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onmemorar es actualizar. No se trata de exhumar crónicas caducadas, sino ejemplos transcendentes, con vigencia en el presente, y que a todos nos sirvan.
Con este espíritu nos reunimos aquí para celebrar el Cuarto Centenario del nacimiento, en esta hospitalaria villa de Fitero, del eminente obispo y virrey, literato y pastor don Juan de Palafox y Mendoza. Y, por consiguiente, para rastrear la huella de su singular figura y obra, analizar el significado de su vida, y calibrar cuáles de los valores que profesó y defendió permanecen y nos estimulan.
Palafox es uno de los protagonistas de la España grande, tanto mayor cuanto más fue de todos y para todos.
Navarro de nacimiento y aragonés por su familia y primera educación, no se contentó con las cómodas y limitadas satisfacciones de un localismo excluyente, sino que fue un prototipo de hombre universal, identificado a fondo con las sociedades y situaciones que vivió intensamente, en escenarios tan dispares como Madrid, Alemania, Puebla de los Ángeles y Burgo de Osma.
Fue de los hombres que levantan y resuelven, no de los que entorpecen y desbaratan.
Su talante, sus hechos y sus aspiraciones trazan un modelo de conducta que es en sí misma una enseñanza, llevada a cabo con autenticidad y convicción.
Pues se basa en principios que sirven para todos los tiempos y comunidades: respeto a la dignidad humana, valor ante las adversidades y aun las persecuciones, conciencia del derecho como eje vertebrador de toda convivencia, y exigencia en el perfeccionamiento personal y el servicio a la comunidad.
A través de su misión más lograda y mejor conocida en tierras mexicanas, a las que dedicó sus mejores dotes políticas y evangélicas, sigue anudando los lazos, tan antiguos y siempre nuevos, de la comunidad cultural que une a los pueblos de uno y otro lado del Atlántico, encaminándolos a un destino compartido.
Me alegro de hilvanar estos recuerdos en la Ribera de Navarra, abierta al sol y al cierzo, valiente y sincera, donde Palafox vió la luz y vivió las primeras experiencias, semillas de su vida lograda y bien hecha.
Esta tierra cuyos hombres dan cara al presente, y a lo que traiga detrás, con empeño y alegría, sin perder nunca de vista sus señas de identidad, que hoy he visto en el Palacio Decanal y la Catedral de Tudela, y en este Monasterio, el más antiguo del Císter en España y Portugal, que hoy reverdece al calor de las glorias de un hijo tan ilustre de Fitero.
Felicito a cuantos han levantado el edificio bien fundado de este Centenario, que es a la vez hito y promesa para esta villa y la Comunidad Foral, que siento tan de cerca.
Y agradezco a todos los navarros con quienes hoy me he encontrado su cariño, al que correspondo con todo mi afecto.