E
s para mi un verdadero placer acompañarles esta noche, Señoras y Señores, y por ello quiero agradecer a la Cámara de Comercio de Bélgica y Luxemburgo en España su invitación a participar en esta cena y disfrutar del ambiente de amistad, cooperación y visión de futuro que simboliza el Premio Marqués de Villalobar.
Me entenderán, sin duda, cuando digo que este acto me resulta especialmente grato, al recibir este año el premio una persona, un caballero, un trabajador incansable con quien me une una estrecha relación: José Ramón Álvarez Rendueles. Con él comparto horas de trabajo, de ilusiones y esperanzas en la Fundación que lleva mi nombre y que él preside con gran diligencia y esmero; de él recibí como estudiante importantes enseñanzas sobre la Hacienda Pública en la Universidad Autónoma; y con él sigo, seguimos todos, aprendiendo a creer en el ser humano, cuando en el mes de octubre de cada año, en Oviedo, la excelencia, la creatividad y lo valores universales de la persona reciben su merecido protagonismo.
Ésta, su labor al frente de la Fundación, es sólo una de las importantes responsabilidades que jalonan su brillante trayectoria, avalada por una gran calidad humana, de la que soy testigo directo.
Pero no voy a glosar su dilatada carrera, tan bien descrita por el Presidente de esta Cámara, sino destacar su relación con la razón de ser de este galardón, que es fomentar las estrechas relaciones de España con Bélgica y Luxemburgo, dos países que han contribuido especialmente a la construcción europea desde sus primeros pasos.
El Premio que celebramos tiene una especial relación con Luxemburgo, un pequeño gran país, que antaño dio a Europa una dinastía imperial, y que está unido a España desde comienzos de la Edad Moderna por lazos históricos, felizmente recordados con motivo de la reciente visita de Estado de los Grandes Duques.
Luxemburgo es hoy una de las naciones más prósperas del mundo en cuanto a renta per capita y un líder internacional en distintos sectores económicos. Esta prosperidad, surgida gracias a una industria siderúrgica floreciente en el siglo XIX se ha consolidado en las últimas décadas y hoy destaca en el concierto europeo como centro de servicios financieros, al tiempo que, como miembro fundador de la CEE, y por su presencia en los principales organismos internacionales, se ha convertido en un importante centro de toma de decisiones, una vocación internacional muy conveniente en un mundo donde cada vez se diluyen más las fronteras.
Desde los años noventa se han venido desarrollando las relaciones económicas entre nuestro país y el Gran Ducado, que tienen su buque insignia en los importantes acuerdos estratégicos entre la industria del acero español, en concreto Aceralia, y Arbed, el mayor grupo industrial del Gran Ducado, que ha estado presente en España desde 1947.
En ese sentido, no quiero dejar de mencionar esta noche el importante papel de promoción de relaciones económicas y comerciales que desempeña la Cámara de Comercio de Bélgica y Luxemburgo en España. Desde su fundación en 1971, la Cámara ha sido una institución dinámica, con una firme y continua presencia en la vida económica española, que, a lo largo de estos años, ha contribuido a fomentar un flujo de intercambios entre los tres países, del que nos sentimos orgullosos y satisfechos.
Me alegro de tener ocasión de manifestar aquí mi felicitación a esta Cámara, por su afán en renovar estos vínculos con el nuevo acento que es propio de nuestro tiempo, y a través de iniciativas como la del Premio que acabamos de entregar.
Y, por supuesto, nuevamente mi más cordial felicitación a ti, José Ramón, por este merecido reconocimiento.
Muchas gracias.