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Palabras de Su Majestad el Rey al Presidente de Brasil Joao Baptista Figueiredo y al pueblo brasileño

Brasil(Brasilia), 16.05.1983

E

xcelencia, señoras y señores, en primer lugar deseo agradecer, en nombre de la Reina y en el mío propio, la generosa hospitalidad con que nos habéis acogido en esta hermosa ciudad de Brasilia, así como en el brindis henchido de fraternidad y afecto que acabáis de pronunciar.

Las afinidades y raíces esenciales entre Iberoamérica y España, constituyen los cimientos más sólidos para construir un fructífero entendimiento y una coherente acción exterior basada en la concreción de un proyecto político común y en la credibilidad del mismo.

Por creer vivamente en ello pisamos siempre América con verdadera y renovada ilusión y con un sentido de la familiaridad al que no es ajena la historia misma.

Excelencia, España entera mira hoy con respeto y admiración a la nación brasileña. La palabra Brasil concita en todos los españoles cálidas y mágicas evocaciones. El carácter legendario de una tierra de promisión, generosamente abierta a tantas influencias del exterior a lo largo de los siglos, de tan alta capacidad para la receptividad y la síntesis, justifican sobradamente aquel sentimiento.

La épica de los bandeirantes, su incesante y prodigiosa marcha hacia el oeste, el continentalismo itinerante de la nación brasileña, en suma, se podrían encontrar resumidos en esta capital federal, Brasilia.

Milagroso ejemplo de la tenacidad histórica en la lucha por el destino.

La historia toda de Brasil es un compromiso permanente entre la inmensidad del empeño humano ante un medio, en principio adverso, y la voluntad de sus gentes por superarlo, abiertas siempre al diálogo y a las nuevas fronteras.

Nos une a Brasil la historia común de aquellos sesenta años, a caballo entre los siglos xvi y xvii, así como los valores culturales que desde entonces permanentemente compartimos y la pertenencia inequívoca a una civilización común.

A ambas orillas de este océano nuestro, convertido en mar familiar, nos une igualmente una actitud ante el futuro.

A la imagen tradicionalmente bondadosa que siempre presentó Brasil en España como auténtico Eldorado integrador, como ubérrimo productor de materias primas, como país de gran receptividad hacia los flujos migratorios y con una extraordinaria capacidad para la asimilación de los elementos foráneos que ha integrado en su cultura y modo de ser nacionales, se añade hoy la admiración por la sabia andadura de este país en tan difícil coyuntura política y económica como la que vive el mundo de nuestros días.

Vivir en democracia es un privilegio. Gobernar con las limitaciones exigidas por el respeto estricto a las libertades y derechos de los individuos -tanto desde el punto de vista jurídico como desde el político- es un difícil quehacer que exige inteligencia, habilidad, sabiduría y continuado tacto político.

Si en el mundo de la organización social se puede hablar de algo más difícil que de gobernar en democracia, es de llevar a feliz término un paulatino proceso de apertura política.

En Iberoamérica existen tantos tiempos históricos como naciones. Sólo desde ese punto de partida se puede buscar una aproximación auténtica y objetiva al tema.

No haberlo comprendido así, no haber enfocado nunca con el necesario realismo ni con el debido respeto el estudio de las corrientes profundas de la historia de América, ha causado graves malentendidos de nefastas consecuencias, no tan lejanos ni en el tiempo ni en el espacio.

Por lo que se refiere a Brasil, tanto más dolorosa ha sido esta carencia informativa cuanto que éste es un país de personalidad muy definida en su contexto geopolítico, sugerente y rico en matices de todo tipo, gran potencia del siglo XXI, enorme realidad política e industrial ya hoy, llamado sin duda a interpretar un papel de máximo relieve en años venideros.

Por ocioso que parezca habría que remontarse a un planteamiento de tipo histórico-cultural para comprender debidamente lo que significa este país en el contexto de la historia general del continente americano y en las específicas relaciones de España con esta parte del mundo.

Brasil, cuyo destino estuvo íntimamente unido al de las viejas metrópolis lusitana y española, adquiere su papel propio con la República Federativa, que fue la gran palanca de formación de la conciencia nacional.

Toma las riendas de este gran país en un momento en que hubo de pasar del futuro promisorio a las nuevas realidades del siglo XX.Contó para ello Brasil con un dato muy positivo. Fue la suya, en su día, una independencia no traumática, gracias al gran papel histórico jugado por la Monarquía y el Imperio en los albores del siglo XIX.

Con los inevitables cambios escenográficos que el desarrollo y la industrialización han impuesto -basta asomarse a las vibrantes páginas escritas sobre el tema por la gran escuela brasileña de la sociología del desarrollo-, la realidad permanece inalterable: Brasil es en nuestros días un ejemplo notable de experiencias políticas y económicas que marca un modelo a seguir en muchos otros países. La experiencia ha de ser forzosamente positiva. Poner en marcha este proyecto es el gran reto de las postrimerías del siglo XX.

Bajo la hábil dirección de vuestra excelencia, la política exterior brasileña en estos últimos años ha utilizado estas peculiaridades, estas experiencias únicas, esta posición geopolítica prácticamente continental.

Se ha creado una política exterior en consonancia total con la realidad brasileña.

Brasil ha sabido ampliar la proyección, en número de Estados componentes, de ese mar familiar de que hablaba hace un momento.

El océano Atlántico, como consecuencia de una inteligente comprensión del ser histórico y del presente de Brasil, ha pasado a ser un ancho camino de unión, no sólo con los pueblos europeos, sino también con los países del continente africano que tan fácil y certeramente interpreta Brasil por razones que se hunden en la más profunda entraña del pasado brasileño.

La política exterior de Brasil es imaginativa y prudente, experta y permanentemente abierta a las nuevas corrientes que le dan continua vitalidad.

Buena prueba de ello es el planteamiento que vuestra excelencia hizo ante la Organización de las Naciones Unidas el pasado mes de septiembre de 1982.

Ningún estadista podrá olvidar la clara exposición de los problemas que afectan a las relaciones entre países en distinto grado de desarrollo económico.

La defensa de una revitalización urgente del diálogo norte-sur y el camino marcado para conseguir esta meta constituyen un ejemplo de buena voluntad, deseo de mejorar la actual crisis y un compendio de propuestas de solución a tener siempre en cuenta si se quiere lograr una convivencia internacional en la igualdad y en la justicia.

Excelencia, la Reina y yo hemos admirado la atrevida arquitectura, plena de belleza, de los edificios públicos de Brasilia, de sus grandes explanadas y del original «Plano-Piloto», que dan una configuración urbanística única a esta capital federal, enclavada en el corazón del Planalto y de la que no está ausente el intento de España al presentar la síntesis estilística de mi país que es nuestra Embajada.

En días sucesivos continuaremos nuestro recorrido emotivo y dialogante por Río de Janeiro y Sao Paulo, ciudades de tan definitiva presencia en la vida de este gran país.

Al agradecer nuevamente a Vuestra Excelencia la hospitalidad que nos habéis dispensado, debo proclamar la gozosa emoción con que vivimos estos momentos de acercamiento entre dos pueblos hermanos de raigambre ibérica que están indisolublemente unidos a lo largo de los siglos por la pertenencia a una misma familia y por propio mandato de la historia.

Y que, sobre todo, proyectan su futuro con la certeza de la coincidencia esencial en la tarea histórica común que nos aguarda.

Señor Presidente, señora de Figueiredo, la Reina y yo, en nuestro propio nombre y en el del pueblo español, os decimos de nuevo, muchas gracias.

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