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Palabras de Su Majestad el Rey con motivo de la entrega de la Medalla Internacional a la Democracia

EE.UU.(Washington), 28.03.2001

S

eñor Secretario General de la Organización de Estados Americanos,Señor Presidente del Centro para la Democracia,Distinguidos invitados,Señoras y señores,

Acepto y agradezco la Medalla Internacional a la Democracia en nombre del pueblo español, al que me honro en servir.

Sé que con estas palabras me uno a muchas de las ilustres personalidades que me han precedido en el galardón, porque con ellas comparto la conciencia de que toda trayectoria personal en los procesos de transformación democrática sólo cobra sentido si se sostienen en la energía colectiva de un pueblo y se alimentan de las aspiraciones generales.

Me honra recibir, y conmigo el pueblo español, esta distinción del Centro para la Democracia, una institución que no se contenta con reconocer los méritos de terceros, sino que se dedica a promover activa y respetuosamente en todo el mundo los valores democráticos. Nada ni nadie pueden sustituir el esfuerzo de quienes están llamados a construir y a gozar su propia democracia, pero muchas veces son necesarios el consejo, el conocimiento o el simple ejemplo. Quiero animarle, Profesor Weinstein, a no cejar en un empeño que nos enriquece a todos.

Regreso hoy al que fue destino de mi primer viaje como Rey de España, los Estados Unidos de América, un país capital para la historia de la democracia, y del que admiramos la solidez de sus valores y su pujanza creativa.

España y los Estados Unidos comparten una historia de siglos, y son hoy aliados que buscan nuevas y mejores formas de asociarse.

Señoras y señores,

Estamos conmemorando, a lo largo de este año, el 25 aniversario de mi reinado.

Cuando fuí proclamado Rey, les dije a mis conciudadanos que empezaba entonces una nueva etapa en la historia de España.

Supimos, o por lo menos sentimos, cuál era nuestra meta: la de construir nuestro propio destino en libertad y democracia. Fue la pasión y el esfuerzo del pueblo español, de sus hombres y mujeres, de toda condición e ideología, dentro y fuera de España, lo que permitió, no ya encontrar el camino, porque no lo había, sino hacerlo y recorrerlo.

Hoy lo recuerdo con emoción y agradecimiento.

Soy el Rey constitucional de una vieja nación cuyas vicisitudes, para bien o para mal, han sido siempre sentidas con especial intensidad por mis antepasados. Retengo de ellos, de todos ellos, lo que desde lo más profundo para mí reivindico: servir a España y a los españoles, procurar su bienestar, su libertad, su estabilidad.

Intuí, desde mis años de juventud, no exentos de incertidumbres y dificultades, que mi servicio a la patria no podría realizarse fuera de un marco en que las libertades de los españoles, mis compatriotas, estuvieran plenamente garantizadas en un orden democrático.

Supe desde muy temprano que la Monarquía que yo encarno debería convertirse en un punto de encuentro y reconciliación para todo mi pueblo.

Si veinticinco años después, hemos asentado en nuestra convivencia la fructífera realidad de la democracia en un sistema monárquico y parlamentario, los méritos no son míos, al fin y al cabo mero intérprete de los deseos de un pueblo, sino de mis mandantes, los españoles, cuya sabiduría, sacrificio, imaginación y generosidad son los verdaderos acreedores a esta medalla a la democracia.

Señoras y señores,

No me corresponde a mí realizar el balance de estas últimas dos décadas y media, pero quiero compartir con ustedes los logros alcanzados con el esfuerzo de todos y algunas de mis preocupaciones.

En 1978, España se dotó de una Constitución que ofrecía a los españoles un marco estable de convivencia y garantizaba sus derechos y libertades. El tiempo transcurrido demuestra hasta qué punto lo que nació del consenso, lo que nadie pudo reclamar como exclusivamente propio, ha sabido cobijar las aspiraciones de todos. ¿Cómo no tener presente el ejemplo de la gran Constitución norteamericana que todavía hoy alienta la vida política de los Estados Unidos y protege a sus ciudadanos?.

Ha sabido también la vieja nación española resolver, con la Constitución y la configuración autonómica del Estado, nuestra secular dificultad para hacer fructificar nuestra realidad diversa. Hoy es España un país más complejo, pero más rico, y los españoles hemos logrado reforjar nuestra unidad nacional de una manera justa, solidaria y respetuosa para con nuestra naturaleza plural.

Nuestro país tiene hoy una economía desarrollada, en crecimiento y abierta al mundo. Agradecemos, aprovechamos y hacemos rendir las inversiones que nos llegan; pero contribuimos también, con la presencia estable de nuestras empresas, a crear fuera de nuestras fronteras riqueza y trabajo.

La sociedad española se ha transformado en estos años, y es hoy más justa porque ha sabido repartir su prosperidad económica y garantiza hoy a todos los ciudadanos, y a todos los que entre nosotros viven, la educación y la asistencia sanitaria.

Si antes eran los españoles quienes tenían que expatriarse para buscar el bienestar que no encontraban en su tierra, y contribuyeron con su trabajo al progreso de tantos países, son ahora muchos los que llegan a nuestras fronteras con el mismo propósito, y esperan de nosotros solidaridad y una rigurosa política de integración.

Esta España transformada ocupa un nuevo lugar en el mundo: el que le corresponde. No es ya que seamos desde hace años miembros de la Unión Europea, ni que cumplamos también de antiguo nuestras obligaciones para con la seguridad atlántica, sino que queremos prestar nuestra activa contribución al diseño del futuro de nuestro continente, y a su puesta en práctica.

Con el asentamiento de nuestra identidad europea, España ha podido renovar la proyección de nuestro sentir iberoamericano, y hoy nos reúnen en la Comunidad Iberoamericana de Naciones no sólo la historia y cultura comunes, sino unos valores y principios compartidos, y unos lazos económicos y de cooperación más estrechos.

Si los ojos exteriores de España se posan preferentemente en América y Europa, o el Mediterráneo, no olvidamos nuestras responsabilidades globales, ni las preocupaciones que compartimos con el conjunto de la humanidad.

La cultura española no se ha conformado con atesorar y preservar su rico patrimonio, ni con venerar a sus grandes artistas y hombres de letras, sino que sigue haciendo gala de capacidad creadora y artística, expresión de su riqueza plural.

La cultura en español, que es tan nuestra como de todas las naciones iberoamericanas, es hoy uno de los grandes espacios culturales del mundo, y la lengua española, y con ella nuestros valores y capacidades, instrumento que acerca a las personas y a los pueblos.

Señoras y señores,

Cuando repaso ante ustedes los cambios acaecidos, los esfuerzos empeñados, el sacrificio de muchos, y veo la prosperidad y libertad de las que gozan las nuevas generaciones de españoles, más duro resulta recordar la persistencia de la lacra del terrorismo.

Quiere el terrorismo romper nuestro modelo de convivencia y la voluntad integradora de nuestra sociedad, y minar su salud moral. La respuesta sólo puede venir de la confianza en el Estado de Derecho, la unidad de las fuerzas políticas, la movilización social, la cooperación internacional, la aplicación de la ley y una fortaleza ética que excluya absolutamente la justificación, o aún la comprensión, de la intimidación, la muerte o la imposición de las ideas por la violencia.

Afortunadamente, el mundo sabe hoy de la naturaleza perversa del terrorismo, al que reconoce como amenaza para todos, y del que entiende que de todos debe recibir adecuada respuesta.

Hoy quiero traerles un mensaje de esperanza, la que sienten nuestros ciudadanos: puedo asegurarles que, aunque puedan los terroristas traernos más dolor, ese dolor acabará, porque no conseguirán doblegar la firme voluntad de los españoles.

Señoras y señores,

Somos un país y una sociedad mejores de lo que éramos hace veinticinco años, más libres, más prósperos y más justos, pero no puedo olvidar que lo que lo hizo posible fue precisamente ese firme anhelo de ser mejores. Y la sociedad española de hoy tiene a su vez sus propios retos: la marginación social, la protección de los derechos de los más débiles, la integración de los emigrantes, entre otros, que sigue dispuesta a afrontar con idéntico esfuerzo e ilusión.

Señor Presidente,Señoras y señores,

Son legítimas las distintas formas de organización política, siempre que resulten de la voluntad popular y que respeten los derechos humanos. Nadie puede ampararse en sus peculiaridades culturales o históricas, o en sus realidades sociales, para justificar la violación de las libertades fundamentales del ser humano. Pero tampoco quienes compartimos los valores democráticos podemos dar la obra por concluída. Ni las mejores tradiciones, ni los más sabios padres fundadores garantizan las respuestas a necesidades cambiantes y crecientes. Debemos asegurar la participación real de los ciudadanos en la vida política, y tenemos que preservar su fundamental igualdad. No es sólo la riqueza lo que hace fuertes a las naciones, sino su cohesión social.

Por lo demás, se plantea la pregunta de si, en el mundo de hoy, un país o una sociedad pueden proyectar una mirada satisfecha sobre lo que ha conseguido, sin pararse a mirar lo que ocurre más allá de sus fronteras. Si se puede ser libre o justo o próspero, cuando para una parte importante de la humanidad nada se esconde tras esas palabras.

A quienes la historia o la geografía o el propio talento han colocado en condiciones privilegiadas les incumbe una mayor responsabilidad para con la suerte y el bienestar del orbe.

Nosotros, los españoles, quizás no ofrezcamos los titulares admirados de hace veinte años, pero queremos seguir siendo ejemplo razonable y cotidiano de lo que puede conseguir una sociedad unida, solidaria y esperanzada.

Al servicio de ese ideal, están la Corona de España y su Rey.

Señor Secretario General,Señor Presidente,Señoras y Señores,

En nombre del pueblo español, el verdadero merecedor de esta medalla, muchas gracias.

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