Omitir los comandos de cinta
Saltar al contenido principal
ACTIVITATS I AGENDA
  • Escuchar
  • Imprimir la página
  • Enviar a un amigo
  • Suscribirse al RSS de la página
  • Compartir en Facebook
  • Compartir en Twitter
  • Compartir en Linkedin

Mensaje de Navidad de Su Majestad el Rey

Madrid(Palacio de La Zarzuela), 24.12.1979

U

na vez más, y junto con la Reina y con mis hijos, os pido unos minutos de atención al dirigirme a todos los españoles en estas horas de solemnidad familiar. Cumplo con ello una gratísima costumbre iniciada en el año de mi proclamación como Rey y en correspondencia con la sinceridad y el calor hogareño de estas fiestas de navidad.

Si de acuerdo con unos principios esencialmente cristianos, no se vive más que lo que se convive y se tiene tan sólo lo que se comparte, el significado de esta ocasión nos compromete a todos a un diálogo bienintencionado y fructífero, que nos permite convivir en paz y compartir nuestras inquietudes y nuestro sentimientos.

Precisamente por eso, quisiera aprovechar este encuentro de hoy, para hablaros como un español más. Como un español que siente vuestras mismas fatigas, vuestras mismas preocupaciones tantas veces intensificadas por la responsabilidad que mi misión entraña. Como un español que reconoce las complicaciones que atravesamos, pero que participa de la voluntad común de salir adelante en nuestra empresa con dignidad, con orgullo y, sobre todo, con ilusión.

A lo largo de este año 1979, estos propósitos compartidos se han puesto muchas veces a prueba. Y no sólo cuando se trata de tareas y hechos cotidianos, en los que mujeres y hombres hemos de dar la medida de nuestra disciplina y generosidad en la familia y en el trabajo, sino también en otros acontecimientos colectivos ante los que como españoles, habéis demostrado consciente entereza.

Unidos en la aspiración común de conseguir los niveles de dignidad y de justicia, de libertad y de paz, que son en nuestros tiempos esencial requisito y a la vez objetivo final de la democracia siento en estos momentos profunda emoción al referirme a nuestra condición de españoles. Porque los españoles sabemos luchar para conseguir lo que deseamos, y nada que merezca la pena se consigue sin lucha, sin esfuerzo y sin sacrificio.

Somos españoles, españoles de todas las regiones de nuestra patria, y hemos de sentir orgullo de serlo, lo mismo en las penas que en las alegrías, en los éxitos o en las dificultades.

Tenemos un proyecto de vida en común que se llama España. Ella nos acoge y protege. Ella nos pide nuestra entrega y nos mira dedicados a nuestro empeño de hacerla mejor y más plena. Por eso, es imposible no sentir esta doble corriente integradora entra la patria y sus hijos, entre éstos y la patria.

Y todo resulta especialmente trascendental porque lo cierto es que, al atravesar una etapa llena de momentos difíciles, de tormentas y de expectativas políticas, debemos prepararnos a entrar en otra cargada de posibilidades, pero en la cual no dejarán de presentarse obstáculos que será necesario vencer.

No es hora pues de desfallecimientos y de inhibiciones. Muy grave es la alternativa entre lo que podemos ganar y lo que podemos perder. España no es una nación de perdedores. Como español y como Rey, compruebo cada día la inmensa capacidad luchadora de nuestro pueblo, que se crece cuanto más altas y nobles son sus metas o más profundas las dificultades.

Sería ingenuo ocultar que estas dificultades existen, porque están en la mente de todos y es preciso admitir claramente la verdad, de la misma manera que han de reconocerse los esfuerzos constantes que se realizan para superarlas.

Los pesimistas podrán preguntarse hacia donde vamos y dudar si seremos capaces de hacer de nuestra patria un hogar del que se hayan desterrado el odio, el rencor y la violencia.

Pero frente a las dudas y las incertidumbres no permitamos que el temor ahogue la esperanza o que la desconfianza frustre nuestros empeños, porque no deja de ser cierto que a veces las apariencias son más negativas que la propia realidad.

No abandonemos jamás nuestro orgullo español, nuestro ánimo decidido, nuestra legítima presunción de que sabemos enfrentar unidos nuestros problemas y resolverlos, sin caer en el desánimo o en la indiferencia.Necesitamos fortalecer nuestra capacidad de ilusión y mirar al porvenir con la esperanza que radica en nuestras propias fuerzas.

Cada uno de nosotros tiene en sus manos una gigantesca responsabilidad inédita: realizar la España que exige nuestro tiempo.

Una España que no puede renunciar a su protagonismo en la historia, ni a la carga de sus valores creativos, sino que, en consonancia con ellos, ha de dar cauce a la vitalidad de sus generaciones jóvenes, proponiéndoles un ideal de vida en una patria que constituya su aspiración suprema.

Abandonemos la obsesión del pasado próximo para atribuirle todos los males o todos los bienes; el complejo de haber vivido en la colaboración o en la disparidad; la crítica de lo que ya está superado o el afán de resucitarlo; el deseo de revancha destructiva o la conservación a ultranza de lo que no es sustancial ni oportuno, y pensemos unidos en construir el mejor de los futuros venciendo diferencias, coincidentes en lo fundamental y tratando de estar de acuerdo en la determinación de lo que es fundamental verdaderamente.

A través de la historia las distintas generaciones han tenido que plantear, si han querido sobrepasarse a sí mismas, el dilema de entregarse hasta la propia consunción para estar a la altura que la patria exige, o vivir tranquilamente culpables en la mediocridad y en la agonía.

Está claro que para todos nosotros españoles de hoy en un mundo que no permite ni perdona aisladamente ni división no es la comodidad mediocre la que nos debe tentar, sino todo los contrario: la realización, en esta hora, de esa nación propia y fecunda, sustento de paz y libertad.

Sólo con voluntad los españoles fueron capaces de iluminar y de ver la otra cara del mundo, como prólogo para contemplar luego, con la conciencia del deber cumplido, la cara de Dios.

Con voluntad seremos capaces también de recuperar la asombrosa terquedad en el triunfo que ha sido el signo de nuestros mejores siglos.

Nos es imprescindible mantener la ilusión de unas metas importantes. Las importantes metas que se incluyen en el preámbulo de nuestra Constitución:

Garantizar dentro de ella y de las leyes, la convivencia democrática, conforme a un orden económico y social justo.

Consolidar un Estado de derecho que asegure el imperio de la ley como expresión de la voluntad popular.Proteger a todos los españoles y pueblos de España en el ejercicio de los derechos humanos, sus culturas y tradiciones, lenguas e instituciones.

Promover el progreso de la cultura y de la economía para asegurar a todos una digna calidad de vida.Establecer una sociedad democrática avanzada, y colaborar en el fortalecimiento de unas relaciones pacíficas y de eficaz cooperación entre todos los pueblos de la tierra.

Con firme y continuada voluntad hemos de conseguir, en la justicia, la libertad y la seguridad, tan elevados fines.

Nuestro mayor peligro es la rutina, el lento y paulatino desmoronamiento, la erosión implacable del desánimo y del desencanto.

No aspiremos, egoístamente, a la vulgar superación del día de hoy, para alcanzar tan sólo el día de mañana. Miremos a horizontes más lejanos sin triunfalismos inoportunos, pero también sin hacer gala de un pesimismo trágico, como si nos recreáramos en la faceta catastrófica de todos los temas.

Cuando en una familia hace presa la desgracia, la enfermedad o el peligro, todos sus miembros deben agruparse apretadamente, orgullosos de su unión, para que se encienda la luz de la esperanza.

También en nuestra gran familia española necesitamos que brille esa esperanzadora luz, consecuencia de nuestra unión y de nuestro orgullo nacional.

Yo os pido que miréis en torno vuestro, en esta hora, para ver fríamente la realidad, para reconocer los peligros y templar vuestro ánimo.

Tenemos que aceptar también que una crisis como la que actualmente atraviesa el mundo _y no sólo España_ es de naturaleza muy compleja y no va a resolverse mágicamente.

Pero no desfallezcamos jamás.

La familia, cuya robusta constitución es médula de nuestro ser social; el paisaje propio, en el que edificamos sueños y modulamos ilusiones; la solidaridad con estos hombres y mujeres comparten fatigas y destinos y tantas veces han dado su energía, incluso su vida, por nosotros; la voz que nos llega de cuantos han tenido que ir más allá de las fronteras de la patria a buscar un sitio para vivir y que se estremecen al escuchar fuera de España nuestro himno nacional, al ver flotar nuestra bandera, al oír las canciones de su tierra y sentir la nostalgia entrañable del recuerdo.

Todo ello nos incita a la acción creadora, al profundo compromiso social del trabajo, a estimular nuestra imaginación como pueblo que ha madrugado más que ningún otro a romper el alba de la historia y a brindar a los demás, horizontes nuevos y llenos de promesas.

Creo que no hemos perdido esa condición y que está dentro de cada uno de nosotros, como españoles y como pueblo, aguardando a que rompamos la capa del pesimismo que a veces la oculta.

Esperando que sepamos superar diferencias e incrementar las razones que nos hagan estar orgullosos de sentirnos españoles ante nosotros mismos y ante el mundo entero.

Precisamente, fuera de España, yo soy testigo y protagonista, por la reiterada presencia en otras naciones y en foros de excepcional magisterio, del crecimiento de nuestra capacidad de diálogo e influencia.

Disponemos en cada continente de una inédita fuerza para ampliar las relaciones multilaterales y positivas.

Somos eslabón insustituible entre mundos y bloques. Se nos valora, en definitiva, por esa voluntad de futuro propio que ha abierto, y de nosotros se espera una conducta ejemplar y de vanguardia ante las otras naciones.

Si Europa no es verdaderamente Europa sin su proyección universal, y si su espíritu es el del diálogo, nos corresponde a nosotros, como he señalado en el Consejo de Europa, alentarlo especialmente hacia América.

A los pueblos hermanos de aquel continente, que conviven en la patria común de un idioma que hablan en el mundo entero millones de seres, quisiera enviarles un saludo cordial en nombre de todos los españoles, precisamente en estos momentos.

Como españoles, por lo tanto, tenemos razones suficientes para asumir, sin pesimismo ni temor, nuestro futuro. Un futuro digno de nosotros y de nuestros hijos.

Una profunda emoción me invade al nombrarlos. Porque no hay nada tan exigente como los hijos y nada tan hondamente riguroso como nuestra propia exigencia ante ellos, porque la envuelve de ternura.

A nuestros hijos pedimos que sean los primeros y los mejores. Pero muchas veces no tenemos en cuenta que, para exigirles mucho, es también mucho lo que debemos darles.

Y ¿qué menos que darles una patria sin fisuras indestructiblemente unida, en la que puedan convivir armónicamente las ideologías y las comunidades en un profundo y lógico sentimiento de solidaridad?.

¿Qué menos podemos hacer como españoles de hoy, que evitar a las nuevas generaciones que tengan que optar "entre una España que muere y otra España que bosteza"?.

Pongamos nuestra razón y nuestro corazón de españoles en la razón y en el corazón de la historia y no nos neguemos al honor y la oportunidad de construir, de una vez para siempre, la patria que todos, todos nosotros, sin duda alguna, hemos soñado alguna vez.

Y si es así nuestro común anhelo de una España mejor participemos dinámicamente, continuamente en ese propósito.

Respetando y viviendo las instituciones.

Venciendo los egoísmos individuales para conseguir los lógicos y naturales beneficios a través de lo que pudiéramos llamar egoísmo colectivo del bien común.

Asumiendo el mandato de las leyes, no sólo en los derechos que generan y amparan, sino también en los deberes y en las limitaciones que imponen.

Pidiéndonos a nosotros mismos, en la confluencia de razones e intereses mutuos, un estilo de ciudadanía respetuosa.

Y, en definitiva, acrecentando con la labor de cada uno de nosotros, los bienes generales, sin cuyo desarrollo es imposible el progreso.

Las tristezas y los gozos que nos hacen hombres de bien están aquí, milagrosamente presentes en esta hora.

Porque, de forma misteriosa, por el secreto flujo de la historia, en estos instantes de intimidad familiar, se juntan los anhelos de los que nos precedieron, con los de quienes ahora vivimos, la España del pasado con la del futuro. Se unen y se comunican recuerdos e ilusiones; nuestras mínimas fronteras de hombres se extienden hasta otras más largas y unánimes, y nuestra España pequeña y cordial, se funde con otra grande y maternal, que ha llorado y luchado por nosotros y cuyo aliento es inextinguible.

Siento que es ella la que nos abraza a todos y nos compromete en un humanismo español razonado que encierra en sus fundamentos últimos la definición de la libertad y la aspiración a una igualdad justa como atributos irrenunciables del hombre.

A todos cuantos, como españoles, nos sentimos solidarios de esta España que nos ampara, y cuya permanencia como nación nos corresponde garantizar, quiero enviar un saludo mío y de mi familia, con el deseo de que en estas fiestas recojan y hagan realidad el mensaje de amor y comprensión que ellas inspiran.

A los trabajadores, cuyo pulso es y ha de ser siempre el que dé ritmo al pulso de la patria.

A los intelectuales, que ofrecen su pensamiento y su crítica para orientar nuestros avances por el camino del progreso.

A todas las instituciones del Estado que se afanan en la consolidación de la democracia.

A las Fuerzas Armadas y a las de Seguridad que protegen nuestro insobornable derecho a sentirnos españoles y nos ofrecen a diario la lección de su disciplina y de su sacrificio.

Nuestro recuerdo se dirige hoy muy especialmente hacia aquellos que dieron su vida en el cumplimiento del deber, y hacia sus familias, cuya pena compartimos.

A todos cuantos sufren en el dolor, en la enfermedad o en la desgracia.

A los jóvenes que llevan en sí la semilla del futuro y a nuestros mayores que nos ofrecen el fruto de su experiencia y de su ejemplo.

A los emigrantes, que lejos del terruño viven y laboran por la patria, pensando en ella con nostalgia y con amor.

A las mujeres que, en definitiva, son depositarias de la vida y la luz del camino.

Para todos cuantos, en suma, hacen crecer a esta España que nos une, pido a Dios, en mi nombre y en el de los míos, la mayor felicidad en estas tradicionales fechas navideñas.

Torneu a Discursos
  • Escuchar
  • Imprimir la página
  • Enviar a un amigo
  • Suscribirse al RSS de la página
  • Compartir en Facebook
  • Compartir en Twitter
  • Compartir en Linkedin

Vídeo

Mensaje de Navidad de S.M. el Rey