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Palabras de S.M. el Rey con motivo del 40º aniversario de la firma del Tratado de Adhesión a las Comunidades Europeas

Palacio Real de Madrid, 12.06.2025

Gostaria de expressar os nossos parabéns aos nossos amigos e vizinhos portugueses por esta data que partilhamos, este quadragésimo aniversario.​

Costó mucho llegar hasta aquel día. Muchos se emplearon para lograrlo ya desde los inicios de la Transición. Y ese mismo 12 de junio de 1985 tampoco fue fácil: como tantas veces y durante tantos años, fue una jornada que arrancó con el dolor del terrorismo segando vidas, no podemos olvidarlo. Pero también hubo una voluntad firme de avanzar en lo que representaba un futuro real de esperanza.

En este Salón de Columnas del Palacio Real se firmaba entonces el Tratado de Adhesión de España a las entonces Comunidades Europeas. Con aquella firma —y con la posterior materialización de esa adhesión, el 1 de enero de 1986—, se cerraba un ciclo histórico que nos había alejado y aislado durante demasiado tiempo de una Europa a la que, por geografía, historia y voluntad pertenecemos. 40 años después, conmemoramos mucho más que una fecha o una firma; celebramos una decisión, respaldada por un amplio consenso político y social, con la que iniciamos un camino que hoy seguimos recorriendo con convicción.

Pensar en la España de 1985 me lleva directamente a una etapa muy concreta de mi vida. El país, con la Constitución ya asentada como marco de convivencia democrática, estaba inmerso en un momento de ilusión y cambio. Para quienes nacimos en 1968, aquella época coincidió con una edad clave. Yo acababa de terminar el bachillerato, tenía 17 años y en septiembre empezaba mi formación en la AGM de Zaragoza. Recuerdo bien esa sensación compartida de estar ante el umbral de algo grande, con una mezcla de nervios, esperanza y ganas de empezar. Entrábamos en una época que no solo transformaría el país, sino también a nosotros mismos. 

Mi generación es precisamente aquella que alcanzó la mayoría de edad entorno a esos años ─yo en enero del 86 juré la Constitución ante las Cortes Generales─. Por lo tanto, hemos tenido la fortuna de vivir toda nuestra edad adulta en el sueño, ya hecho realidad, que varias generaciones de españoles anhelaron cumplir, pero no pudieron ver materializado: una España plenamente europea. 

Nuestros abuelos imaginaron esa realidad, y nuestros padres culminaron un esfuerzo que llevó a buen puerto tanto la restauración de las libertades y la democracia, como la integración en Europa.

Por ello debemos mostrar nuestra gratitud a los que tanto se esforzaron por dejarnos este valioso legado*. Esperemos que hoy, cuando ellos miren a Europa, sientan que hemos respondido a la oportunidad que nos brindaron, que en estos 40 años hemos estado a la altura de sus esfuerzos y aspiraciones, que seguimos trabajando sin fatiga para construir una Unión más fuerte y más eficaz, más unida y más cercana a sus ciudadanos.

Mirar hacia atrás permite valorar un pasado que merece ser recordado y celebrado. Pero, más importante aún, es mirar hacia adelante. Porque la integración en Europa no debe satisfacer solo a la generación que hizo posible nuestra adhesión, ni únicamente a los que disfrutamos —consciente y activamente— de estos 40 años de progreso. Debe ser, también, una realidad visible, compartida y valorada por quienes nacieron ya como ciudadanos de una democracia —la española—, y de la Unión Europea. 

Para quienes hoy tienen 40 o 39 años —los nacidos en 1985 y 1986— Europa fue un marco en constante evolución que vivieron como una sucesión de novedades. Durante su infancia, fueron testigos de la desaparición de los controles en las fronteras interiores; en su adolescencia, vivieron la llegada del euro como moneda común; y ya en su juventud y etapa adulta vieron cómo se ampliaba el programa Erasmus y cómo se abrían nuevas oportunidades para estudiar y trabajar en otros países europeos… Han crecido junto al proceso de integración europea.

El verdadero desafío ahora es llegar aún más lejos: involucrar a quienes ya han nacido en un escenario consolidado, el que para muchos fue una novedad y que para ellos es el marco de normalidad en el que se desarrolla su vida y que asumen con naturalidad. 

Sin embargo, no pueden, no deben dar Europa por asentada, ni como algo irreversible. Aún queda mucho por hacer y no debemos permitir que, por desafección, pérdida de cohesión o erosión externa desandemos un camino que nos ha dado tanto y ha sido el asombro del mundo. Y no bastará con que los jóvenes simplemente reconozcan esta realidad, como algo heredado: deberán hacerla suya.

"...40 años después, conmemoramos mucho más que una fecha o una firma; celebramos una decisión, respaldada por un amplio consenso político y social, con la que iniciamos un camino que hoy seguimos recorriendo con convicción...."

Involucrar a los jóvenes no es un gesto simbólico, sino una necesidad democrática. Solo participando sentirán que esta Europa también les pertenece. Su compromiso no puede nacer de la nostalgia por lo que fue, ni de la inercia de lo ya conseguido, sino de la convicción profunda de que el proyecto europeo merece ser defendido, reivindicado, cuidado y renovado.

Los motivos de fondo que explican la existencia y el valor de la Unión —superar un trágico pasado y construir una prosperidad compartida como mejor manera de garantizar la paz— siempre estarán ahí. Por eso, de quienes tomen el relevo, esperamos conciencia, compromiso y valentía. Porque la libertad y la democracia no son conquistas garantizadas: se defienden cada día en una construcción colectiva que solo perdurará si continúa siendo una obra viva. 

No lo tienen fácil ─me atrevo a afirmar─ en un mundo dominado por grandes tensiones y rivalidades geopolíticas y económicas; en un escenario donde las reglas se debilitan y la fuerza pretende imponerse sobre el derecho y sobre los derechos; en una Europa marcada por el retorno de la guerra y la inestabilidad, contrarias a su propia razón de ser.

Y, sin embargo, estoy convencido de que, como quienes nos precedieron, los que nos sucederán lograrán que el proyecto europeo ─que la UE─ afronte los desafíos, supere sus crisis y se fortalezca; en línea con la reflexión de Jean Monnet, que siempre pensó en Europa como un proyecto dinámico al afirmar que “Europa se haría en las crisis y sería la suma de las soluciones aportadas a éstas”.

Señoras y señores,

Este 2025 celebramos también el 75 aniversario de la Declaración Schumann, que sentó, sobre la paz y la solidaridad, las bases de la Unión Europea. “La paz mundial no puede salvaguardarse sin unos esfuerzos creadores equiparables a los peligros que la amenazan”, decía. La clarividencia de esa afirmación sigue vigente hoy, cuando Europa se ha comprometido a mancomunar sus esfuerzos en seguridad para disuadir a aquellos que intentan poner en cuestión los cimientos del orden europeo y las reglas de un orden internacional basados en la razón y no en la fuerza.

El tiempo transcurrido no ha cambiado la naturaleza del reto europeo, ni tampoco su urgencia o justificación. Al contrario. La guerra en nuestra frontera, con una invasión tan ilegal como brutal, como la que padece Ucrania, nos recuerda la necesidad de mantener la unidad, que, a su vez, como dice la divisa europea, es la mejor garantía de la diversidad. 

La UE de entonces, en la que entramos juntas España y nuestro país vecino Portugal ─en la 3ª ampliación─ tenía entonces 10 miembros. Hoy somos 27, sumamos 448 millones de hab. y tenemos 9 países candidatos que esperan incorporarse a la familia europea. Sin embargo, solo representamos el 5,6% de la población mundial, y somos el continente más pequeño, un dato que muchos europeos desconocen. Por tanto, o el continente europeo está unido ante desafíos como la guerra, el nacionalismo, el autoritarismo o el cambio climático, o no será. 

Nuestros socios europeos saben que, para hacer frente a todos estos desafíos, pero también para aprovechar las oportunidades de crecimiento que nos brinda una revolución tecnológica, de manera justa y sostenible, pueden contar con España. En estos 40 años hemos sido leales al proyecto europeo y nos hemos comprometido con su futuro. Hoy ese compromiso sigue intacto. 

Nuestro vínculo con Europa se forjó en el anhelo de la libertad, de democracia; y se consolidó en el avance de la cohesión social y convergencia económica hacia una prosperidad compartida. Es la que queremos y debemos extender, tanto a las siguientes generaciones, como al resto de europeos que aspiran a encontrarse con nosotros en esta gran familia, construida sobre la base de la superación de nuestras divisiones y conflictos. 

Konrad Adenauer, uno de los padres fundadores de la UE, dijo a mediados del Siglo XX : “La unidad europea fue el sueño de unos pocos. Se convirtió en la esperanza de muchos. Hoy es una necesidad para todos”.

No permitamos, pues, que sean ahora las divisiones y los conflictos los que debiliten precisamente aquello que nació para superarlos y que ha sido la mayor garantía de paz, libertad y prosperidad de nuestra historia. Porque sigue siendo, hoy más que nunca, una necesidad para todos.

Muchas gracias.

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