Unidos están constituidas asociaciones de profesores de español que superan los 10.000 miembros.
El resultado tangible de este panorama es que todo estudioso español debe estar atento a lo que publican sus colegas en Estados Unidos, y los estudiantes de la lengua, la literatura, y la cultura hispánicas deben conocer de primera mano y consultar de forma habitual los trabajos que aparecen en la revista Hispania, en la Hispanic Review, en la Hispanic American Historical Review, la Revista Hispánica Moderna, o la Romance Philology, por mencionar sólo algunas de las que superan con creces el medio siglo de existencia. Ignorar al Hispanismo norteamericano sería, así pues, inapropiado desde un punto de vista científico para los especialistas españoles o europeos que desean estar al día y conocer lo más relevante y actual de lo que de forma más directa interesa a su vida profesional.
La importancia, el vigor y las dimensiones del Hispanismo norteamericano en la actualidad no son, ciertamente, un producto del azar.
El Hispanismo norteamericano surge tan pronto como los Estados Unidos toman conciencia de su entorno y de sí mismos y a medida que inicia su expansión hacia el oeste y el sur y entran en contacto directo con las áreas donde ya existía la presencia hispánica, interesándose por la historia y la cultura de quienes les habían precedido en la transposición de Europa al nuevo continente.
Después de unos principios prometedores, representados por el liderazgo y la obra de Washington Irving y George Ticknor, el Hispanismo norteamericano tuvo que pasar por varias décadas de difícil travesía. La atención a lo español e hispánico podía ser un síntoma de distinción y buen gusto, pero el afianzamiento de la lengua y la cultura española en el curriculum escolar y en la estimación social de los Estados Unidos era una tarea ardua, que se enfrentaba a la difícil competencia de las otras grandes lenguas y culturas europeas.
En ese sentido, todavía a principios del siglo XX se suscitó más de una vez la polémica de si la lengua y las letras españolas merecían tener en las Universidades un lugar análogo al que ya disfrutaban el francés y el alemán. Fueron entonces los propios hispanistas norteamericanos quienes mantuvieron que ninguna otra lengua y cultura podía considerarse tan relevante como la española para el estudiante y el ciudadano norteamericano que deseara situarse adecuadamente en los escenarios histórico y geográfico que configuraban a Estados Unidos como la primera potencia política mundial. Esas mismas polémicas, sin embargo, revelaban que el ascenso de lo hispánico en Norteamérica era ya un fenómeno imparable, manifestando una tendencia que ha experimentado un crecimiento sostenido hasta ahora mismo.
Pero debemos tener en cuenta que a la consolidación y dignificación del Hispanismo norteamericano se ha contribuido también desde España, y creo que es de justicia recordarlo en este momento.
Debo mencionar, en primer lugar, al?Centro de Estudios Históricos? de Menéndez Pidal en los años 1920 y 1930; y a los integrantes de la primera gran escuela de Filología Española, que extendieron la actividad del Centro a Argentina y Puerto Rico, para dar después el salto definitivo a Estados Unidos.
En segundo término, los exiliados durante o después de la guerra civil incluían un selecto grupo de profesores e intelectuales de primera magnitud que en buena parte continuaron su vida profesional en Estados Unidos y dejaron su impronta en las Universidades e instituciones norteamericanas que los acogieron.
Por último, los contactos científicos y los viajes de profesores españoles a Estados Unidos en las últimas décadas han sido un hecho normal que ha beneficiado mutuamente a los hispanistas de ambas orillas. En Universidades norteamericanas han profesado centenares de nombres y jóvenes profesores e investigadores españoles se trasladan cada año a Estados Unidos y, a la vez que amplían sus horizontes profesionales, establecen vínculos permanentes con colegas e instituciones científicas de América del Norte.
Ahora bien, el Hispanismo norteamericano es, ante todo, una tarea, y un mérito, de los hispanistas estadounidenses: Fitzgerald, Otis Green, Morley, Kasten, Willis, Herriot, Nicholson Adams, Morby, Irving Leonard, Ruth Kennedy, Fichter, Stephen Gilman, Malkiel, Silverman, son, entre otros, nombres que todo español debe pronunciar con gratitud.
Y claro está nuestra gratitud se extiende a todos los que hoy continúan esa espléndida tradición y, singularmente, a los homenajeados de hoy: Richard Herr que, arrancado de su profundo conocimiento de la Ilustración española del siglo XVIII, publicó estudios del mundo contemporáneo; Gabriel Jackson, que analizó elementos desconocidos de la Segunda República y habitualmente nos ofrece agudos ensayos en la prensa diaria; Juan Linz fue introductor de los análisis sociológicos sobre la España más reciente; Edward Malefakis publicó la obra maestra sobre la historia de la reforma agraria y de la Segunda República; Stanley Payne profundizó en el conocimiento de la guerra civil española y en la historia monográfica de algunas realidades sectoriales y espaciales; Nicolás Sánchez Albornoz fue pionero de la historia económica de la España decimonónica, que tantos conocimientos ha venido aportando; Joan Connelly, pionera de la historia de género de España y autora de un impresionante estudio archivístico de la Semana Trágica de Barcelona de 1909; y Douglas Wheeler, historiador volcado también en la Península Ibérica, que ha escrito importantes monografías sobre el pasado reciente de Portugal.
A todos ellos nuestro agradecimiento por su saber hacer como historiadores de España y de Portugal así como por el legado historiográfico y de conocimientos históricos que nos permiten conocer e interpretar adecuadamente las realidades sociales, políticas y económicas del mundo Ibérico; y gracias también porque su semilla fructificó en la creación de la Sociedad de Historiadores de España y Portugal que celebra estos días en la Universidad Complutense de Madrid su 34 Congreso.
No quiero terminar mis palabras sin señalar que el hispanismo norteamericano se enfrenta hoy a similares retos que el hispanismo español, esto es, mantener unos niveles de calidad científica que no desmerezcan de lo ya alcanzado, o superarlos; y garantizar que los conocimientos adquiridos y las investigaciones en curso no se conviertan en saberes deshumanizados.
Es preciso también avanzar hacia una mayor intercomunicación en un colectivo cada vez más amplio y disperso. Quienes profesan el Hispanismo en Norteamérica, en España, Francia, Asia, el Norte y Este de Europa o Rusia, tienen la necesidad de dotarse de instrumentos acordes con la era de la globalización y de la red de redes, que han modificado radicalmente los hábitos de trabajo y la forma de obtener y comunicar la información. En ese sentido es preciso garantizar una circulación fluida del saber que se atesora en tantos miles o cientos de miles de profesores, investigadores, y alumnos que cultivan los estudios hispánicos. Nuevas herramientas, como el?Portal del Hispanismo? que ha puesto en marcha el Instituto Cervantes, podrán, sin duda, en un futuro próximo dar respuesta a las exigencias de un Hispanismo cada vez más amplio y diversificado.
Al honrar hoy aquí al Hispanismo norteamericano en la persona de algunos de sus más eximios representantes, deseo concluir manifestando mi convicción de que las nuevas generaciones de hispanistas sabrán asumir los nuevos retos. Donde hubo y hay tan buenos maestros, siempre habrá buenos discípulos que sepan recoger el testigo y mantener viva la llama de una herencia tan espléndida como lo es la del Hispanismo en los Estados Unidos.