M
agníficos Rectores, queridos estudiantes:
Me complace reencontrarme con el Rector de la Universidad Carlos III, Gregorio Peces Barba, con quien comparto algo en común. Siendo presidente del Congreso de los Diputados tomó mi Juramento de la Constitución cuando cumplí 18 años. Me alegro de verle y de estar en su Universidad.
Al comenzar mi visita a la Comunidad de Madrid manifesté mi interés por descubrir la realidad presente de la región y sus planes futuros. Seguramente en ningún lugar mejor que éste puedo tener ocasión de conocerlos. En las Universidades de Madrid se encuentran la herencia de ayer y la promesa del mañana. Tradición e innovación se alternan y conjugan en esta institución, ámbito reflexivo por antonomasia, en el que del análisis de las cosas vividas se extrae la sabiduría necesaria para anticipar las del porvenir.
Afirmar que los universitarios de Madrid sois el futuro de la región puede ser un tópico, pero no deja de ser un juicio razonado basado en la realidad. El cuarenta y tres por ciento de los jóvenes madrileños encamina sus pasos por la senda de la vida académica, lo que significa que una parte sustancial de la juventud de esta región prepara su futuro a partir de una exigencia de superación y excelencia con el rigor que impone una titulación universitaria de calidad y la riqueza intelectual y humana que puede adquirir en el entorno universitario.
Si la Comunidad de Madrid es ya una región próspera y avanzada, a la vista de su vocación universitaria podemos pensar que lo seguirá siendo cada vez más. No sólo por lo que a progresos técnicos se refiere, sino también a nuevos logros de la convivencia y el bienestar. La Universidad, además de formar los profesionales que el mercado laboral demanda, desempeña una función no menos importante de pedagogía cívica, un elevado magisterio responsable de formar ciudadanos conscientes, comprometidos y generosos.
Cuando se cumplen setenta años de la publicación del ensayo: "Misión de la Universidad", sigue presente la lección de Ortega y Gasset, filósofo madrileño por excelencia, cuya vigencia de pensamiento atañe sobre todo a su idea de lo académico. Ortega atribuía tres funciones a la Universidad: la formación de profesionales, la investigación y la transmisión de la cultura. Razonablemente satisfecha la primera, y en paulatino desarrollo la segunda, es preciso consolidar la caracterización de la institución como polo de saber. En la sociedad actual, donde se multiplican mensajes y estímulos, la Universidad ha perdido el monopolio del discurso cultural, pero a cambio ha ganado una obligación mayor: la de aclarar el valor de esa oferta, discernir y preservar el ideal de la excelencia.
Para lograrlo, la Universidad necesita ser permeable a la sensibilidad y las inquietudes de su entorno. Del mismo modo que equilibra pasado y futuro, debe ser capaz de mostrarse cercana e independiente, de acuerdo con lo que representa la autonomía universitaria, y reconciliar nuevamente la ciencia y el humanismo, la acción y la meditación, porque se trata de una institución cuyo fin último es recomponer el significado del mundo. Por eso debe hacer preguntas audaces, dirigidas a sí misma y a la sociedad a la que pertenece. En este sentido, la Comunidad de Madrid es todo un laboratorio para la reflexión y la experimentación, una región que tiene que beneficiarse todavía mucho de la curiosidad universitaria buscando la audacia de su crítica, la profundidad de su razonamiento, la libertad de su pensamiento y el rigor de sus propuestas.
Desde Sócrates, la labor del pensador ha consistido en un diálogo permanente con los hombres. También ha sido esa la tarea de la Universidad. La Comunidad de Madrid cuenta hoy con sesenta mil jóvenes, que se han incorporado este año a las universidades -ya casi suman 290.000-, dedicados a interpretar a la sociedad y a sí mismos, a elevar el listón de la exigencia en su trabajo y a actuar a modo de conciencia crítica de la región.
Por supuesto, no olvido tampoco a los docentes, al personal de administración y servicios y a los equipos rectorales. A todos quiero animaros, como universitario madrileño que he sido, a que hagáis de la institución un espacio abierto, cada vez más proclive al intercambio, atento a la demanda de nuevas enseñanzas sin descuidar los conocimientos clásicos, y su valor en una formación completa y equilibrada.
El ámbito universitario de Madrid crece constantemente. Ejemplo de esta realidad son los campus de las Universidades Carlos III y Rey Juan Carlos. La elección del Sur de la Comunidad para su emplazamiento es más que significativa, pues aparece como la representación física de una extensión de la igualdad de oportunidades con un servicio de calidad. Los dos motivos y nervios del sistema educativo que la sociedad demanda.
Esa comunicación, ese diálogo permanente y mutuamente necesario entre Universidad y Sociedad se manifiesta también de modo esperanzador en el compromiso de las empresas con el mundo universitario y la Administración educativa, y en la labor de los investigadores. A ellos animo a seguir cultivándolo, pues de su éxito depende muy principalmente nuestro porvenir.
Termino agradeciéndoos a todos vuestra presencia en este encuentro, y vuestra particular vocación, que sabéis ocupa un lugar preferente en mi pensamiento y afecto.
Muchas gracias.