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Palabras de Su Majestad el Rey en la apertura de la II Legislatura Constitucional

Madrid, 25.11.1982

S

eñor Presidente del Congreso de los Diputados, señor Presidente del Senado, señor Presidente y señores Ministros del Gobierno en funciones, señoras y señores diputados y senadores, al inaugurar una nueva legislatura de las Cortes Generales, en este acto solemne de alta significación democrática, quiero que mis primeras palabras contengan un saludo a todo nuestro pueblo, dirigido a través de sus legítimos representantes, que hoy os reunís por vez primera para comenzar a cumplir el mandato libre y pacífico de los españoles.

Tengo la impresión en este momento, como depositario de las funciones constitucionales de la Corona, que es el pueblo español, el sereno, sufrido, ejemplar y magnífico pueblo español, al que hemos de servir con total entrega, el que está aquí junto a todos nosotros, el que ostenta con absoluto derecho el máximo protagonismo de este acontecimiento.

Sois, por ello, vosotros, titulares de la política, en la acepción más profunda y clásica que a la política puede darse "arte y tarea sublime que abraza a cuanto puede influir en la prosperidad de los pueblos", los que habéis de traducir en leyes positivas y eficaces las esperanzas de nuestros compatriotas y el encargo de ellos recibido.

Como ya he señalado en ocasiones anteriores, la democracia se sustenta medularmente en la labor que tenéis encomendada.

Vuestro poder es abierto, testimonial y complejo. No puede permitirse ni un desfallecimiento, ni una vacilación. En él descansa la estabilidad pública y por él se encauza la consecución de los objetivos de permanencia y fortaleza del Estado.

Por eso, si la construcción de la democracia y la consolidación del sistema de derecho que ha asumido con decisión y entrega el pueblo español, han de hacerse sin precipitaciones ni demoras, a estas Cámaras corresponde atemperar el ritmo, armonizar los problemas y las soluciones, establecer en la legalidad lo más conveniente para conseguir la convivencia en común.

Pienso que tenemos motivos para estar agradecidos y satisfechos por la forma ordenada, libre y pacífica en que se ha manifestado en amplia proporción la voluntad de los españoles durante las elecciones generales que han dado lugar a la constitución de estas Cámaras. Es una muestra de que en la conciencia del pueblo se ha abierto camino la idea de que es necesario participar decididamente en la. actividad política, que ha de ejercerse en bien de la comunidad, para conseguir una existencia en paz y en libertad.

Pero es también ocasión para adoptar el propósito de responder a esa manifestación explícita y hacerse digno de la confianza recibida. Es la ocasión para invocar la necesidad de practicar día a día, hora a hora, en el proceso reglamentado de la tarea que a las Cortes compete, la virtud suprema de toda política, que es la prudencia.

Sin ella -como equilibrio de la sabiduría y el sentimiento- no serían posibles las leyes que necesitamos.

Yo os pido que la apliquéis sin vacilación en estas Cortes Generales que se abren en un momento crucial de nuestra historia.

La fina sensibilidad del pueblo español le permite juzgar comportamientos, rechazar errores o corresponder favorablemente a los aciertos. No admite que los intereses personales prevalezcan sobre los colectivos, y sabe distinguir perfectamente lo fundamental de lo secundario o accesorio.

Tengamos presente que en el ordenamiento que ese pueblo ha elegido, existe la posibilidad de reflejar libremente la opinión, como premio o como sanción de conductas, como desánimo y rechazo o como esperanza y fe sobre futuras maneras de proceder.

Hagámonos todos dignos de su confianza y esforcémonos en resolver de acuerdo los problemas más graves y de mayor generalidad. Porque también el pueblo sabe percibir los objetivos importantes sobre los que puede existir una amplia coincidencia; las grandes cuestiones que todos hemos de estar de acuerdo en intentar resolver unidos; los valores inmutables en cuyo reconocimiento existe unanimidad de opinión.

Os manifiesto abiertamente que tengo una gran fe en nuestro porvenir.

De la dedicación total y sincera al servicio del bien común que habéis de ejercer aquí, ha de salir bienestar para los ciudadanos, vigor para el Estado que sostiene nuestra vitalidad histórica, y claridad ante el futuro.

Pienso que iniciamos la normalización de ese futuro. Que ha sido evidente la decisión del pueblo español al manifestar que no pueden prevalecer jamás los deseos de una minoría, apoyada en la fuerza, sobre la voluntad de la mayoría de los ciudadanos libre y pacíficamente expresada.

Ha llegado el momento de que consolidemos lo hasta ahora conseguido y sigamos avanzando con firmeza y seguridad por el camino de la normalización de nuestro Estado de derecho. De que aprendamos a vivir en paz, sin odios ni rencores, reconociendo la libertad de los demás, como garantía y limitación a un tiempo de nuestra propia libertad.                                        

Debemos entre todos robustecer el concepto del Estado, de su permanencia y de su funcionamiento por encima de las vicisitudes que constituyen precisamente un elemento consolidador del propio Estado.

Los relevos políticos, decididos por el pueblo, son actos normales en la esencia de la democracia, que sirven precisamente para fomentar la adhesión a ese sentido de permanencia del Estado, de obediencia a sus normas, de observancia, de un ordenamiento que no se altera, sino que se confirma, con las alternativas que se adoptan y con la labor que los designados realizan en el cumplimiento de su alta misión.

Es.preciso inculcar en todos el respeto a las leyes, el interés en la defensa del concepto del Estado, sea cual sea la opción política que en un momento dado y para un determinado período haya elegido el pueblo español al manifestar su voluntad.

Yo estoy seguro, en este sentido, de que la legislatura boy iniciada, va a trabajar sobre estos propósitos generosos y amplios a los que tiene derecho nuestro pueblo.

Vuestra representatividad ha sido lograda en unas elecciones que constituyen un modelo de participación, de orden y libertad.

La sosegada y serena celebración del triunfo, al que hay que responder con el acierto; el comprensivo reconocimiento de la derrota, que puede servir de estímulo a nuevos empeños, sin olvidar el mérito de quienes contribuyeron a realizar con fortuna en la etapa pasada el difícil momento de la transición; la colaboración sincera y eficaz entre los equipos que han de sustituirse en un relevo al que la radicalidad no debe restar normalidad, son circunstancias que abren ante todos nosotros y ante España en general una luz de ilusión, de continuidad y de esperanza por la que os felicito y me felicito; por la que felicito sobre todo al pueblo español.

En esta alta institución se contiene una de las bases par a consolidar la democracia.

La más atrayente y prestigiosa función de los partidos políticos es precisamente trabajar, desde su fuerza representativa, por el interés nacional y el robustecimiento del Estado. A través de esta labor y mirando a ese alto fin, se robustecen los propios partidos políticos mucho más que si se atiende al exclusivo robustecimiento de éstos.

Porque aquel interés nacional tiene su objetivo más dinámico en asegurar la permanencia de un Estado sólido y coherente; en la cimentación de una arquitectura jurídica que resguarde a la patria, que proteja a los hombres y mujeres que constituyen su fuerza y su clamor, contra cualquier debilitamiento del ser nacional.Nuestra democracia, el proyecto de vida que se ha hecho en la libertad y en el respeto a los demás, ha de sostenerse, por tanto, en los pilares de un Estado firme, cuya modelación y organización le proporcione fortaleza y solidez.

Un Estado permanente, a salvo de los avatares que necesariamente genera la política. De contextura inquebrantable, de coherencia creativa, que ampare la marcha de las instituciones y, recíprocamente, que las instituciones amparen la marcha de aquél hacia esos objetivos de plenitud histórica que con ahínco y sin ninguna vacilación estimula la Corona.

Necesitamos que la continuidad, operatividad e integridad del Estado asegure por su propia naturaleza los resortes de la democracia. Que sea su garantía y su sostén. Porque la posibilidad de realizar cada día nuestros ideales de libertad, ya irrenunciables, no sería efectiva sin ese Estado siempre digno de respeto, defendido por todos y a cubierto de contingencias y relevos.

La grandeza y servidumbre del sistema consiste en el acuerdo compartido por la sociedad y sus representantes; en la colaboración de las instituciones para la consolidación y fortaleza del Estado; en la entrega de las Fuerzas Armadas y las de Seguridad a la defensa del orden que la Constitución establece y de la realidad política que en cada período origine su aplicación; en la dedicación de los funcionarios y el esfuerzo de cuantos rinden su trabajo en las distintas esferas; en la actuación seria y responsable de los medios de comunicación; en el interés de todos por sostener el bastidor y el tejido precioso sobre el que se dibuja y cobra vida, en una labor continua y continuadora, la convivencia de hoy y del futuro.

La referencia a ese marco indiscutible que afirme la seguridad y el crecimiento de la vida democrática institucional, es la gran tarea que os corresponde.

Estáis comprometidos -estamos comprometidos- en esa gran empresa. Desde ella será posible lograr la política nacional que demanda nuestro tiempo y contra la que no pueden prevalecer las amenazas de un mundo a veces trastornado, ni la locura febril de los grupos que se apoyan en una violencia incomprensible y trágica.

El terrorismo oscurece nuestra vida en común con la confusión, el dolor y la sangre.

Se ha cebado con monstruosa y preferente delectación en las Fuerzas Armadas y en las de Seguridad, cuyo núcleo fundamental y decisivo -el que les da carácter- yo os digo, y lo digo emocionadamente, ha hecho siempre honor a su profesión de disciplina y sacrificio, y con su leal sumisión al poder legítimo, honra también a la sociedad y a la Nación a la que pertenece.

Soportar la inmolación absurda y cobarde de los compañeros más queridos, y soportarla con las armas en la mano, en mutismo glorioso, es una de las páginas más hermosas que haya escrito jamás en el mundo el espíritu castrense.

Se equivoca por completo quien piense, quien insinúe o declare con torpe malicia, que las Fuerzas Armadas, polo opuesto del terrorismo, podrían terminar con él radicalmente suspendiendo o modificando el Estado de derecho. Esa es exactamente, como de sobra sabemos, la jugada maestra que pretende el terror.

Y aprovechar sombríamente el dolor del soldado para incitarle a transgredir el principio en función del cual es un soldado, equivale a querer traspasar a su voluntad el mismo mecanismo, ciego y despótico, que mueve al terrorista.

Los Ejércitos, las Fuerzas de Seguridad, con su profundo sentido patriótico, constituyen en su conjunto el guardián firme y honrado del Estado de derecho, frente al terrorismo y frente a cualquier agresor.

Desde aquí les expreso hoy mi admiración, mi respeto y mi reconocimiento.

Señoras y señores diputados, señoras y señores senadores, al iniciarse esta nueva etapa en la vida de las Cortes Generales, quiero agradecer sus desvelos y sus trabajos a cuantos colaboraron en las tareas de las anteriores Cámaras y hasta sufrieron dentro de estas paredes el ataque de la violencia.

Es una satisfacción para mí abrir esta legislatura que sin duda va a ser plural en iniciativas y resultados. Y de la que el pueblo español, con serena impaciencia, espera un servicio inaplazable para progresar en todos los órdenes y conseguir el robustecimiento de su tranquilidad.

Vuestra tarea consiste, precisamente, en dar cauce propicio al desafío que como pueblo nos hacen las circunstancias.

Es necesario un concierto total de voluntades libres, coherentes y agrupadas, para obtener fuerza política. Un concierto simultáneo de ideas, de proyectos y de realizaciones.

De esa inmensa fecundidad; de ese constante imaginar, proyectar y realizar; de ese esfuerzo de todos por asegurar el presente y crear el futuro; de la vehemencia con la que chocan las opiniones y se manifiestan, no se desprende desorden ni guerra social. Es tan sólo el ejercicio de la libertad.

Yo os pido que, en la conjunción ordenada de las discrepancias parlamentarias, respondáis cada uno, en la medida precisa, a este reto de construir una nación cada vez más próspera, que, con la ayuda de Dios, hemos de legar, como un tesoro, pero también como una responsabilidad y un riesgo, como una honrosa carga, a nuestros hijos.

A vosotros corresponde devolver al pueblo con leyes justas, oportunas, integradoras y prudentes, la confianza que él ha depositado en las Cortes Generales.

En la demanda de esa gran tarea, declaro abierta la legislatura.

 

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