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Palabras de S. M. el Rey en la Inauguración de la Exposición “40 años de Diplomacia en Democracia”

Casa de América. Madrid, 29.11.2018

Me alegra mucho inaugurar esta exposición que se centra en nuestra reciente historia diplomática, en lo que hemos hecho y nos ha ocurrido en el ámbito de nuestras relaciones con el resto del mundo durante los últimos 40 años, los que llevamos conviviendo regidos por nuestra Constitución de 1978. Un aniversario que los españoles estamos celebrando a lo largo y ancho de la geografía nacional. Lo hacemos con alegría y con satisfacción, al volver la vista atrás y ver el inmenso camino recorrido, conscientes también de que queda mucho camino por andar.

La profunda y determinante transformación que nuestro país ha experimentado en estas últimas cuatro décadas ha tenido también su reflejo, como es lógico, en la imagen y el peso exterior de España. Una tarea en la que quiero recordar el papel de mi padre, el Rey Juan Carlos I, testigo y partícipe directo en todo este proceso.

Hoy, España es un país de referencia en múltiples ámbitos de la vida internacional: por su democracia, como atestiguan los índices internacionales más relevantes; por el prestigio y la diversidad de su cultura; por el liderazgo de sus empresas en el ámbito internacional; por su implicación activa en la búsqueda de la paz; por su defensa de la igualdad y cohesión social; por sus hitos científicos y de salud pública; por su peso en el mundo del deporte… Ha sido, sin duda, un gran cambio que ha transformado también nuestra imagen externa.

Y permítanme ahora que haga una breve referencia a algunos de los aspectos de nuestra política exterior en estos últimos 40 años.

Al inicio de la segunda mitad de los años setenta, cuando emprendimos el sendero que había de conducirnos hacia la democracia (La Transición), España estaba prácticamente ausente de la escena internacional. En el terreno económico y de la cooperación, España era todavía un país susceptible de ser receptor de ayuda oficial al desarrollo. Y no fue hasta bien entrados los años 80 cuando nuestro país empezó a dotarse de las bases para una política de cooperación internacional.

Mucho se ha avanzado desde entonces y, aunque hoy, como consecuencia de la grave crisis económica y financiera que hemos atravesado, nuestra política de cooperación esté constreñida por falta de recursos, seguimos teniendo lo principal, lo insustituible: unos cooperantes movidos por una auténtica vocación de servicio y dotados de los mejores conocimientos técnicos; una firme voluntad política de actuar; y, sobre todo, una opinión pública solidaria que exige una actitud proactiva en ese sentido.

No quiero dejar de hacer referencia tampoco a la participación de España en tantas operaciones internacionales para el mantenimiento de la paz o de asistencia humanitaria.

Desde la ya lejana UNAVEM I, misión internacional de observación en Angola entre 1989 y 1991, en la que España participó con siete militares, hasta las actuales misiones internacionales ─en las que intervenimos con más de 3.000─, ya sea al amparo de las NNUU, ya de la OTAN, ya de la UE, las Fuerzas Armadas Españolas, así como las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, han dado cumplida muestra de su valía, entrega y valor, llevando el nombre de España a las cuatro esquinas del globo, pero llevando, además y sobre todo, los valores y principios en los que se inspira nuestro texto constitucional: el respeto al Estado de Derecho, la defensa de la libertad y el espíritu de servicio a los demás.

Ninguna tragedia humana nos es ajena. Puede ser un tsunami en Aceh (Indonesia), un terremoto en Haití, México o Pakistán, un movimiento de tierras en Colombia, un grave incendio en Chile o Portugal, un conflicto en África Subsahariana,… Allí donde se sufre aparecerá un grupo de voluntarios de la Cruz Roja Española o españoles sirviendo en Organizaciones internacionales, un avión Hércules del Ejército del Aire, un equipo de rescate de bomberos o de la Unidad Militar de Emergencias, una agrupación táctica de tropas españolas encuadradas en una misión internacional,… ¡Hay muchos motivos para sentir orgullo!

Quiero también referirme a nuestro Servicio Exterior. Hace cuarenta años sus efectivos eran menos de 3.000. Hoy son bastantes más de 5.000 los que trabajan en nuestras casi 130 misiones diplomáticas y en nuestros 90 consulados. Su labor cotidiana pasa frecuentemente desapercibida, pero es esa labor la que ha contribuido de manera destacada a que España ocupe el lugar que hoy tiene. Quiero aquí rendir homenaje a los miembros de la Carrera Diplomática, que cuenta hoy en este auditorio con ilustres representantes, a los Ministros y Secretarios de Estado de todos los gobiernos a todos los demás funcionarios del Estado que prestan servicio en el exterior, y al personal laboral de nuestras Embajadas y Consulados.

Muchos de ellos forman parte de los que Unamuno llamaba los “personajes de la intrahistoria”, aquellos hombres y mujeres que no aspiran al título de “héroes”, pero que hacen lo que hay que hacer porque creen en ello, y es lo que se espera de ellos, porque es lo correcto.

"...No hay ya nuevos continentes ni océanos, pero quedan arduas empresas que acometer en todos ellos: la lucha contra la pobreza y la ignorancia; la promoción del respeto a la dignidad de todo ser humano; el fomento de la igualdad; la prevención del cambio climático y degradación del Planeta… Queda, en suma, la defensa de la libertad, en todas sus dimensiones, porque no en vano, como dijo Don Quijote, “la libertad […] es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre”..."

Desde la aprobación de nuestra Constitución hemos sido elegidos como miembros no permanentes del Consejo de Seguridad de NNUU ya en cuatro ocasiones. Y esto ha sido posible porque España es percibida en el extranjero como un país serio y fiable, respetuoso del derecho internacional y comprometido con la causa de la paz.

Buena parte de esta reputación la ha construido España en el ámbito del fomento y de la protección internacional de los derechos humanos.

Por eso, España se ha ido sumando a todos los mecanismos internacionales concebidos para promover y garantizar el respeto de los derechos humanos, ya se trate de convenios de NNUU, ya de tratados del Consejo de Europa. Y por eso España se somete al examen de los más variados comités, del Comité de Derechos Económicos, Sociales y Culturales al Comité de los Derechos del Niño, pasando por el Comité para la Eliminación de la Discriminación contra la Mujer, por citar sólo algunos.

España es ahora, de nuevo, por segunda vez, durante un periodo de tres años, miembro del Consejo de Derechos Humanos de NNUU, establecido en 2006. Es cierto que hay otros muchos miembros, pero también es cierto que son pocos los que han sido elegidos, como nuestro país, con el apoyo de 180 de los 193 miembros de la ONU.

A partir de 1978, España inició una nueva etapa en sus relaciones con los países hermanos iberoamericanos en todos los ámbitos: en lo político, en lo económico, en lo cultural. España ha sido además –junto con México− el principal impulsor en 1991 de las Cumbres Iberoamericanas, que tanto han hecho para imprimir dinamismo y contenido a la Comunidad Iberoamericana de Naciones. Precisamente, hace pocos días tuvo lugar en Antigua, Guatemala, la XXVIª Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado y de Gobierno, que ha supuesto un nuevo estímulo a este gran espacio de concertación y cooperación compartido por más de veinte países de América y la Península Ibérica.

También en el marco mediterráneo, España ha dado muestra de su afán de propiciar el diálogo y el entendimiento como bases para la paz y la estabilidad internacionales. Buenos ejemplos de ello han sido, en 1991, la Conferencia de Paz para Oriente Medio, en Madrid; y, en 1995, el llamado Proceso de Barcelona, hoy felizmente renacido en la Unión por el Mediterráneo.

La culminación de todos estos empeños por recuperar nuestro sitio en el mundo fue nuestro regreso a Europa, la integración en el proyecto de una Europa unida, próspera y en paz. Nuestra adhesión en 1986 a las entonces Comunidades Europeas fue motor fundamental de la transformación de España. Pero también los españoles han aportado mucho y bueno a la reciente construcción europea.

Siguiendo la estela de pensadores como Madariaga y Ortega y Gasset, los españoles han dejado su impronta a través del diseño de su política de cohesión, de su apertura al continente iberoamericano, del desarrollo del espacio Europeo de Seguridad, Libertad y Justicia, o de la inclusión en los tratados del estatuto de la “ciudadanía europea”. Hoy decimos “gracias” a Europa, pero también podemos afirmar que Europa es más Europa gracias a España.

Todo esto no se ha conseguido sin dedicación y esfuerzo. Sin ello no es posible. Incluso, en ocasiones, con el sacrificio mismo de la vida: soldados, marinos, pilotos, guardias, policías, diplomáticos, miembros del CNI, cooperantes… Su sacrificio no ha sido en vano.

Los españoles contribuyeron en el pasado a conformar el mundo global que hoy conocemos, bien sea desde el punto de vista de la geografía y exploración, bien desde el de la cultura o la economía y el comercio.

Los tiempos han cambiado. Hoy no quedan continentes por descubrir. Ni océanos desconocidos que surcar. Pero nos queda la enseñanza de quienes nos precedieron en abrir España al mundo. Y nos queda la voluntad de ser dignos herederos suyos: solo tengo que volver la mirada a nuestros jóvenes, a nuestros cooperantes y misioneros, a nuestros soldados y diplomáticos, a nuestros empresarios y a nuestros hombres y mujeres del mundo de las artes o el deporte.

No hay ya nuevos continentes ni océanos, pero quedan arduas empresas que acometer en todos ellos: la lucha contra la pobreza y la ignorancia; la promoción del respeto a la dignidad de todo ser humano; el fomento de la igualdad; la prevención del cambio climático y degradación del Planeta… Queda, en suma, la defensa de la libertad, en todas sus dimensiones, porque no en vano, como dijo Don Quijote, “la libertad […] es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre”.

España está llamada a seguir escribiendo en primera persona y con nombre propio en los libros de historia, como lo ha hecho siempre y como, al amparo de nuestra Constitución, lo ha hecho durante estos últimos 40 años. Cuenta para ello con los medios y la voluntad necesarios. Y, desde luego, siempre con el respaldo de la Corona.

Muchas gracias y ahora es un honor y un placer declarar inaugurada la exposición “Cuarenta años de diplomacia en democracia”.

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