U
n año más, tengo la satisfacción de presidir la apertura de curso de las Reales Academias del Instituto de España, y de expresarles públicamente el apoyo de la Corona y reafirmar el Alto Patronazgo que la Constitución española me encomienda.
La de Medicina, en cuya sede nos encontramos, se creó en 1734, y fue el resultado de las reuniones de un grupo de profesores de Medicina, Cirugía y Farmacia, para analizar y discutir problemas médicos y científicos.
Su temprana fundación, y las circunstancias en que ésta se produjo, nos hablan de la existencia en España de una antigua tradición en el cultivo de las ciencias fundamentales para la prosperidad de los pueblos, nacida de la entraña de la sociedad, y reconocida y amparada por el apoyo Real.
El prestigio científico y profesional de sus miembros fue desde sus orígenes, y sigue siendo en el presente, el fundamento de esta Real Academia. Así lo expresa su lema fundacional, según el cual se engrandece por el esfuerzo colectivo de quienes la componen.
El grupo escogido de especialistas de todas las disciplinas médicas que nutre esta corporación, viene desarrollando de manera eficaz su tarea al servicio de la propia medicina y del bienestar de España. Sus informes versan sobre materias concretas y de interés inmediato, sobre cuestiones y problemas actuales, que sigue con atención la opinión pública y se tratan a menudo en los medios de comunicación.
Es este estrecho contacto con la realidad el que presta especial relieve al trabajo de esta Corporación. Pero esto, con ser mucho, no es lo fundamental. El mérito de la Academia consiste en aportar a estos temas, siempre presentes y en ocasiones polémicos, la serenidad de una reflexión construída con rigor y con esfuerzo.
Desde antiguo el humanismo es consustancial al ejercicio de la Medicina. Quiere esto decir, en primer lugar, que la ciencia que se profesa y difunde desde esta Casa va siempre acorde con los principios y valores, insoslayables e irrenunciables, inherentes a las personas y a su desarrollo.
Nuestro humanismo tiene hoy día un acento fundamentalmente social. Se dirige sobre todo a facilitar las relaciones entre los hombres, y las de éstos con la realidad. Por su propia naturaleza, el diagnóstico sobre temas y problemas de la salud supone un especial compromiso con el progreso colectivo. Os felicito por cumplir con ejemplar dedicación esta noble tarea, que merece el reconocimiento de todos los españoles.
El humanismo es, en fin, el hilo conductor que aúna las actividades de todas las Reales Academias, en cuanto centros de saber que acogen a los mejores, dentro del ámbito que a cada uno corresponde, para trabajar a favor de la ciencia, del conocimiento y de su difusión.
Precisamente por su trascendencia en la nueva sociedad del conocimiento que, globalmente, estamos comenzando a configurar, es preciso que ese trabajo, tan útil para la sociedad, adquiera la dimensión que merece.
La aportación de los académicos es ahora más trascendente que nunca. Es imprescindible que, puesto que las Reales Academias realizan un considerable esfuerzo por prestar un servicio a la sociedad, ésta sea consciente de su valía. De modo que sus estudios y recomendaciones no terminen en el ámbito propiamente académico, sino que nos empeñen en la mejora del mundo en que nos desenvolvemos.
A todos nos incumbe conocer mejor y cooperar en una labor tan importante. En este sentido es justo destacar especialmente a las Fundaciones que, con su colaboración, tanto contribuyen a facilitar la tarea de las Academias, y de ésta en que nos hallamos en particular.
Desde aquí quiero ratificar una vez más mi apoyo decidido a estas Instituciones y a su apoyo a la cultura y la educación de nuestro país.
Declaro inaugurado el Curso 2000-2001 de las Reales Academias del Instituto de España.