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Palabras de Su Majestad la Reina en la clausura del encuentro sobre Biología y Sociología de la Violencia

Valencia, 18.09.1996

Es para mí una gran satisfacción clausurar el Encuentro Internacional sobre "Biología y Sociología de la Violencia", que durante los tres últimos días se ha desarrollado en esta ciudad, y cuyo discurrir he seguido con gran interés y atención.

Estudiar la violencia y sus causas desde un punto de vista interdisciplinar convocando a tan importante número de genetistas, neurólogos, psicólogos, filósofos, educadores, etc., como los que han asistido a este Encuentro, es una manera seria y eficaz de investigar el amplio espectro de las múltiples formas de la violencia.

Desafortunadamente la violencia existe, ha existido siempre y mucho tememos que continúe existiendo. Sin embargo, esta certeza no debe conducirnos al fatalismo. Congresos como el que aquí se clausura hoy deben ser la ventana abierta a la esperanza de un mejor conocimiento y control de un problema, con el que no debemos resignarnos a vivir.

Junto a las causas genéticas, que indudablemente deben de influir en ciertas conductas agresivas de determinadas personas, hay otro tipo de causas que podríamos definir como medioambientales, que tienen una notable repercusión en el comportamiento personal y colectivo.

Para solucionar las causas genéticas no tenemos otra solución que confiar ciegamente en la ciencia. En el año 1990 asistí, en esta querida ciudad de Valencia, a la clausura de la Reunión "El proyecto Genoma Humano: Ética", del cual me impresionaron muy gratamente los extraordinarios avances científicos logrados, al mismo tiempo que el gran interés social de los nuevos descubrimientos.

Estoy segura de que el siglo próximo aportará no sólo avances tecnológicos y técnicos de gran repercusión en la medicina, sino también un mejor y más exacto conocimiento del comportamiento humano. Por esa vía estoy convencida de que nos acercaremos grandemente a una posible solución para la violencia de orden genético.

Para la violencia que he denominado como de origen medioambiental, creo que no debemos esperar tanto. Al menos eso es lo que deseo desde lo más profundo de mi corazón, porque no llego a comprender que la condición humana, tan rica en cualidades y virtudes que dignifican al hombre de forma extraordinaria, pueda sucumbir ante la agresividad, la violencia y la falta de tolerancia durante tan largos períodos de tiempo.

La respuesta a este grave problema depende de nosotros mismos. Cada uno de nosotros individualmente y todos en forma colectiva podemos y debemos aportar soluciones para desterrar definitivamente de nuestras vidas y de nuestra sociedad el degradante comportamiento que entraña la violencia.

El papel de los educadores y de los padres en la solución de este problema es fundamental. Los jóvenes y los hombres del mañana serán lo que son en la familia y en el colegio los niños de hoy, porque en sus ingenuos corazones siempre es posible la siembra del afecto, el amor y la comprensión.

Cuando hace aproximadamente un año tuve la satisfacción de asistir en Lisboa al Symposium Internacional "Estrés y Violencia en la Infancia y Juventud", amablemente invitada por la entonces Primera Dama de Portugal, Señora de Soares, presente hoy aquí, señalaba que es preciso inculcar en los niños el concepto de la cadena del amor. Y como no hay concepto más asimilable que el ejemplo, eso es lo que pido desde aquí a padres y educadores: proporcionar afecto y comprensión para garantizar amor y tolerancia.

Si eliminamos en esos dos ámbitos vitales como son la familia y el colegio cualquier forma de agresividad, e inculcamos en los niños una apasionada idea de tolerancia, habremos puesto la base más sólida para erradicar la violencia en la sociedad.

Muchos son los factores que favorecen la violencia y que han sido ampliamente analizados en este Congreso. Por su importancia, quiero resaltar la  destacada influencia que ejercen en este problema los medios de comunicación.

La divulgación de imágenes sobre acontecimientos violentos llega en ocasiones a la saturación. El efecto mimético que este tipo de actitudes puede producir en personas que tienen ciertas carencias educativas, afectivas o de integración social puede inducirles a incrementar sus comportamientos agresivos y violentos.
Implicar a toda la sociedad en el problema de la violencia y no ofrecerle los hechos como mera espectadora, resaltando sus consecuencias siempre negativas, podría ser una actitud muy constructiva por parte de los medios de comunicación en pro de la solución de este problema.

Otro factor destacable es el de la desocupación, principalmente en los jóvenes, que les lleva por medio de las drogas y el alcohol a la búsqueda del paraíso inalcanzable o inexistente. La no consecución de esa utopía y el convencimiento personal de no ser útiles a la sociedad que al mismo tiempo, contradictoriamente, aman y rechazan, les conduce en muchas ocasiones a la violencia.

A la sociedad en general, y a todos los poderes públicos, instituciones y organismos, les corresponde mejorar y eliminar las profundas causas de inestabilidad, falta de seguridad económica y aislamiento social que tanto influyen en la personalidad y conductas anómalas de los padres.

La solución de esos problemas cotidianos influye muy favorablemente en el ambiente familiar, donde se aprenden los caminos divergentes de la violencia o la tolerancia, que tanta repercusión tienen en la vida y la conducta de los jóvenes.

No quiero terminar sin reiterar una vez más mi cordial felicitación a la Generalitat Valenciana, así como a la Fundación Valenciana de Estudios Avanzados por haber organizado esta Reunión, cuyo tema tanto nos preocupa y al que todos, estoy segura, vamos a dedicar nuestros mejores esfuerzos.

Muchas gracias.

Queda clausurado el Encuentro Internacional sobre Biología y Sociología de la Violencia.

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