Estamos en la montaña de Palencia, en las faldas de la cordillera Cantábrica, en este evocador paisaje de robles y de hayas. Hemos venido a entender, como decía el poeta castellano Claudio Rodríguez “qué hazaña vibra en la luz” de este paisaje: qué hecho histórico tuvo lugar aquí, en Brañosera, hace doce siglos, y por qué algo tan lejano o antiguo es tan importante que nos ayuda a explicar nuestro presente y a caminar hacia nuestro futuro.
Hace mil doscientos años, en el 824, el conde Munio Núñez y su esposa, la condesa Argilo, bajo el reinado de Alfonso II el Casto. Concedieron a los primeros habitantes de Brañosera una carta puebla. Los condes tuvieron una idea revolucionaria: para animar a la población a asentarse en una tierra de frontera, expuesta a incursiones y pillajes, había que hacerla partícipe del gobierno, dotarla de derechos y libertades, situarla en el centro de su propio destino.
Con el otorgamiento de ese fuero, de esa carta de repoblación, los condes, quizá sin ser conscientes del todo, estaban dando forma a una comunidad en el sentido político del término. Una asamblea de ciudadanos, autónoma y cohesionada. Sembraban la semilla de una idea que, en otros lugares de Europa, tardaría un milenio en germinar: la libertad y la igualdad como fundamentos de la ciudadanía.
De aquí surgió el aliento que hizo posible, durante la edad media, el crecimiento y la prosperidad de tantas villas y ciudades, al amparo de una reconquista que, como todos los procesos que abarcan siglos de historia, tiene mucho que ver con la interacción o convivencia entre culturas ─es decir, con el mestizaje─ no tan solo con el constante guerrear (aunque de eso no hubo escasez…).
Las cartas pueblas abrieron un espacio a la vida urbana en toda su dimensión: al comercio, al intercambio, a los negocios..., al emprendimiento diríamos en términos actuales; también a la enseñanza, incluso al ocio, entre otras cosas. En ellas se contiene una noción de la vida como proyecto individual, que está mucho más ligada a la modernidad que al alto medievo. Porque como dice el conocido proverbio germánico: “el aire de la ciudad nos hace libres”.
Así que, sin este primer paso, que disteis aquí, seguramente no se entenderían ni el renacimiento, ni la ilustración, ni la revolución francesa, ni los regímenes constitucionales y democráticos ni la construcción de la Europa unida. Porque beben, todas esas ideas, de la misma fuente participativa, crecen a partir de la misma raíz humanista.
Paseando por estas calles, bajo estos tejados de pizarra, es imposible no preguntarse ¿cómo serían aquellos primeros pobladores de Brañosera en el año 824? Y ¿cómo serían sus discusiones?
Me aventuro a pensar que aquellos primeros hombres y mujeres tenían grandes dosis de valentía, de coraje, de fe en el futuro, que son valores intemporales que forjan ─en aquella época y en esta─ las grandes y mejores empresas, e identifican a quienes abren camino con ellas. Pero también intuimos el miedo, la incertidumbre, la austeridad y el rigor o dureza de una vida tan pendiente del clima y el fruto de las cosechas.
Y en cuanto a aquellas primeras discusiones ─al calor de una hoguera y en un romance primitivo que fue la semilla de la lengua castellana─ versarían, seguro, del bosque, los cultivos, el mercado, el molino, los caminos, los linderos, la seguridad: de aquello que ocupaba y preocupaba a todos y que, por ese motivo, era la condición primera del bien común.
"...del municipalismo se levanta la arquitectura de instituciones del estado contemporáneo: nuestra administración provincial, autonómica y central. Las instituciones, cuanto más amplias y complejas, más parecen alejarse del día a día de los ciudadanos. Pero en último extremo cumplen la misma función que la carta puebla del pueblo de Brañosera en el 824: son la garantía de nuestras libertades..."
Esas personas y esas discusiones fueron ─permitidme insistir en ello─ la piedra fundacional del municipalismo. Porque, hoy igual que entonces, el municipalismo es integración y participación; son los derechos y libertades, pero también las responsabilidades inherentes a la vida ciudadana. En ningún lugar como en los pueblos se hace la vida democrática tan tangible, tan real.
Del municipalismo se levanta la arquitectura de instituciones del estado contemporáneo: nuestra administración provincial, autonómica y central. Las instituciones, cuanto más amplias y complejas, más parecen alejarse del día a día de los ciudadanos. Pero en último extremo cumplen la misma función que la carta puebla del pueblo de Brañosera en el 824: son la garantía de nuestras libertades.
Y en la cúspide de ese edificio se sitúa nuestra Constitución de 1978 ─la ‘carta puebla’ que el pueblo español refrendó a sí mismo─ inaugurando las casi cinco décadas de libertad, de estabilidad, de convivencia democrática de nuestra historia reciente. Me enorgullece pensar que la Jefatura de Estado, la Corona, es una parte importante de ese edificio; y que ha estado, y está, en tantos capítulos brillantes de nuestra historia compartida.
Del municipalismo también se nutren las instituciones de la Europa unida. Porque las ciudades, y los ciudadanos, son cimiento del proceso de integración europeo. Y cuando los padres fundadores sentaron las bases de la Europa unida, dieron carta de naturaleza al principio de subsidiariedad, que no es otra cosa que acercar lo más posible la administración al ciudadano; situarlo en el eje de cualquier discurso político.
Señoras y señoress,
Me consta que la Brañosera de hoy comparte muchos de los retos y preocupaciones que están ligados a la “España vaciada”. Y que los brañoserenses, con ese orgullo callado y adusto que es santo y seña de vuestra tierra, reivindicáis vuestra historia sin desatender el presente ni dejar de mirar, con lógica inquietud, el futuro. La vuestra es, seguro, una visión común a la de muchos pueblos en Castilla y León; una comunidad que cuenta, por sí sola, con la cuarta parte de los municipios de España. Celebro especialmente que algunos de sus alcaldes nos acompañen, hoy, en este acto. Y quiero felicitar, junto a la Reina, a los que han sido distinguidos con el reconocimiento al municipalismo.
Sabéis mejor que nadie ─porque es vuestro día a día─ que la vida en la “España vaciada” plantea grandes desafíos. Es preciso el esfuerzo de los vecinos y el trabajo coordinado de las administraciones para asegurar los servicios básicos, fomentar las fuentes de empleo y las condiciones para el emprendimiento, ofrecer educación de calidad a los niños y los jóvenes, la asistencia específica a nuestros mayores, y favorecer el bienestar y el porvenir a las familias. Para alimentar, en definitiva, esa llama que en este precioso pueblo lleva ardiendo más de 1200 años.
Así que permitidme que os hable, a los brañoserenses, en clave de presente y de futuro: y daros ánimo, para seguid adelante. Sois un modelo para muchos municipios. Lo habéis demostrado con este acto, con esta gran celebración de vuestro espíritu milenario, que afirma, una vez más, vuestra voluntad de vivir juntos. No hay mejor expresión de un pueblo creativo, dinámico, audaz: de un pueblo vivo.
Si estamos hoy aquí, celebrando con vosotros vuestra historia, es, sobre todo, porque queremos compartir, también, vuestro presente y vuestro porvenir. Porque creemos en él: el futuro de los pueblos, de las comarcas, de la vida rural; una parte tan importante del futuro de nuestro país.
Con vuestra lucha diaria por preservar, ampliar y fortalecer ese espacio de libertades reconocido, hace 1.200 años, en el fuero de Brañosera, nos dais una lección de ética, de ciudadanía, de capacidad de superación. Y tenéis, por vuestro ejemplo, la profunda gratitud de los españoles.
Sois, hoy más que nunca, el primer ayuntamiento de España. Muchas gracias.