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ueridos compañeros, como ya dije en otras ocasiones, aunque en la tradicional conmemoración de la Pascua Militar, es al Rey a quien corresponde expresar su felicitación a los que formáis parte de los ejércitos, agradezco profundamente la que en nombre de todos vosotros acaba de formularme el Ministro de Defensa y correspondo a ella de corazón. Os agradezco también la adhesión constante, disciplinada y vocacional a los objetivos permanentes del Estado que habéis demostrado a través del año y que constituye para mí, como jefe supremo de las Fuerzas Armadas, la mejor de las felicitaciones.
Celebro mucho la posibilidad de manifestároslo directamente con motivo de esta conmemoración que me permite reunirme con las representaciones de los Ejércitos de Tierra, Mar y Aire, así como de la Guardia Civil, y en la que, aun sin necesidad de palabras, flota en el ambiente un espíritu de compañerismo y de unidad, como símbolo de la coincidencia y compenetración entre vuestros sentimientos y mis sentimientos.
Yo os aseguro que estoy siempre muy cerca de vosotros y que comparto vuestras inquietudes, vuestros deseos, vuestras alegrías y vuestros momentos de preocupación.
Agradezco, asimismo, al señor Ministro la clara exposición que ha efectuado en cuanto a los planes de su departamento y a los propósitos que los inspiran.
Y me satisface muchísimo que esa amplia reorganización ahora en marcha se realice con el objetivo de conseguir unos resultados de eficacia, acomodados a las posibilidades de la nación, en conjunción adecuada con sus necesidades desde el punto de vista de la defensa.
La mejor prueba de que las Fuerzas Armadas forman una institución viva, activa y progresista, es que en ellas constituye una necesidad permanente la de reorganizarse.
No es posible encontrar un sistema que permita adoptar un modelo estático e inamovible que perdure, sino que en cada momento es preciso adaptarse a unas circunstancias variables, que son condicionantes de toda estructura militar.
Pero he de confesar que también me alegra comprobar cómo prevalece la idea de que en toda reorganización militar es necesario conservar una serie de factores básicos que caracterizan a la milicia; unas condiciones tradicionales que la definen; una especial manera de ser formada a través de los siglos; una singularidad de la profesión que, si bien ha de acomodarse a los tiempos modernos y a las exigencias actuales, no puede perder su identidad y sus particularidades.
Porque ni el pasado ha de olvidarse, ni cabe ampararse en él para adoptar posturas inmovilistas.
De ahí el acierto de toda reforma que, como la que se está llevando a cabo, aspire a concertar lo clásico con lo moderno y a adaptar a la realidad presente la estructura de las Fuerzas Armadas.
Existen unas normas que forman y marcan la conducta de los que sienten el espíritu castrense, aprendidas en las academias militares y practicadas a través de una vida dedicada al servicio de la patria, cuya soberanía, independencia e integridad territorial tienen la misión de garantizar y defender, dentro del ordenamiento constitucional.
Por eso es indispensable armonizar el sentido de modernidad imprescindible, con la conservación del espíritu militar tradicional. Y, sobre todo, reformarse el sentimiento de ilusión que en todo momento tiene que animar el ejercicio de vuestra profesión.
Con esa ilusión que es preciso fomentar para que no decaiga nunca, ha de cumplirse el deber de cada día.
El simple cumplimiento del deber no tiene demasiado mérito, porque el deber se impone. Lo importante es amarlo. Y cuando se unen el amor y el deber, podemos esperar ilusionadamente los mejores resultados.
Hoy, como siempre, os invito de nuevo a trabajar con ilusión y con amor, en la honrosa misión que os ha encomendado el pueblo español, para que vuestro deber se cumpla con alegría y con esperanza.
Tratemos de mejorar los métodos de relación humana, de instrucción y de adiestramiento, para buscar siempre la necesaria integración del soldado en la defensa militar de su patria. Esforcémonos en conseguir y reforzar la natural y recíproca confianza entre la sociedad y sus Fuerzas Armadas. Asumamos responsablemente el deber moral de que todos participemos en la defensa de la sociedad a que pertenecemos.
Pienso también en la necesidad de conseguir, a través de esa reorganización que se está desarrollando, un avance decisivo en el proceso de unificación del mando para el establecimiento de una concepción global de las operaciones militares.
La fusión de los tres Ministerios del Ejército, de Marina y del Aire en un nuevo Departamento de Defensa, es el signo que marca la conveniencia de que esa simplificación administrativa se traslade también a la actuación de los tres Ejércitos, de acuerdo con una doctrina de acción unificada.
En este sentido, parece indispensable romper viejos moldes, superar barreras anticuadas y conseguir la aportación entusiasta de todos para que la integración sea completa y eficaz.
Permitidme que en estos momentos de cordialidad y camaradería, haga una referencia muy personal a mi hijo el Príncipe de Asturias, que pronto terminará sus estudios militares y podrá disfrutar de la experiencia adquirida entre sus compañeros de los tres Ejércitos.
Una experiencia que estoy seguro le será muy útil a través de su vida y en la importante misión que le corresponde. Al expresar mi orgullo de padre por esta formación del Heredero de la Corona, que ha completar con sus estudios universitarios, me satisface profundamente que quede para siempre integrada en una institución que ha de entregarse siempre a la defensa de la patria.
Al pasar revista al año que acaba de finalizar, y con la visión optimista de los logros conseguidos en tantos aspectos para consolidar nuestras libertades y nuestra paz, hemos de hacer una referencia negativa a esa plaga que ha llevado el dolor a tantas familias españolas y que los militares hemos padecido tan de cerca.
No voy a repetir aquí lo que hace pocos días he expresado en mi mensaje de navidad al pueblo español; pero sí quiero hacer constar, una vez más, mi admiración y mi agradecimiento al Instituto de la Guardia Civil y a cuantos luchan contra el terrorismo.
Yo sé que por encima de todo no perderemos la esperanza y combatiremos unidos para erradicar ese terrorismo que trata de desestabilizar el sistema que nuestro pueblo ha elegido y la paz que todos deseamos disfrutar, por encima de las naturales controversias solucionables con el diálogo y la buena voluntad.
Una buena voluntad que se pone de manifiesto sobre todo en estos días que acabamos de pasar, en las fiestas de la navidad, y que ha de mantenerse durante el año que ahora comienza como inspiradora de nuestras conductas.
Mis mejores deseos para todos vosotros y para vuestras familias, en la confianza de vuestro espíritu, la seguridad de vuestra disciplina y la fe en los destinos de nuestra patria.
Muchas felicidades y muchas gracias.
¡Viva España!