S
eñor Presidente de la República de Filipinas,Señor Presidente de la Comisión Filipina del Centenario,Señora Presidenta de la Comisión Española del Centenario,Señoras y Señores,
Cuando, el 12 de junio de 1898, Emilio Aguinaldo izó en su casa de Cavite la primera bandera nacional filipina y proclamó la Declaración de Independencia, España acababa de sufrir pocas semanas antes una derrota naval en las aguas que bañan esa misma villa, aguas en las que, precisamente esta mañana, hemos homenajeado a los españoles y filipinos que perecieron en la batalla en cumplimiento de su deber.
Poco más tarde, en diciembre de ese mismo año 1898, la firma del Tratado de París consagró la independencia de lo que habían sido las últimas posesiones españolas en Ultramar: Cuba, Puerto Rico y Filipinas.
Esta definitiva pérdida, restos de lo que habían sido los extensos territorios de la Monarquía Hispánica desde el siglo XVI, se vivió entonces en España -por sus clases dirigentes y por sus intelectuales- y durante las décadas siguientes, como una auténtica catástrofe, tanto más cuanto los lazos con estos últimos territorios de Ultramar no eran tan sólo de carácter económico o material sino de siglos de convivencia emocional y espiritual, y de intensa relación de hombres y gentes en un movimiento migratorio de doble sentido.
Pero de esa vivencia de "desastre" casi absoluto, de pesimismo a veces radical, surgió al mismo tiempo un renovador impulso regenerador que empujó el proyecto de modernización de la sociedad española, ya iniciado en determinados sectores de ese fin de siglo. Creadores e intelectuales fomentaron un foro de excelencia, en el que participaron escritores como Valle-Inclán, Baroja, Azorín o Machado; filósofos como Ganivet o Unamuno; pedagogos como Giner de los Ríos, científicos como Ramón y Cajal o Torres Quevedo; pintores como Zuloaga o Sorolla; arquitectos como Gaudí, e incluso músicos como Falla, Granados o Albéniz.
Esta exuberante floración de talentos son los adelantados de lo que se ha llegado a llamar una "Edad de Plata" cultural que estallará en las primeras décadas de nuestro siglo XX. Y así, junto a una crítica muchas veces exacerbada de una realidad española y europea compleja y contradictoria, hecha desde el amor y el patriotismo, los mejores hombres del 98 nos legaron la herencia positiva de aquel impulso hacia el futuro.
España inició entonces su andadura contemporánea y en buena medida se puede decir que la España de 1998 ha conseguido -en una historia en la que no ha faltado el aprendizaje del sufrimiento y graves retrocesos- llevar a la práctica muchos de los anhelos e inquietudes suscitados por los pensadores del 98: apertura generosa al mundo, desarrollo económico, desarrollo cultural, alfabetización, obras públicas, articulación con realidades regionales, aplacamiento de tensiones sociales, aprendizaje y ejercicio de la convivencia y del diálogo.
1898 fue el año de nuestro más evidente desencuentro, y sin embargo hoy acudimos a recordarlo juntos.
Entonces España tuvo que cerrar con dolor una etapa de su historia que había agotado sus posibilidades, y Filipinas tampoco obtuvo el resultado que buscaba y en el que creía, a pesar de los sacrificios que había derrochado para obtenerlo.
Ahora, en cambio, compartimos una misma esperanza, que brota de los largos siglos que convivimos y nos alienta a construir un futuro mejor del que podemos y debemos ser protagonistas.
Así lo proclama el lema con el que la República de Filipinas ha acertado a simbolizar esta fecha, y que España hace gustosamente suyo: "Abrazar el pasado, mirando al futuro".
El pasado es la etapa de la siembra paciente y generosa de los caracteres que definen a Filipinas como nación y le permiten expresarse con su carácter propio y distinto al de los países que le rodean.
Rebajar nuestro pasado sería renunciar a lo mejor de nosotros mismos. Pues Filipinas es la "Perla del Mar de Oriente", como la llamó Rizal, porque hace siglos nos encontramos en este suelo que pisamos para construirla a la sombra del árbol frondoso de la cultura occidental, precisamente en el momento en que sus avances en las áreas del pensamiento y de la técnica hacían de ella motor de la Historia y guía del mundo civilizado.
Una civilización que, en su versión española, Filipinas asumió como eje vertebrador de su conciencia como país, encendiendo en esta tierra, entonces tan remota, el triple faro de la fe, el saber y el idioma que sigue vinculándonos en el seno de una comunidad de cuatrocientos millones de hispanohablantes y cuyas palabras nutren y enriquecen las lenguas de estas islas.
Cultura que, por ser propia y no importada, ni mucho menos impuesta, no vaciló en integrar y enriquecerse con las de Asia y Extremo Oriente, que no sólo asimiló en una fecunda simbiosis, sino que además difundió a otros hemisferios a través de la Universidad y el "galeón de Manila".
Este equipaje intelectual, continuamente enriquecido a lo largo del tiempo, es también, fundamentalmente, el nervio de la ideología y la acción de los Padres de la Patria Filipina, cuya memoria honramos singularmente en estas fechas, y que tiene su más significativo exponente en la trayectoria intelectual de José Rizal y en sus avatares en España y Europa.
Desde lo alto de estas convicciones vemos el Centenario de 1898 como una oportunidad inmejorable para reiterar los profundos y duraderos sentimientos de afecto y amistad mutua que varias veces he tenido la satisfacción de manifestaros y que nos unen especialmente en estas fechas.
Nuestra primera coincidencia es, sin duda, la consolidación de la democracia que hemos conseguido con dignidad y valentía, venciendo dificultades que parecían insalvables.
Los principios y valores democráticos son hoy el eje de la trayectoria histórica de nuestros pueblos y el marco de su convivencia. Nos enorgullecemos de compartirlos y de cifrar en ellos el desarrollo de nuestras potencialidades y su proyección en las áreas regionales de que formamos parte y que más directamente nos atañen.
Es mucho lo que podemos aportar a un contexto internacional cada vez más interrelacionado y que hoy vive un proceso de creciente globalización, en el que tienen un papel importante las organizaciones regionales de las que son miembros nuestros dos países.
Señor Presidente, querido y admirado pueblo filipino,
La Reina y Yo estuvimos en visita oficial en Filipinas hace apenas tres años. A pesar del breve tiempo transcurrido desde entonces, y respondiendo a la que sabemos es voluntad del pueblo español y de su Gobierno, nos ha sido particularmente grato aceptar la fraternal invitación del Presidente Ramos para compartir durante estos días con el pueblo filipino la alegría de la Conmemoración del Centenario.
Han tenido ustedes conocimiento ya de cuál es y va a ser la aportación de España, en programas y proyectos, a la Conmemoración del Centenario filipino.
Hemos querido compartirla con ustedes personalmente, como testimonio no sólo de una voluntad política, sino de un compromiso institucional de España con Filipinas, del pueblo español con el pueblo filipino.
Abracemos, pues, el pasado, mirando al futuro. Estoy seguro de que, al hacerlo, habremos conseguido dar a este año y a la conmemoración a que está dedicado su auténtico significado y alcance, cumpliendo así también el destino de nuestros pueblos que avanzan como hermanos hacia el próximo milenio.
Señor Presidente,
Como muestra de mi aprecio hacía su persona y hacía el pueblo Filipino, deseo imponeros el Collar y las insignias de la Real Orden de Carlos Tercero.
Muchas gracias.