Muy buenos días y muchas gracias por su invitación a participar en este acto inaugural de La “Conferencia Nacional sobre el Futuro del Trabajo que queremos”. Es un verdadero honor y me alegra especialmente poderlo hacer, porque tanto el tema de la conferencia ─tan importante y determinante para nuestro futuro─ como la institución que la promueve, la OIT, merecen la máxima consideración y respeto, como los que queremos expresar hoy aquí en esta ocasión.
Y también me alegra volver a este lugar, el Palacio de Zurbano, que personalmente siempre recordaré ─y permítanme la mención─ porque aquí celebramos, la Reina y yo, nuestro primer acto oficial tras mi Proclamación y Jura ante las Cortes Generales en 2014; un acto emotivo y cargado de simbolismo y compromiso, que fue dedicado a recibir y expresar nuestro apoyo ─ya como Reyes─ a todas las Victimas del Terrorismo.
Esta Conferencia nace esencialmente con la idea de reforzar los fundamentos y los valores que motivaron la creación de la OIT hace casi cien años; una organización nacida tras la Primera Guerra Mundial bajo la convicción de que la justicia social es esencial para lograr una paz universal y permanente.
Con ese objetivo, de alcanzar la mayor justicia social, esta Conferencia quiere fortalecer el diálogo como instrumento clave de política social. El diseño tripartito de esta reunión, al que se ha aludido anteriormente, muestra la firme determinación de caminar juntos ─trabajadores, empleadores y gobiernos─ por una senda que garantice el crecimiento, el empleo y los derechos de los trabajadores. Enhorabuena, por tanto, a todos los que han puesto en marcha o han apoyado esta iniciativa tan acertada y pertinente que hoy tenemos la satisfacción de acoger en España.
Varias son las cuestiones que quiero tratar en esta oportunidad y que inciden en el tema que hoy nos ocupa y lo condicionan directamente.
En primer lugar, la crisis económica, que ha trastocado en los últimos años las perspectivas de progreso de nuestras sociedades y afectado gravemente el bienestar de millones de ciudadanos; concretamente de miles de jóvenes que han sentido con frustración y desesperanza la imposibilidad de acceder a un puesto de trabajo y, con él, a un futuro profesional y personal.
Como he señalado en otras ocasiones, tenemos siempre la obligación de estar cerca de las personas más vulnerables y desfavorecidas y, si hablamos de jóvenes, estamos hablando además de la principal esperanza de futuro de nuestra sociedad…
En segundo lugar, quiero referirme al amplio y complejo fenómeno de la globalización, que ha acelerado y hecho evidente la interdependencia económica entre sociedades distantes, con las consecuencias palpables que esta nueva realidad provoca en materia de empleo. La globalización ha permitido que millones de personas en todo el mundo hayan abandonado la pobreza en las últimas décadas.
Sin embargo, de unos años a esta parte, es evidente también que la economía, las industrias y los trabajadores de nuestro entorno político y económico europeo se enfrentan a una competencia creciente que obliga a innovar, a adaptar procesos y a ganar en productividad. También exige que con visión amplia y consecuente se adopten medidas que favorezcan una competencia acorde con las mejoras en derechos y condiciones laborales demandadas en todos los países.
"...una buena formación, unas buenas aptitudes y habilidades, junto a otra mentalidad…, nos permitirán hacer frente a muchos de los retos e incertidumbres; pero habremos de contar también con la necesidad de impulsar las mejores actitudes ante los desafíos, especialmente entre los jóvenes y entre los formadores y orientadores. En este sentido, incentivar –por ejemplo− el espíritu emprendedor es una medida fundamental; también lo es crear las condiciones para que una mayor movilidad permita adecuar mejor la oferta y la demanda en mercados cada vez más amplios..."
En tercer lugar, debemos tener presente que la revolución tecnológica y, en general, la digitalización, responsables de una automatización creciente de los procesos productivos y de gestión en tantos ámbitos, nos abocan a un paradigma económico y laboral que aún no conocemos plenamente y cuyas consecuencias no somos capaces de imaginar en toda su extensión.
La digitalización ya está desempeñando un papel decisivo para el porvenir de nuestra economía y nuestra sociedad, y los cambios vertiginosos que en este terreno se producen están sin duda influyendo en nuestro sistema económico y nuestra forma de hacer las cosas. No solo las tareas más complejas, sino también las más rutinarias y repetitivas se han automatizado hasta el punto de que esta realidad conlleva prescindir de, cada vez más, más recursos humanos.
En paralelo, surgen otras ocupaciones, inimaginables hace apenas una década, que requerirán nuevos conocimientos y destrezas. Y no cabe duda de que la adecuación a esta realidad es además clave para nuestra competitividad, para nuestra capacidad de participar en los mercados globales.
En este contexto complejo, ¿qué debemos hacer? Desde luego, no hay duda de que debemos apostar por la educación; por sentar las bases de una educación sólida y desarrollar mecanismos para la formación permanente del trabajador durante su vida laboral.
Una buena formación, unas buenas aptitudes y habilidades, junto a otra mentalidad…, nos permitirán hacer frente a muchos de los retos e incertidumbres; pero habremos de contar también con la necesidad de impulsar las mejores actitudes ante los desafíos, especialmente entre los jóvenes y entre los formadores y orientadores, que son clave si queremos tener éxito. En este sentido, incentivar –por ejemplo− el espíritu emprendedor es una medida fundamental; también lo es crear las condiciones para que una mayor movilidad permita adecuar mejor la oferta y la demanda en mercados cada vez más amplios.
Señoras y señores,
No cabe duda de que en nuestro país el diálogo social, amparado por nuestra Constitución, ha sido uno de los pilares de nuestro sistema democrático y una herramienta esencial para construir los consensos que nos han permitido alcanzar cotas muy altas de progreso, en términos históricos, y acometer el proceso de transformación que, en todos los órdenes, ha vivido España durante los últimos cuarenta años.
Un diálogo social constructivo que mire siempre por el bien común y el interés general, con la vista puesta especialmente en los más vulnerables. Conociendo los factores que determinan actualmente el mapa de la situación socioeconómica y laboral, podremos identificar mejor los desafíos y abordar con mayor precisión y eficacia la solución de los problemas que afectan, y que afectarán, al mundo del trabajo. Y ahora es cierto que el actual entorno internacional presenta dificultades importantes en materia de empleo para muchas sociedades, y que en este contexto deberemos saber valorar y aprovechar las fortalezas de nuestro país.
Tenemos, pues, grandes retos por delante, pero también oportunidades muy interesantes. La celebración de esta Conferencia es un ejemplo no solo de la voluntad de abordarlos con decisión, sino también de hacerlo entre todos. Aportando una visión plural a través de la participación de trabajadores, empleadores y gobiernos; y también una visión global que se enriquezca con las perspectivas de encuentros especializados como estas Conferencias Nacionales impulsadas por la OIT.
Estoy convencido de que la Conferencia que ahora comienza sabrá contribuir a este debate. Porque el futuro del trabajo que queremos es, en definitiva, el futuro de la sociedad que queremos.
Muchas gracias.