Quiero que mis primeras palabras sean de agradecimiento a la doctora Doña María Barroso y a la Universidad Católica Portuguesa por su amable invitación a participar en la Conferencia sobre Televisión, Violencia y Sociedad, asunto de gran interés, cuya elección pone de manifiesto una vez más la preocupación de esta Universidad por los temas que afectan en forma notable a la sociedad.
También quiero expresar mi satisfacción por encontrarme una vez más en esta bella capital, tan entrañablemente unida por profundos lazos de afecto a mi Familia.
La televisión, uno de los medios más importantes de difusión de la cultura de nuestro tiempo y fuente crucial de información y entretenimiento, ha contribuido de manera decisiva a que el maltrato de niños o de mujeres en la intimidad del hogar, se hayan convertido en problemas sociales que generan gran alarma y demandan soluciones urgentes.
Mediante la exposición pública de este tipo de comportamientos, y otros muchos que igualmente atacan a la sensibilidad de las personas, la televisión ha incrementado en forma notable la conciencia social de toda la sociedad en torno a ellos, provocando su consiguiente rechazo y condena.
Esta contribución altamente provechosa y eficaz de la televisión se ve empañada por otros aspectos menos positivos. Según estadísticas, más de la mitad de los programas de televisión contienen alguna clase de violencia, y cada hora se emiten entre cinco y diez actos de este tipo.
Normalmente se trata de violencia física, porque es la más gráfica y fácil de representar, a la que acompañan en los últimos tiempos numerosos espacios en los que se promueven acalorados intercambios de opiniones, con fuertes dosis de violencia verbal.
La pregunta crucial que todos debemos plantearnos, y ojalá de las conclusiones de esta Conferencia salga alguna luz en este sentido, es si la violencia emitida por la televisión tiene, o no, alguna influencia sobre el comportamiento y las actitudes violentas de los telespectadores en general, y de los niños y adolescentes en particular.
Especialmente sugestivas parecen las conclusiones de algunos estudios recientes que evidencian que la relación entre violencia filmada y violencia real no es unidireccional, sino interactiva y que la violencia es, en definitiva, multifactorial.
Los científicos han constatado que hay diversas vías a través de las cuales la violencia filmada puede influir sobre la violencia real y, en especial, sobre el comportamiento violento de niños y adolescentes.
En primer lugar, la violencia televisiva puede ser imitada. Y no sólo la de los personajes crueles y perversos, sino también la realizada por agresores de apariencia amable movidos por fines positivos, que suelen impactar en forma notable en los niños al tomarlos como modelos.
"...Armonizar valores como la libertad de expresión, el respeto a la intimidad de las personas y, en especial, el respeto a la protección de los menores, con el interés de la libertad de programación de las televisiones, es una necesidad cada vez más acuciante e ineludible...."
En segundo lugar, el abuso de la violencia televisiva puede insensibilizar al espectador por saturación de imágenes respecto de la violencia real y cotidiana.
En tercer lugar, refiriéndonos a niños y adolescentes no podemos ignorar que muchas veces las pantallas de televisión les suministran abundantes mimbres con los que tejer sus fantasías. Controlar el tiempo de ocio que los niños dedican a ver la televisión y el tipo de programas que contemplan, debe ser una preocupación y una responsabilidad esencial para los padres.
Finalmente he de hacer referencia a un tipo de violencia mediática implícita contra la imagen de la mujer, al fomentar estereotipos o modas perjudiciales para su propia salud. La difusión que los medios de comunicación llevan a cabo para el afianzamiento social de un modelo estético corporal determinado, de extrema delgadez, principalmente en la adolescencia, puede ser causa de un grave trastorno de la conducta alimentaria de los jóvenes.
Deberíamos ser conscientes de estos hechos y obrar en consecuencia. Armonizar valores como la libertad de expresión, el respeto a la intimidad de las personas y, en especial, el respeto a la protección de los menores, con el interés de la libertad de programación de las televisiones, es una necesidad cada vez más acuciante e ineludible.
Hace unos años en una reunión bajo mi Presidencia en Valencia, en España, que trataba de estos temas, los expertos elaboraron una serie de consejos, algunos de los cuales les expongo a modo de conclusión:
Recomendar a la industria televisiva producir más programas sin escenas violentas, formativos, y analizar con detenimiento los horarios de emisión en los que pueda haber audiencia infantil.
Recomendar a los padres no hacer dejación de sus responsabilidades formativas respecto de sus hijos y no delegarlas en terceras personas. Imponerse también la obligación de educar a sus hijos en la forma de ver la televisión es otra responsabilidad que los padres no deben ignorar.
Recomendar a los profesores la necesidad de fomentar en sus alumnos la capacidad de elección crítica a la hora de seleccionar los programas.
Recomendar a personalidades de distinto tipo, políticos, personajes influyentes y dirigentes en general, que ayuden a fomentar un clima social adecuado de condena de ciertas actividades violentas en los medios de difusión.
En definitiva, todos deberíamos apostar por cuantas medidas tiendan a reducir el impacto de la violencia filmada, dentro de un respeto absoluto a los principios y valores democráticos. Esta reducción no puede hacerse en forma alguna contra la televisión, sino con la televisión, pues sin contar con su influyente poder resultaría prácticamente imposible neutralizar el grave problema de la violencia.
De este modo contribuiremos entre todos a la realización de un mundo mejor, en el que los medios de comunicación audiovisuales podrán seguir desempeñando con responsabilidad su esencial papel informativo, de entretenimiento y formación.
Muchas gracias.