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Palabras de S.M. la Reina en el acto de investidura como Académica de Honor de la Real Academia de la Historia

Madrid, 10.11.1998

Os agradezco de corazón que hayáis hecho realidad, con este nombramiento que me otorgáis como Académica de Honor, un cierto sueño juvenil. Por estar con vosotros en esta Casa, proyectada en su día para atesorar sabiduría y ciencia y dedicada desde el siglo XVIII a guardar y hacer progresar el saber histórico, gracias. Es para mí un honor estar aquí entre vosotros.

Hablaba de un sueño juvenil. Sí, un sueño que, en mi caso, como en el de muchos adolescentes de mi generación, nació de la fascinación por la historia en general y por las historias de personajes y gentes en particular. Un sueño que creció al calor de los acontecimientos vividos directamente en años conflictivos en toda Europa, y que nos llevaron a muchos a preguntarnos por el sentido y las causas de lo que estaba ocurriendo.

Comprender que las raíces del pasado forman la base del presente, que nos augura un futuro más o menos incierto, fue nuestra primera lección de historia.

Entender que nada queda para siempre fijo y determinado, y que en el abanico de condiciones históricas en las  que nace y se desenvuelve cada ser humano cabe siempre un margen de elección y responsabilidad individual, fue nuestra primera opción personal. La percepción conjunta de ambas situaciones constituyó para nosotros una lección de humanismo y libertad.

Muchos han sido los historiadores que al interrogarse por el sentido de la historia han expresado con sus palabras un sentimiento común. Es el caso del profesor Edward Carr que en los años de la "guerra fría" escribía:

"La historia comienza cuando los hombres empiezan a pensar en el transcurso del tiempo, no en función de procesos naturales, sino en función de una serie de acontecimientos específicos con los que ellos se hallan comprometidos conscientemente y en los que conscientemente pueden influir.La historia es la larga lucha del hombre, mediante el ejercicio de su razón, por comprender el mundo que le rodea y actuar sobre él".

Pienso que estas palabras nos remiten a las raíces griegas del sentido histórico de nuestra cultura occidental y mediterránea, ya expresado por Heródoto de Halicarnaso en su narración de las conquistas persas y de los pueblos por ellos conquistados, hasta tropezar con el único que, pese a su desproporción numérica, detuvo su marcha: el pequeño pueblo griego. 

"Esta es la exposición - escribió el primer historiador - de las investigaciones de Heródoto de Halicarnaso, para que no se desvanezcan en el tiempo los hechos de los hombres, y para que no queden sin gloria grandes y maravillosas obras, así de los griegos como de los bárbaros, y sobre todo, la causa por la que se hicieron la guerra".

Creo que, a pesar de los cambios y transformaciones sustanciales producidos en el correr de los siglos, buena parte de este ideario ha formado y forma parte de la experiencia intelectual y emocional de los que os habéis dedicado a la historia, así como de la propia conciencia histórica que cada uno de nosotros ha podido hacer suya.

"...Comprender que las raíces del pasado forman la base del presente, que nos augura un futuro más o menos incierto, fue nuestra primera lección de historia...."

Imparcialidad para actuar, rigurosa investigación, indagación de las causas de unas acciones humanas que merecen "no desvanecerse en el tiempo", y comprensión de que la historia no es un  simple relato de hechos materiales y fríos, sino algo mucho más profundo y trascendente como es la búsqueda del conocimiento y la verdad, son atributos indispensables para entender el profundo humanismo de la investigación histórica.

Estos ideales, de tan vigente actualidad, forman parte del patrimonio tradicional que basado en fuentes griegas y romanas, España supo irradiar a todo un mundo descubierto para la conciencia histórica en los albores del Renacimiento.

Siempre recuerdo con emoción una de mis primeras lecturas sobre España, a través de los textos de un griego latinizado, Estrabón, y su famosa "Geografía", donde formula su conocida descripción del parecido de Iberia con "una piel tendida en el sentido de su longitud de Occidente a Oriente".

Esta gráfica expresión, combinada con mis recuerdos de lecturas griegas y romanas y mi dedicación estudiantil -sencilla pero entusiasta- a una investigación arqueológica que enseñaba humildad y paciencia en la indagación, rigor metódico en la búsqueda de piezas y curiosidad infinita por descifrar la vida concreta de los hombres y las culturas del pasado, es lo que me identifica hoy con el quehacer de esta Academia, que tiene la amabilidad de acogerme entre los suyos como Académica de Honor.

Todos vosotros sabéis que, si por un lado, el conocimiento de la historia puede ser una escuela de libertad en la medida en que perfecciona nuestra comprensión de los hombres, de las ideas y de los hechos; por otro, una función de la historia es mantener abierto el futuro. Porque el futuro lo construimos entre todos con nuestros conocimientos del pasado.

Como decía nuestro insigne Don Xavier Zubiri "el presente no se halla constituido tan sólo por lo que el hombre hace, ni por las potencias que tiene, sino también por las posibilidades con que cuenta. Y aquí es donde cobra toda su dimensión ese pasado histórico, que ha creado esas posibilidades".

No podemos vivir sin memoria histórica, pues pasado, presente y futuro se interrelacionan en el tiempo y la vida de los humanos. Los proyectos fundamentales que podemos hacer se apoyan y perfeccionan en la historia que conocemos. De ahí la importancia de su enseñanza.

Como capas superpuestas y estratificadas, el pasado permanece en nosotros y lo interrogamos continuamente desde nuestro propio presente. Alguien dijo que "lo mismo que un hombre no puede escapar de su propia sombra, ninguna generación puede pronunciar un juicio sobre los problemas de la historia, sin referencia, consciente o inconsciente, a sus propios problemas.

En esta relación apasionante entre pasado, presente y futuro, todos tenemos, como personas interesadas en el sentido de la propia existencia, una función primordial que cumplir. Combinar nuestra mirada actual con el respeto a un pasado que tiene sus propios valores y contexto definido, es tarea compleja, pero posible.

Hacer con rigor histórico el esfuerzo de entendimiento de nuestro pasado, así como la comprensión y crítica de sus claves esenciales, es una tarea que amplía nuestros horizontes de conocimiento y verdad, a la par que un disfrute intelectual y una responsabilidad social.

Por mi parte, Señoras y Señores Académicos, sabéis que podéis contar con mi entusiasmo y apoyo en todo lo que me sea posible colaborar. Como decía al comienzo de mi intervención, estar hoy aquí supone para mí un honor, además de una gran emoción y alegría, que agradezco muy sinceramente.

Muchísimas gracias.

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