Este Congreso, que hoy tengo la satisfacción de inaugurar, nos ofrece una ocasión inmejorable para reflexionar sobre algunos de los problemas que tienen los jóvenes en la sociedad actual. También para poner de manifiesto, en forma positiva, sus logros y potencialidades y el papel que están llamados a desempeñar en el futuro.
Es indudable que la forma más acertada en la que una sociedad puede avanzar hacia cotas de mayor bienestar y progreso es haciendo partícipes a sus jóvenes de un proyecto de vida sugestivo, que los incorpore a su desarrollo y les haga sentirse protagonistas y no meros espectadores del tiempo que les ha tocado vivir.
Para conseguir ese objetivo es necesario llevar a cabo, desde edad temprana, una correcta integración familiar, así como promover una adecuada educación y participación juvenil.
La familia es la primera célula de socialización y convivencia y la institución que, de una forma global, tiene más influencia en la formación de los niños y los jóvenes. Es en consecuencia en su seno donde a través del aprendizaje, del ejemplo y de la observación de la conducta de los adultos, se van capacitando para vivir en sociedad y para afrontar de forma responsable las nuevas situaciones que encuentran en su evolución personal, situaciones a las que no será ajena, con toda probabilidad, la incitación al consumo de alcohol y otras drogas.
Como padres, podemos y debemos ayudar a nuestros hijos en su desarrollo personal para lograr una inserción plena y gratificante en la sociedad. Fortalecer los lazos afectivos, de tolerancia y comprensión en la familia ayudará en forma notable a reforzar la escala de valores de los jóvenes, que sin duda trasladarán luego a la sociedad en sus comportamientos cotidianos.
Este tipo de educación seguramente los hará más libres y capaces de adoptar las decisiones más adecuadas para construir sus proyectos de vida, lejos de la falsa y utópica liberación que representan el alcohol y las drogas.
La escuela no debe ser considerada únicamente como el lugar en el que se adquieren aprendizajes académicos, sino que representa, ante todo, un espacio vital para el aprendizaje de la conducta social y el desarrollo emocional, así como para la adopción de actitudes solidarias y de amistad, tan necesarias para hacer frente al consumo de alcohol y drogas.
Los profesores desempeñan, por tanto, un papel determinante como modelos y mediadores en el desarrollo de las iniciativas de prevención, y sobre ellos recae fundamentalmente el peso de las tareas preventivas en la escuela. De ahí la necesidad de una constante adaptación del profesorado para poder desempeñar con rigor y eficacia una labor de tantísima responsabilidad y trascendencia.
"...Nuestra juventud es el activo más noble y de futuro con que cuenta nuestra sociedad. De todos es la responsabilidad de conservarlo y transmitirlo mejorado de generación en generación...."
Pero sería un error pensar que las actuaciones de prevención que se desarrollen en el ámbito escolar son competencia exclusiva de los profesores. Nada más lejos de la realidad. Solamente con una estrecha interrelación de toda la comunidad escolar, es decir, profesores, alumnos y padres, se podrán potenciar las virtualidades y capacidades de las dos instituciones paradigmáticas de relación: la familia y la escuela.
Resulta evidente que el niño y el joven no se desenvuelven únicamente en el seno de la familia y la escuela. Existe otro espacio fundamental que va adquiriendo cada vez más importancia con el paso de los años y que tiene una incidencia destacada en la edad adolescente.
Me refiero al ámbito social en el que toman contacto los jóvenes en calidad de iguales y a los métodos de relación entre ellos, que se llevan a cabo en un marco comunitario, en espacios dedicados al ocio, ya sean públicos o privados.
Actualmente, y en relación con dicho marco de relación, existe una notable preocupación social por los nuevos modos de consumo de alcohol y drogas que afectan a un número notable de jóvenes, que comienzan a edades inusualmente tempranas, que se llevan a cabo en un contexto recreativo y acontecen especialmente durante los fines de semana y en períodos vacacionales.
Ciertamente el ocio es una conquista cultural y un logro de las sociedades del bienestar. También es un componente esencial en la formación del ser humano al incrementar su calidad de vida y su poder de relación, además de su indudable repercusión económica como factor generador de riqueza.
Por ello resulta muy necesario promover entre los jóvenes y en el conjunto de la sociedad una idea del ocio más creativa, evitando esa frecuente asociación con el consumo de sustancias tóxicas, a menudo acompañado de consecuencias tan graves como la violencia o los terribles accidentes de tráfico.
Desde aquí quiero invitar a todos cuantos se sienten concernidos por responsabilidades educativas, profesores, padres, Administraciones, organizaciones sociales, medios de comunicación, a que potencien alternativas de ocio que contribuyan al desarrollo armónico de jóvenes y adolescentes y a ocupar su tiempo libre en forma constructiva.
Estoy segura de que la realización de este Congreso va a suponer una referencia notable en la toma de conciencia, por parte de la sociedad, de la importancia de este problema y de la necesidad de buscar vías efectivas para su solución. Nuestra juventud es el activo más noble y de futuro con que cuenta nuestra sociedad. De todos es la responsabilidad de conservarlo y transmitirlo mejorado de generación en generación.
No me queda más que felicitar a todos cuantos han hecho posible la organización de este Congreso y reiterarles mi apoyo en la difícil pero ilusionante tarea que tienen por delante.
Muchas gracias.